jueves, 16 de mayo de 2013

CABALLO DE TROYA DE LA PAG 211 A LA PAG 240, JESUS SE LES PRESENTA A LOS APOSTOLES



comunión fraterna del servicio afectuoso en este nuevo reino de la verdad del
amor del Padre celestial."
Cleofás enmudeció. Y con cierto pudor pasó a interrogar a los presentes.
-¿Qué pudo querer decir con esas intrincadas palabras?
Elías le sonrió con cariño, rogándole que no se preocupara ahora por esa
cuestión. La retentiva del pastor era excelente, aunque no así sus entendederas.
-El siguió hablando. Y dijo: “¿No recordáis cómo el Hijo del Hombre
proclama la salvación de Dios para todos los hombres, sanando a los enfermos
y a los afligidos y liberando a aquellos que estaban unidos por el miedo y que
eran esclavos del mal? ¿No sabéis que este hombre de Nazaret avisó a sus
discípulos de que habría que ir a Jerusalén y de que le entregarían a sus
enemigos, que le condenarían a muerte, resucitando al tercer día? ¿No habéis
leído los pasajes de las Escrituras relativos a este día de salvación de los judíos
y gentiles, donde se dice que en Él todas las familias de la tierra serán en
verdad bendecidas, que oirá el grito lastimero de los necesitados y que salvará
las almas de los pobres que buscan su ayuda y que todas las naciones le
calificarán de bendito? ¿No habéis oído que este Liberador aparecerá a la
sombra de una gran roca, en un país desértico? ¿Que alimentará el rebaño
como un verdadero pastor, acogiendo en sus brazos a los corderos y
llevándolos dulcemente sobre su pecho? ¿Que abrirá los ojos a los ciegos
espirituales y liberará a los presos de la desesperación en plena libertad y
luz?...”
Al escuchar aquellas últimas palabras, Simón Pedro abandonó su oscuro
rincón, uniéndose al grupo con timidez y curiosidad.
“¿Que todos los que moran en las tinieblas verán la gran luz de la salvación
eterna? ¿Que curará los corazones destrozados, proclamará la libertad de los
cautivos del pecado y abrirá las puertas de la cárcel a los esclavos del miedo y
del mal? ¿Que llevará el consuelo a los afligidos y extenderá sobre ellos la
alegría de la salvación, en lugar del dolor y de la opresión? ¿Que será el deseo
de todas las naciones y la alegría perpetua de los que buscan la justicia? ¿Que
este Hijo de la Verdad y de la rectitud se levantará sobre el mundo con una luz.de curación y un poder de
salvación? ¿Que perdonará los pecados a sus fieles?
¿Que buscará y salvará a los extraviados? ¿Que destruirá a los débiles, pero
que llevará la salvación a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia?
¿No habeis oído que los que crean en Él gozarán de la vida eterna? ¿Que
extenderá su espíritu sobre toda la carne, y que en cada creyente este Espíritu
de la Verdad será un manantial de agua viva, incluso en la vida eterna? ¿No
habéis comprendido la grandeza del Evangelio del Reino que ese hombre os
ha dado? ¿No veis cuán grande es la salvación de la que os beneficiais?"
El pastor hizo otra pausa, abrumado sin duda por muchas de aquellas ideas,
extrañas e inalcanzables para su corto entendimiento. Yo, sencillamente, no
tuve más remedio que maravillarme. Si el rudimentario Cleofás -que no sabía
leer ni escribir- era capaz de “inventar” frases como las que llevaba oídas, una
de dos: o era un genio o un loco iluminado. Claro que también podía
contemplarse una tercera opción: que, simplemente, estuviera diciendo la
verdad...
-No nos atrevimos a abrir la boca -se lamentó el judío-. ¿Qué podíamos
replicarle nosotros, pobres miserables arreadores de ganado? Y así llegamos a
la aldea. La noche apuntaba ya por el este y le rogamos que se quedara con
nosotros. Le mostramos nuestra humilde choza y aunque parecía tener el
propósito de seguir su camino, terminó por aceptar. Jacobo y yo, nerviosos y
felices por tan distinguida compañía, nos esmeramos en la cena: la mejor
hogaza de pan, el mejor queso y el mejor vino... Nos sentamos a la mesa y, a
la luz de la lámpara de aceite, le hice entrega del “redondel” de pan de trigo.
Me excusé. Estaba un poco duro... Pero el hombre sonrió y, troceándolo con
gran facilidad, lo bendijo, dándonos un trozo a cada uno...
Observé a los presentes. Al describir el troceado de la hogaza, todos
comprendieron...
-Por mi santa madre, que en la gloria esté! -los ojos del mocetón se
humedecieron-. Entonces caí en la cuenta! Era Jesús! Y, cuando, tras dar un
codazo a mi hermano, comenté “Es el Maestro!", desapareció.
Esta vez fui yo quien rompió el silencio que cayó sobre la sala.
-¿Desapareció? ¿Quieres decir que se fue por la puerta?
Cleofás negó con la cabeza. Y secándose las lágrimas con la renegrida manga


212
de lana de su túnica, espetó sin demasiado entusiasmo:
-Desapareció de nuestra vista! No sé cómo, pero lo hizo...
Otra oleada de murmullos y cuchicheos se propagó entre los discípulos y las
mujeres.
-No era de extrañar que nuestros corazones ardieran inquietos mientras
caminábamos hacia el pueblo. -Cleofás parecía hablar consigo mismo-. Él
estaba abriendo nuestras inteligencias....La exposición del pastor concluiría con algunos pormenores finales y
sin
mayor trascendencia: suspendieron la cena y salieron precipitadamente de
Ammaus, dispuestos a comunicar la noticia a los fieles, amigos y seguidores
del rabí de Galilea. Habían corrido sin respiro hasta Jerusalén, entrando
primero en la casa de José de Arimatea. Este no se hallaba en la mansión y
fueron la de Magdala y las restantes hebreas quienes les aconsejaron y
acompañaron hasta donde nos encontrábamos. El resto era sabido de todos.
Elías, terminado el relato, rogó a uno de los criados que sirvieran a los
pastores cuanto desearan. Pero Cleofás, incorporándose, agradeció las
atenciones del anfitrión, comunicándole que -una vez cumplida su misión-debían
retornar a la aldea. El trabajo era inaplazable...
Y pasadas las nueve de la noche, se retiraron. Yo esperé los acontecimientos.
No tenía fuerzas para nada. Había perdido la cuenta, incluso, de las “visiones".
Me sentía desmoralizado e incapaz de poner orden en mi cerebro. Por estas
razones, apenas si presté atención a las palabras de la Magdalena, que vino a
ratificar la buena nueva de los pastores con la ya conocida aparición del
Maestro en la casa del sanedríta. En la inevitable discusión participaron esta
vez María Marcos, las mujeres que venían con la de Magdala y hasta la
servidumbre.
La unanimidad era casi total. Con excepción de Andrés y de Simón el Zelote -mudos
de asombro-, el resto se felicitaba y repetía los detalles de las últimas
visiones. Juan Zebedeo, en un arranque de alegría, comenzó a bailar, mientras
Felipe y Bartolomé vaciaban las ya exhaustas jarras de vino. Durante diez o
quince minutos aquello fue una fiesta en la que yo mismo me vi obligado a
corear las palmas. quizá lo más emotivo fue la reacción de Simón Pedro. Nada
más desaparecer los hermanos de Ammaus, se arrojó a los pies de la
Magdalena y, gimiendo como un niño, le suplicó su perdón. La muchacha,
horrorizada, le obligó a alzarse, abrazándole entre la aprobación y el contento
de todos.
El jolgorio, sin embargo, duraría poco. Una mala noticia entró de pronto en la
cámara, traída por el propio José de Arimatea.
Fue como si cayera un rayo. Al ver el rostro grave del sanedrita, inmóvil bajo
la puerta, las risas, palmas y efusivos abrazos fueron desapareciendo, dejando
paso a un embarazoso silencio. Algo sucedía. Algo grave. Todos lo intuimos.
La faz de José, como la de cualquier amigo o simpatizante del Cristo, debería
presentar otra lámina...
El de Arimatea dejó que Elías se acercara. Entonces, ante la inquietud general,
le susurró algo al oído. El dueño le miró sin comprender pero, obedeciendo,
hizo un gesto y la servidumbre y las mujeres se retiraron. María Marcos,
discreta y sumisa, tomó a su hijo por la mano, cerrando la puerta tras de sí..Acto seguido, siguiendo las
indicaciones de José, varios de los apóstoles
apuntalaron nuevamente la doble hoja, reforzándola con uno de los divanes.
En mitad de un silencio de muerte -supongo que muchos de los presentes
empezaban a imaginar cuál era la naturaleza de la información que portaba el
miembro del Consejo del Sanedrín-, los íntimos del Maestro, con excepción
de Simón el Zelote, tomaron asiento en torno a la “U”. José lo hizo en el diván
de honor. Rechazó la copa de vino que le ofreciera uno de los gemelos y,
ocultando sus manos entre los pliegues del grueso manto negro, miró
entristecido a los nueve apóstoles.
-Poco después de la caída del sol -arrancó ante la mal disimulada expectación
de todos- he tenido conocimiento de una reunión urgente y secreta de Caifás y
los suyos...
Algunos rostros se volvieron lívidos. Quien más quien menos sabía lo que eso
podía significar.
-Os supongo bien informados sobre la constelación de noticias y rumores que
circulan por la ciudad desde primeras horas de la mañana.
Varios de los discípulos asintieron en silencio.


213
-Bien, ésta es la situación. El sumo sacerdote, su suegro y los saduceos,
escribas y demás fanáticos han tenido cumplida notificación de la tumba
vacía, de algunas de las visiones de la gente que dice haberle visto y de no sé
qué concentración en la Galilea...
El de Arimatea debía de estar hablando de uno de los mensajes de Jesús,
cuando anunció que “precedería a los suyos en el camino a Galilea”. Una vez
más, como ha ocurrido siempre, los bulos y rumores, a fuerza de rodar,
terminaban siendo irreconocibles.
En esa asamblea, según mis confidentes, se han adoptado, entre otras, las
siguientes medidas. Unas medidas -carraspeó el anciano- que os conciernen
muy especialmente.
"Primera: todo aquel que hable o comente (en público o en privado) los
asuntos del sepulcro o la resurrección del Maestro será expulsado de las
sinagogas.”
Los apóstoles protestaron en el acto.
-Segunda...
Elías rogó silencio.
-Segunda -repitió José, adoptando una mayor solemnidad-: el que proclame
que ha visto o hablado con el resucitado.., será condenado a muerte.
Una general exclamación de respulsa y desconcierto puso punto final a las
graves noticias del sanedrita. Y la cercana alegría de aquellos hombres se
esfumó por completo. Lentamente, sus comentarios y reproches se fueron
extinguiendo y el miedo campó de nuevo sobre sus corazones..-Esta última propuesta -declaró el de Arimatea
en un inútil intento por animar
a los íntimos de Jesús- no pudo ser sometida a votación.
-¿Por qué? -intervino Elías que, junto a Mateo Leví, Simón Pedro y Santiago
Zebedeo, parecía no haber perdido la serenidad.
José esbozó una irónica sonrisa.
-Por lo visto, ante el continuo fluir de noticias sobre las apariciones (no sólo a
mujeres, sino también a judíos honestos y a griegos valerosos), el miedo se
apoderó de la asamblea y más de uno ha tenido que correr a su casa para
cambiarse de saq...
La broma no fue bien recibida. Lo peor que podía suceder es que Caifás y sus
esbirros se vieran desbordados por su propio terror. En ese caso, los allí
reunidos y muchos más podían considerarse hombres muertos. Con razón
apunta Juan el Evangelista que “las puertas se hallaban cerradas por miedo a
los judíos”...
-Es preciso -concluyó José- que salgáis de la ciudad. Y cuanto antes!
Simón Pedro se opuso. Y recordó a sus hermanos las palabras del Maestro, en
el patio: “Adiós, Pedro, hasta que te vea en compañía de tus compañeros.”
Andrés rechazó la sugerencia de su hermano. ¿Quién podía saber cuándo se
llevaría a efecto dicha aparición, “suponiendo -remachó con ritintín- que todo
eso sea cierto...“
Santiago Zebedeo, Mateo y Elías se manifestaron conformes con la propuesta
de José, alegando que, además, faltaba el “Mellizo” (Tomás). La justa
aclaración confundió al principio a Simón Pedro pero, rehaciéndose, insistió
en que no debían moverse del cenáculo. Y en otro de sus clásicos arrebatos,
señaló las espadas que descansaban sobre la mesa, jurando por su vida y
familia que no volvería a traicionar a su Maestro.
Se puso en pie y con las venas de su cuello hinchadas, vociferó:
-No! Nunca más!... Nadie me obligará a huir de nuevo!
Juan Zebedeo aplaudió a su fogoso amigo, mientras Andrés, gritando por
encima de Pedro, le llamaba visionario y loco de atar.
La disputa se disparó. José y Elías eran incapaces de restablecer la calma y el
buen sentido. Y a punto estaban de llegar a las manos cuando, en mitad de
aquella trifulca, las llamitas de las seis o siete lámparas de aceite oscilaron
violentamente, como tumbadas por un súbito y gélido viento. Y la cámara
quedó a oscuras.
Después de “aquello", en una furtiva conexión con el módulo, supe que las
mechas se habían apagado alrededor de las 21.30 horas...
El miedo, como un mazazo -lo confieso-, me clavó al asiento. Fue tan rápido e
inesperado que ninguno pudo reaccionar. Yo también experimenté aquella
especie de brisa helada. Y los demás, por lo que averigüé después,.coincidieron conmigo al describirla como
un “millón de agujas clavándose en


214
la piel".
Increíblemente para mí, para Eliseo y para cuantos miembros de Caballo de
Troya tuvieron conocimiento de este hecho, la “piel de serpiente” que me
cubría, falló.
Como decía, fue instantáneo. Al quedarnos a oscuras, las maldiciones e
improperios cesaron. Y antes de que volviéramos a abrir la boca, un
chisporroteo nos hizo girar los rostros hacia el fondo de la sala.
Concretamente hacia la zona opuesta al muro de entrada. A causa de las
densas tinieblas, aquella especie de “zigzagueante, infinitesimal y azulada
chispa eléctrica” se destacó en el aire como un relámpago en la más negra de
las tormentas. Debí quedarme lívido. Del resto no puedo hablar: no les veía.
El culebreo azul metálico se repitió por segunda vez. Pero, ahora, oh, Dios, no
tengo palabras!... esta vez la “cabeza” de la chispa rasgó la oscuridad,
dibujando una figura... humana!
Mi garganta se secó como el esparto. Y mi corazón, mi cerebro, mis
pulmones, todo mi ser, se negaron a funcionar. Nunca he sabido si estuve vivo
o muerto...
Con precisión matemática -como si fuera gobernada por un ordenador-, la
chispa, terminado el mágico recorrido, desapareció. Y allí quedó, nacida de la
negrura, una silueta de hombre, maravillosamente perfilada por una sutil línea
violeta.
Y como si una cascada de luz, también violácea, se derramase desde un punto
indeterminado del cerebro de aquel “ser", así fue colmándose la figura.
Cuando toda su estructura estuvo repleta y llena de la luz mate, ante nuestros
ojos apareció el volumen de un “hombre luminoso". Lo siento. No tengo otra
calificación...
Quizá fue el miedo. No lo sé. O quizá la ausencia de sombras y de los
naturales relieves. Lo cierto y verdadero es que no supe reconocerlo. Era,
parecía, la réplica de un humano. De un adulto de largos cabellos, barba
recortada y túnica hasta los pies. Pero, insisto, quizá todo esto solo sean
suposiciones mías... y siempre a posterior!.
Tuve la impresión de que el tiempo y el espacio se hubieran hecho hielo.
Y, de pronto, los brazos de aquel “ser” de luz se movieron. En una situación
tan crítica es difícil precisar o fijar detalles tan nimios, pero juraría que, a la
par que levantaba los brazos en señal de saludo, varias copas y espadas de las
situadas en la curvatura de la “U" -el punto más cercano a la “aparición “-entrechocaban,
cayendo incluso al suelo.
Y como en un sueño, aquella forma violácea habló. Fue una voz familiar que
me erizó hasta el último vello. Era increíble. La voz no nacía de un punto.concreto -presumiblemente de la
parte superior- sino de todas y de ninguna
parte a un tiempo. Llenaba la estancia, perforando mi mente como un sable. -Ojalá
se me hubiera ocurrido pulsar mi oído derecho! Eliseo habría sido un
valioso testigo... Pero mi compañero se hallaba enfrascado en las tareas de
investigación de los lienzos mortuorios.
-La paz sea con vosotros!
Era Él! Su timbre de voz... Pero su figura... ¿Por qué no pude reconocerla?
-¿Por qué estáis tan asustados, como si se tratara de un espíritu?
Los comentarios que ahora acompañan a este suceso han sido, lógicamente,
fruto de mis reflexiones posteriores. En aquellos momentos no pensaba, no
respiraba. Sólo veía y sentía. El caso es que las primeras palabras de la
“visión" -¿cómo podría definirla mejor?- no tenían demasiado sentido. Era
lógico que cualquier ser humano sintiera, no miedo, terror!
-¿No os dije que los principales sacerdotes y dirigentes me entregarían a la
muerte, que uno de vosotros me traicionaría y que resucitaría al tercer día?
Jesús de Nazaret -porque tenía que ser Él- fue bajando los brazos muy
despacio.
Entonces-prosiguió la “voz"-, ¿a qué tantas discusiones y dudas sobre lo que
manifestaron las mujeres, Cleofás, Jacobo o el mismo Pedro? Y ahora que me
veis, ¿me vais a creer?
Nadie respondió. ¿Quién, en su sano juicio, lo hubiera hecho?
-Uno de vosotros todavía está ausente. Cuando os reunais una vez más y
sepáis con seguridad que el Hijo del Hombre ha resucitado, marchad para
Galilea...
¿Marchar para el norte? Otra vez aquella consigna...


215
-Tened fe en Dios! Tened fe los unos en los otros! Así entraréis en el nuevo
servicio del reino de los cielos.
El “ser” hizo una brevísima pausa. Era asombroso! Había matices en el timbre
de su voz!
-Permaneceré en Jerusalén hasta que estéis en condiciones de partir hacia
Galilea. Os dejo en paz.
Y en una fracción de segundo -quizá en menos-, toda la figura de luz se
esfumó, recogiéndose sobre sí misma, hasta que sólo quedó un punto brillante,
blanco como el más potente de los arcos voltaicos, en el lugar que debía
ocupar el supuesto “cerebro” del no menos supuesto “hombre"...
Después, también ese punto se disolvió. Y en las retinas de mis ojos siguió
“vivo", oscilando a cada parpadeo, como cuando se observa fijamente el disco
solar.
Del resto de lo ocurrido en aquella estancia en la noche del domingo, 9 de
abril del año 30 de nuestra Era, apenas si puedo dar fe....No sé si transcurrió un minuto o una hora. Lo cierto es
que alguien rompió a
aullar. Fue como un detonante. Contagiados, todos nos precipitamos hacia
todos, buscándonos en la oscuridad con los brazos extendidos. Yo el primero.
Tropezamos con los divanes, con la mesa y entre nosotros, rodando como
fardos sobre el entarimado. Un pánico irracional -casi químico- estalló en toda
su magnitud. Algunos lloriqueaban. Otros reían nerviosamente. Y José y Elías,
entre gritos y consignas de “calma” y “tranquilidad”, empujaban a diestro y
siniestro, supongo que a la búsqueda de la puerta. De nada sirvió mi
entrenamiento ni la frialdad de que había hecho gala en otras ocasiones. Me
había dejado dominar por el miedo. Y como uno más en aquel histérico enredo
humano, terminé por gatear como un conejo asustado, yendo a chocar
frontalmente contra uno de los muros. El golpe en la cabeza me dejó
inconsciente.
Ahora, sólo pensar en las fatales consecuencias que pudo ocasionar el
topetazo, me echo a temblar. De haberme abierto el cráneo, este diario quizá
no hubiera existido... Fue una importante lección para mi.
Lo primero que recuerdo fue el rostro lloroso de Juan Marcos y, también entre
brumas, las solícitas manos de María, su madre, empapando mi frente con una
esponja.
Traté de incorporarme. Pero un dolor afilado, entre ceja y ceja, me hizo
renunciar. Apreté los puños y, cerrando los ojos, luché por calmarme y
recordar.
-¿Qué ha sucedido?
-Un mal golpe -replicó una voz.
De pronto, al comprender que había perdido mi cayado, me desembaracé de
mis amigos, alzándome. Lancé una ojeada a mi alrededor, seguía en el
cenáculo. Las candelas de aceite brillaban de nuevo y los discípulos,
silenciosos, me observaban desde sus asientos. Entre tumbos, con las manos
sobre el escandaloso hematoma que prosperaba en mi frente, fui
aproximándome a la poltrona que había ocupado durante la “aparición”. La
“vara" estaba en el suelo, semioculta por la mesa. Pero me detuve. Mi instinto,
aunque bastante deteriorado, funcionó. No podía levantar sospechas. Después
de aquel percance, si mi primer impulso quedaba materializado en la
localización y recogida de una vulgar vara de peregrino, mis atentos y sagaces
observadores quizá se hiciesen alguna que otra pregunta. Debía obrar con
naturalidad. Y aparentando una loca ansiedad, fui revisando las copas que
continuaban sobre la “U”.
-No, Jasón!... Ahora no te conviene beber.
Era María. Y con gran dulzura, ayudada por el muchacho, me condujo a uno
de los bancos vacíos. Tomó una moneda, un denario de plata, la sumergió en.una cántara de miel y
seguidamente la depositó sobre un lienzo previamente
empapado en una mixtura de vino, aceite y áloe púrpura. Uno de los sirvientes
aplastó el denario contra el hematoma mientras la señora lo sujetaba con el
citado lienzo, anudando la venda sobre la zona occipital de mi cabeza. Sentí
cierto alivio. Y tomando sus manos las besé. Aquélla era una costumbre
desconocida para los hebreos y María, desconcertada, se ruborizó hasta las
pestañas.
Por indicación suya me dejé caer sobre el diván, reposando durante unos
minutos. Cerré los ojos y, al momento, aquella figura de luz y aquella voz


216
volvieron a la soledad y a la oscuridad de mi corazón. Traté de racionalizar el
fenómeno. “Seguramente -pensé- todo ha sido debido al extremo índice de
tensión que veníamos soportando...“ No pude engañarme a mí mismo.
Admitiendo que la visión hubiera sido consecuencia de nuestros nervios o de
un estrés pasajero, ¿cómo explicar el repentino apagado de las mechas de
aceite? En la situación generalizada de miedo que ya arrastraban los apóstoles,
no tenía sentido que, en un ya más que dudoso movimiento alucinatorio
colectivo, los aterrados apóstoles hubieran arrojado más leña al fuego,
provocando una extinción simultánea e inconsciente de las llamas. No, eso
resultaba demasiado retorcido. además, estaba el viento helado. Ninguno de
los presentes sabía de mi protección cutánea. Si ellos hubieran sido capaces de
inducir semejante brisa, yo no tendría por qué haberla experimentado. Sin
embargo, lastimó todo mi cuerpo...
En cuanto al chisporroteo y el increíble trazado de la “chispa”, ¿qué podía
decir? Suponiendo -que ya era suponer-que alguno de los “íntimos” disfrutara
de algún tipo de poder más o menos paranormal, y aceptando que hubiera sido
capaz de “crear” o “construir" una materialización o “fantasmogénesis”, ¿por
qué hacerlo de una forma tan sofisticada y siguiendo unas pautas que, en
cierto modo, me recordaron los complejos sistemas de la holografía? Y si me
inclinaba por un holograma, ¿quién o quiénes en el siglo estaba en
condiciones de practicar algo que sólo a partir de 1947, con Dennis Gabor, fue
conocido y desarrollado? (1) ¿Dónde estaba el láser, necesario para este tipo
de imágenes en relieve? Y en el caso de no haber usado una luz coherente y si
una blanca -bien por lámpara de incaridescencia o mediante la luz solar-, me
encontraba con el mismo problema, amén de que en aquellos momentos -las
nueve y media de la noche- la oscuridad era completa sobre Jerusalén..
Si un supuesto médium había sido el responsable de la aparición, no tenía más
remedio que felicitarle. Además de conseguir una bellísima figura, con una
luminosidad que no podía encajar en los limitados conceptos de la época,
había redondeado su “trabajo" con una voz... “que salía de todas partes”..Además, y debo manifestarme
claramente, nunca he creído en esas
espectaculares “materializaciones” que los entendidos en parapsicología
denominan “ectoplasmia “. (Según especialistas como Geley, Crookes,
Crawffor y otros, el “ectoplasma" vendría a ser una sustancia nebulosa,
blanquecina, con estructura fluida y filamentosa que algunos médiums son
capaces de regurgitar por la boca, ano, senos, vientre, etc, cuando dicen estar
en trance. Ese “ectoplasma" aparece en ocasiones en forma de estrecha banda
serpenteante o adoptando las más diversas configuraciones humanas o de
animales.)
Y digo que no creo en tales supercherías porque, aunque, efectivamente, la
mente del hombre disfruta de un poder tan extraordinario como poco
conocido, desde un punto de vista puramente científico, no tiene lógica que
una energía mental -adimensional o “espiritual” y sometida por tanto al
indeterminismo cuántico- pueda transformarse en un “ente” dimensional y
material, como sería el caso de los repugnantes “ectoplasmas”.
No, aquella explicación fue descartada.
Quizá durante algún tiempo me incliné a pensar que todo había sido fruto de
una alucinación colectiva. Pero ¿de qué tipo? La psiquiatría se afana en
describir unas cuantas, como ya referí con anterioridad. ¿Estaba ante una
mezcla de alucinación visual-auditiva? Estas últimas -las auditivas- se dan
entre los enfermos psicóticos: en especial entre los esquizofrénicos. El
individuo distingue con nitidez su pensamiento de “otras voces” -casi siempre
reprobatorias- que le invaden, reforzando el sistema
---
(1) La holografía o fotografía por reconstrucción de frentes de onda fue
inventada por Gabor en 1947. Al principio tuvo otra finalidad, la mejora del
poder de resolución del microscopio electrónico. Sólo en la década de los años
sesenta, merced a Jurís Jpatnieks y Leith, de la Universidad de Michigan, fue
posible ampliar el hallazgo de Gabor. Aprovechando el láser, por ejemplo, se
logró por vez primera la “construcción” de imágenes holográficas de objetos
reflectantes tridimensionales. (N. del m.)
---
delirante. Cierto que, en otros casos, esas alucinaciones resultan agradables,
apareciendo en un cuadro de delirio crótico o místico. En las esquizofrenias


217
procesales, esas “voces internas o externas” dan toda clase de órdenes,
provocando, incluso, situaciones límite, que pueden llegar al suicidio o al
homicidio.
Tampoco era ésta la situación general. De las trece personas que ocupábamos
el salón en aquellos instantes, supongo que una mayoría éramos bastante
normales. Dudo que hubiera un solo esquizofrénico o enfermo de delirios.crónicos. ¿Cómo explicar entonces
las hipótesis de la alucinación auditiva? Y
sumido en tales meditaciones, caí en la cuenta de otra penosa circunstancia.
Me incorporé como impulsado por un muelle.
Y sonreí para mis adentros, tachándome de basura y de calamidad. No había
usado los sistemas electrónicos incorporados por Caballo de Troya a la “vara
de Moisés"! Aquello sí hubiera arrojado algo de luz sobre tamaño dilema.
Como ser humano que soy, -¿qué gano con ocultarlo?-, me justifiqué de
inmediato. Alguien dijo una vez que “sólo los dioses no se justifican"...
“Fue imposible... ¿Cómo iba a pulsar los transductores de helio en semejantes
circunstancias?... Todo fue tan inesperado y fulminante!... Ni siquiera sé
dónde estaba el cayado... Además, el miedo me paralizó...“
Para qué seguir. Estaba claro que había fracasado. Y tomé buena nota.., para la
siguiente ocasión. Pero ¿habría una segunda oportunidad?
Medio incorporado sobre el diván, reparé entonces en otro “detalle” que casi
había olvidado. Sí, allí seguía. Me levanté despacio y, tomando una de las
lucernas de arcilla, caminé hasta la curvatura de la mesa. En el suelo,
olvidadas, continuaban un par de copas de metal y una de las espadas. La
memoria no podía engañarme. Aquellos objetos, después de entrechocar entre
ellos, habían caído de la “U". Pero ¿cómo? ¿Los había golpeado alguien?
Levanté la vista, aproximando la luz a la penumbra que envolvía aquella zona
de la cámara. Y traté de recordar. Yo me hallaba en el extremo izquierdo de la
“U” (contemplada siempre desde la puerta). El “ser" se formó frente a la
citada curvatura y a cosa de metro y medio o dos metros de dicho sector de la
mesa. Curioso! Los únicos objetos que se habían desplazado y caído sobre la
madera del piso eran los que se hallaban depositados en ese segmento de la
“U”. Otras dos copas -también metálicas- aparecían volcadas, en el filo mismo
de la mesa. Procuré no tocar nada. Y auxiliado por la lámpara de aceite fui
recorriendo la totalidad de la “U". Las espadas y vasos del centro y de los
extremos estaban en pie, tal y como las habíamos dejado antes de “aquello".
Y una idea -¿o fue un presentimiento?- me devolvió las esperanzas. No todo
parecía perdido...
El primitivo sistema de la moneda dio resultado. Al poco, al margen de un
latente dolor de cabeza, me sentí en condiciones de reanudar mi trabajo. Los
discípulos dormitaban, agotados por tantas y tan intensas emociones. Las
mujeres y José se habían retirado y, procurando no hacer demasiado ruido, le
pedí a uno de los gemelos que desbloqueara la puerta. El aire y el frescor de la
noche me reanimaron definitivamente. El fuego del patio continuaba lamiendo
el vacío caldero y, junto a las llamas, distinguí la fornida silueta de Simón
Pedro. Se hallaba en compañía del dueño de la casa y de Juan Marcos.
Dialogaban en voz baja y con un envidiable reposo. No me atreví a.interrumpir. Y deslizándome entre los
jazmines, abrí la conexión auditiva. En
el módulo no había novedades. Mejor dicho, sí que las había, pero eran de
orden científico. Hablaré de ellas en su momento. Eliseo me confirmó la hora.
Las diez y cuarenta y cinco. Eso significaba que había permanecido
inconsciente durante treinta minutos, aproximadamente. Por supuesto, preferí
ocultarle el “accidente” de la pared y el todavía inexplicable fenómeno del ser
de luz. Y previsoramente le rogué que me llamara al amanecer.
De pie, con la cabeza medio escondida entre el ramaje y pendiente de la
transmisión, no me percaté de la sigilosa llegada de Juan Marcos. Tocó
suavemente mi espalda y, al pronto, me sobresalté.
-¿Con quién hablas? ¿Qué idioma es ése?
El muchacho debió de escuchar algunas de mis últimas palabras -en inglés!- y,
lógicamente, preguntó curioso y extrañado.
-Rezaba... -repliqué un tanto pálido-. Siempre lo hago -improvisé- en un
dialecto de mi tierra natal, Tesalónica... Es una komné (1) que tú no conoces.
Aquel pequeño incidente nos sirvió igualmente de lección. Aunque mi
hermano y yo solíamos dialogar en komné o en arameo galalaico -fundamentalmente
con el propósito de practicar-, a partir de entonces, tanto


218
las conexiones auditivas como las conversaciones directas, dentro y fuera de la
“cuna”, fueron ejecutadas
---
(1) quizá lo haya mencionado. No lo recuerdo. El griego utilizado por los
comerciantes de aquellos tiempos -la komné- venía a ser un idioma
internacional. Era un griego deformado, que se impuso a los idiomas de la
región: ático, jonio, dorio, eolio, etc. Las palabras difíciles fueron eliminadas,
ignorándose las particularidades de las declinaciones y conjugaciones. Se
usaban las construcciones analíticas con preposiciones de preferencia a las
formas sintéticas del griego clásico, habiendo absorbido numerosos vocablos
extranjeros: sobre todo, latinos. (N. del m.)
---
en los idiomas del tiempo y del lugar en los que nos encontrábamos.
Antes de unirme a Simón Pedro y a Elías Marcos, el benjamín, algo sonrojado,
me insinuó que él también tenía algo para mi. Le contemplé intrigado. ¿Qué se
le habría ocurrido ahora?
Y levantando hasta mis ojos un saquito de paño descolorido, lo hizo
balancearse suavemente sobre el cordoncillo blanco e inmaculado que lo
cerraba.
-¿Qué es?
-Algo soberano y secreto -respondió en tono misterioso..Esperé una explicación. Pero antes me indicó que me
inclinara. Y al hacerlo,
pasó la lazada sobre mi cabeza. Y el saquete, de apenas cinco centímetros de
longitud, quedó colgando sobre mi pecho.
-Esto te librará de las calenturas tercianas y de los espíritus malignos que
acechan bajo las sombras de los alcaparros, higueras y serbales achaparrados.
Pero, ojo! no te servirá si caes bajo la sombra de un barco...
-¿Y qué puede ocurrirme si “caigo" bajo la sombra de un barco?
El niño abrió sus grandes ojos negros, mirándome como si tuviera delante a un
perfecto cretino.
-Que corres el riesgo de ver al diablo!
Hice serios esfuerzos para no soltar una carcajada. La superstición entre
aquellas gentes era tan variopinta como arraigada. Hasta el extremo que el
Talmud dedica amplios pasajes a tales cuestiones y a las formas de combatir
las asechanzas malignas.
Palpé el contenido del “amuleto” y le di unas efusivas gracias, rogándole que
perdonara mi ignorancia.
-Como extranjero -le manifesté-, no estoy aún muy al corriente de esas graves
presencias.
Al parecer, según el benjamín, su regalo contenía los siguientes y “mágicos"
ingredientes: “Siete espinas de siete palmeras. Siete virutas de siete vigas.
Siete clavos de siete puentes. Siete cenizas de siete hornos y siete pelos de
siete perros viejos."
-Ah! -exclamé aliviado.
Y sin más, nos unimos a la serena tertulia de Simón Pedro y del anfitrión. En
el transcurso de la misma, como quedó dicho, tuve conocimiento de lo que
había sentido el pescador momentos antes de su aparición. Y también allí fui
informado de las últimas decisiones del grupo apostólico. Nadie abandonaría
Jerusalén. A la mañana siguiente, dos de los discípulos -siguiendo la
recomendación del resucitado en su última materialización- se dirigirían a
Betania en busca de Tomás. Y tratarían de convencerle para que dejara su
aislamiento y se uniera al resto. Una vez lograda la reunificación de los once,
saldrían para el norte: a la Galilea. No dije nada, naturalmente, pero supuse
que ese intento para convencer y atraer al recalcitrante Tomás iba a tropezar
con serios inconvenientes. Según el Evangelio de Juan, ocho días después de
aquel extraño “fenómeno" -llamémoslo aparición registrado en el cenáculo,
los once, al fin, culminaron sus anhelos de definitiva unión. Ellos no podían
saberlo entonces, pero ésa sería la segunda aparición de Jesús a los
embajadores. Una aparición que, por supuesto, no pensaba perderme y de la
que, gozosamente, íbamos a extraer algunas e insospechadas conclusiones. Por
cierto, y aunque carezca de importancia, no logro entender por qué tres de los.cuatro evangelistas no hicieron
mención en sus escritos de esta novena y
última aparición del Maestro en aquella histórica jornada del llamado
“domingo de resurrección". Sólo Juan habla de ella y mezclando palabras y


219
gestos del Hijo del Hombre, que corresponden a la referida segunda presencia
en el cenáculo, con Tomás incluido. Pero no quiero precipitarme. Hablaré de
esa aparición -ocurrida el domingo siguiente, 16 de abril- en el momento
preciso y no será difícil advertir cómo fue igualmente “manipulada",
incorporando frases que el Cristo jamás pronunció y que, en el tema de la
confesión de los pecados, terminarían por cristalizar en otra “fórmula" tan
mágica como falsa...
La casa de Elías Marcos, aunque sobria, encerraba influencias helénicas y
romanas, con detalles de un refinamiento que me sorprendieron.
Avanzada la madrugada decidimos retirarnos. Yo, la verdad, estaba agotado.
Simón Pedro, que parecía transformado, se despidió de Elías y de mi con
sendos besos de paz. El hombre no había olvidado mis palabras de consuelo y
mi precaria revisión como “ médico".
Al principio, obsesionado con la idea de no ocasionar molestias, insinué a mi
anfitrión que podía descansar junto al rescoldo del hogar. Mi manto había
servido ya en menesteres similares. Elías se enfadó. Y tirando de mí,
refunfuñando ante las “locas ideas de aquel pagano" me obligó a entrar por la
puerta por la que había visto aparecer y desaparecer a María en mi primera
visita a la mansión.
Me encontré frente a un largo corredor, estrecho y alto, alumbrado en sus
extremos por otros tantos candiles, colgados de los muros de ladrillo. Elías
descolgó el situado junto a la entrada, invitándome a seguirle. A aquellas
horas -debían de ser las tres de la madrugada, poco más o menos-, la
residencia dormía apaciblemente. En veinte pasos salvamos el pasillo de
baldosas de arcilla cocida, deteniéndonos ante la última de las cinco puertas
que conté en el muro de la izquierda. En la pared opuesta, frente por frente, se
abrían otras tantas puertas de oscura madera de roble, cuidadosamente
abrillantadas con alguna suerte de barniz.
Marcos, por señas, me indicó que sostuviéra la lámpara de aceite. Y tomando
el grueso manojo de llaves que colgaba de su cuello, buscó la apropiada. Al
tercer o cuarto intento, la cerradura gruñó y mi amigo empujó la hoja,
entrando en el aposento. Me mostró el lugar y, antes de retirarse, desde el
umbral me señaló la estancia situada enfrente, aclarándome que allí podría
asearme. Y con un cortés “la paz sea contigo”, cerró tras de si.
El pequeño cuarto, sin ventanas, era sencillo en extremo. Alcé el candil de
bronce y las siete llamitas arrojaron otras tantas y serpenteantes sombras sobre
el ajuar: un arca de madera de encina, una cama alta y evidentemente exigua.para mi metro y ochenta
centímetros de estatura, un jarrón de barro con un
espléndido y perfumado ramo de blancos jazmines y, también sobre el arca,
una bandeja cuidadosamente cubierta con una gasa. Al destaparla adiviné la
mano de María, la señora de la casa. Sonreí agradecido. Junto a una jarrita
rebosante de mermelada dulce encontré una escudilla con higos secos y
nueces peladas, primorosamente cercadas por una miel casi negra, que brilló
como un diamante a la luz del candil.
La cama era soberbia, había sido armada a base de una madera blanca de pino,
formando una pareja de felinos, desmesuradamente estirados, cuyas cabezas
constituían los pies. No había colchón. En su lugar, sobre un trenzado de lona,
tres mantas de esponjosa lana y varios cojines de plumas. La “almohada", para
mi desgracia, era un apoyacabezas de alabastro.
Por pura cortesía probé las nueces, absteniéndome de la mermelada. Aunque
las condiciones higiénicas de la casa y de la familia eran muy elogiables, las
normas de la misión en este aspecto eran rígidas. Y rendido me dejé caer sobre
el lecho, tras apagar seis de los siete orificios del candil por los que apuntaban
otras tantas torcidas o gruesas hebras de lino que hacían las veces de mechas.
Y un dulzón aroma a aceite de oliva -típico de las casas judías- fue
extendiéndose por la habitación, empujándome a un plácido y reparador
sueño.
A las 05.42 horas, puntual como siempre, Eliseo me devolvió a la realidad.
-Está alboreando -me anunció eufórico-. La temperatura ha descendido un
poco. Los sensores exteriores marcan ocho grados centígrados. Por la lectura
del anemocinemógrafo deduzco que tenemos encima un cadim (viento del
este). El tubo de Pitot arroja rachas de hasta treinta nudos. El cielo sigue
despejado, con una “estima" prácticamente ilimitada. A media mañana habré
concluido los análisis. Esto es increíble, Jasón! ¿Te espero a tomar el té?


220

permanezcas aquí, más larga será tu vida.” Minutos más tarde, al saludar a
Elías, le pregunté sobre dicha leyenda. Y el hombre, sonriendo pícaramente,
me aseguró que era un adagio extraído del Talmud.
-El Berakoth (LV) -añadió en tono de chanza- cuenta, incluso, que un viejo
rabí llegaba a detenerse hasta veinticuatro veces en otros tantos “lugares
secretos”, en el camino entre su casa y la escuela en la que enseñaba.
Tras asearme un poco y purificar mi aliento con uno de los “dentífricos" de
uso común en la época -una pimienta olorosa que se masticaba como los
granos de anís- examiné mi frente. El hematoma había remitido
considerablemente.
Y con un prudencial optimismo, después de lanzar una última mirada a aquel
“cuarto de baño de lujo”, me dirigí al patio.
Las trompetas de los levitas habían anunciado ya el nuevo día. Y como
también era habitual, la señora de la casa y la servidumbre hacía rato que
trajinaban. Entre canturreos, la molienda del trigo fue dando a su fin. María
Marcos suspendió el tueste del grano y pasó a examinar mi frente. Le devolví
el denario y el lienzo y, frotándose las manos con satisfacción, regresó sobre
la plancha abombada en la que se cocían las apetitosas tortas de flor de harina.
Había tiempo de sobra. así que, con sumo placer, acepté un hirviente cuenco
de leche de cabra y me acomodé junto al fuego. La mañana, como apuntara
Eliseo, se presentaba fría.
Revisé mi atuendo y la bolsa con los “cuadrados astrológicos" y, tras una larga
reflexión sobre lo acontecido en la pasada jornada, me despedí de la familia,
elogiando y agradeciendo su hospitalidad. Como suponía, pasarían unos
cuantos días hasta que pudiera reunirme con ellos nuevamente. María me hizo
prometer que no abandonaría Jerusalén sin antes pasar por su casa y dedicar
unas horas a hablarle de mi familia. ¿Mi familia? Los hombres como yo -siempre
solos, permanentemente descontentos y atormentados- no conocemos
más familia que el suplicio de la soledad. Pero ¿cómo podía explicárselo?.Elías me abrazó como a un hermano
y con un “hasta pronto” me lancé a las ya
concurridas calles de la Ciudad Santa.
El cadim, en efecto, fuerte, frío y seco, azotaba Jerusalén. El aire y el cielo
eran un cristal. Me arropé en el manto y, tras comunicar al módulo que me
dirigía al cuartel general romano y que quizá necesitase de los servicios de
Santa Claus, emprendí la marcha hacia la puerta de los Peces.
El nuevo y luminoso lunes, aunque algo más sosegado que el domingo,
resultaría igualmente rico en sorpresas y experiencias.
10 DE ABRIL, LUNES
Embozado en el ropón no los vi. Pero sí escuché sus risas y comentarios. Me
volví y descubrí junto a uno de los muros laterales de la residencia de los
Marcos, a un grupo de hebreos que gesticulaba, señalando la pared entre
sonoras risotadas. Al acercarme, enmudecieron, alejándose con unas
sospechosas prisas. Al fijarme en la piedra me indigné, comprendiendo sus
maledicencias. Alguien, aprovechando la noche, había pintarrajeado con cal
unas enormes e insultantes letras, que, supuse, iban dirigidas a los seguidores
del Maestro y a quienes -como en este caso- les daban cobijo.
“Ladrones."
Así decía la pintada. No era el primer graffiti que leía en las paredes de
Jerusalén. Los judíos de aquella época, como los ciudadanos de Pompeya o
del Palatino, eran muy amantes de esta gratuita y clandestina fórmula de
protesta, que se remontaba a tiempos muy remotos. (Como vemos, no hay
nada nuevo bajo el sol.)
En la base del palacio de los Asmoneos, por ejemplo, me había llamado la
atención una de aquellas inscripciones, firmada incluso por su autor. “Simón y
su casa arderán en el infierno.” El defectuoso arameo-obra quizá de algún
albañil descontento- aparecía firmado por un tal Pampras. En otros lugares, en
especial en las murallas y en los arcos de los puentecillos sobre el Tiropeón, se
leían sentencias más atrevidas, casi siempre contra el yugo de los odiados
romanos: “Poncio, cartívo" (Poncio, el malo), remedando el insulto que los
habitantes de Capri colgaban al maligno emperador entonces reinante: Tiberio.
"Poncio, el esclavo de Sejano", “Saduc y Judas de Gamala no han muerto" (1),
“Soldado (refiriéndose sin duda a los legionarios de Roma), tu vida vale 10


222
ases?" (2).
Este, naturalmente, no era el único medio de expresión del pueblo. Además de
los heraldos oficiales, las noticias “volaban" de boca en boca, merced a los
vendedores ambulantes, buhoneros y mendigos errantes. La fuente o el pozo
públicos, a los que acudían las mujeres y rebaños regularmente, eran otros de
los focos de “información" en toda Palestina. Esta sencilla y rápida forma de
esparcir las buenas y malas noticias era denominada con una muy plástica
expresión: “el ala del pájaro"..Naturalmente, sospeché desde un principio que la autoría de semejante
canallada - directa o indirectamente- podía estar en el sumo sacerdote y en sus
fanáticos saduceos. Entre los rumores que cruzaban Jerusalén de punta a punta
desde primeras horas de la mañana del domingo, había uno que presentaba
una especial afinidad con el graffiti en cuestión: el que aseguraba que los
discípulos de Jesús habían robado el cadáver del rabí, “aprovechando que los
guardias dormían”. había que oír aquellos bulos y los comentarios de los
ciudadanos -judíos o gentiles- para darse cuenta también que tales “noticias"
sólo eran creídas por los cargados de mala fe. Ni el más ingenuo en la ciudad
admitía que la legión romana pudiera ser burlada tan grotescamente...
Pero la campaña de intoxicación -como se diría en el siglo XX-había sido
meticulosamente planeada por el Sanedrín. O, para ser más exactos, por los
leales a Caifás y a su suegro. Aquella nueva medida de desprestigio público de
Jesús y su gente nació seguramente de la reunión celebrada la tarde anterior y
de la que nos informó José de Arimatea. No me equivocaba. Conforme fui
avanzando hacia la ciudad alta, otras frescas “pintadas" en las paredes de la
explanada de Xisto, en los bajos del
---
(1) En una de mis conexiones con la nave, Santa Claus confirmaría que un
fariseo por nombre Saduc y un tal Judas de Gamala, apodado el Galileo,
ambos simpatizantes o miembros del grupo de extrema izquierda de los
zelotas o "celosos”, animaron una revuelta contra los romanos en el año seis
de nuestra Era, con motivo -según la Guerra de los judíos (II, 118)- de un
empadronamiento. El motín fue aplastado, pero los zelotas, que contaban con
la simpatía del pueblo, siguieron practicando el terrorismo individual y la
guerra de guerrillas. Herían y mataban a los infieles y traidores, provistos de
un puñal que los latinos llamaban sica. De ahí derivó el calificativo de
"sicarios". San Pablo escapó de ellos por poco. (Act., XXIII, 14). (N. del m.)
(2) Esta ..pintada” procedía quizá de una época anterior. Posiblemente del
reinado de Augusto, en el que la paga diaria de un legionario romano era
idéntica a la fijada por César: 225 denarios anuales o el equivalente: 10 ases al
día. Tácito (Ann., 117, 6) explica que la revuelta de los soldados en el 14 fue
debida a esta baja paga. (N. del m.)
---
gran muro occidental del Templo y en la calle porticada del mercado “de
arriba”, vinieron a confirmar mi creencia. El pueblo, conforme iba
descubriéndolas, se arremolinaba en los alrededores, divirtiéndose y
enzarzándose en no pocas y agrias disputas. Tampoco es cierto que la
totalidad del pueblo estuviera en contra del Galileo. En las discusiones había
opiniones para todos los gustos. Algunas, muy valientes y sensatas. Ante el.argumento de la vigilancia romana
-en vergonzosa fuga hacia Antonia-, los
más guardaban silencio, reconociendo que “todo era muy extraño”. Pero el
miedo, como en todas las épocas, era libre y la mayoría no tenía el menor
deseo de perder su vida o su hacienda por defender a unos “desarrapados
galileos”. Esta era la expresión más repetida en los graffiti que llegué a leer.
“El naggar (designación en arameo del carpintero de la obra de afuera o, más
genéricamente, del constructor de Casas) de Galilea -rezaba una de aquellas
"pintadas"- no ha muerto...”
Y en una mordaz e intencionada segunda frase se aclaraba:
“Convalece en el lago, donde se "aparecerá" a rameras y bastardos.”
Sin duda, las noticias sobre una futura presencia del Hijo del Hombre en las
tierras del norte, precediendo a los suyos, obraban también en poder de sus
enemigos.
“Los desarrapados galileos -decía otra- han robado a su rey. Roma se
enterará.”
“¡Ladrones! Impuros! La sombra de la Ley perseguirá a los desarrapados hijos
del círculo de los gentiles.” (Así se conocía también a la Galilea.)


223
Quizá me entretuve excesivamente. Pero, en mi opinión, mereció la pena. De
estas manifestaciones en los muros de la Ciudad Santa tampoco dicen nada los
evangelistas y, sin embargo, fueron un factor más -y de clara importancia- en
la difusión de la más grande noticia de todos los tiempos. Los amigos y fieles
a Jesús de Nazaret supieron desde el principio de esta sucia maniobra de los
sanedritas y ello contribuyó también a multiplicar sus temores y a que, en el
caso de los diez, siguieran en el piso superior de los Marcos, sin atreverse a
pisar las calles.
Poco antes de la hora tercia, uno de los centinelas del parapeto oeste de
Antonia me escoltaba hasta el túnel de la fachada principal de la fortaleza. allí,
junto al puesto de guardia, volvió a repetirse la escena que ya había vivido con
el de Arimatea, en mi primera entrevista con el procurador. Un opcio consultó
la tablilla encerada en la que se registraban los nombres de los visitantes del
día, así como las audiencias previstas, y, con una sonrisa, adelantándome a las
intenciones del suboficial, le entregué mi cayado, levantando los brazos y
dispuesto al registro de rutina. Esta vez no fue necesario. Por la boca del túnel
distinguí la corpulenta silueta de Civilis, el comandante en jefe de la
guarnición.
Me saludó con el brazo en alto y, el optio, condescendiente, me franqueó el
paso, indicándome que “todo estaba bien” y que podía pasar.
Civilis, sin casco y sin cota de mallas, se protegía del fresco de la mañana con
la pulcra y larga capa granate. jamás le vi sin armas: su espada al costado
izquierdo (al revés que la tropa) y un pequeño puñal con la empuñadura en.forma de antílope en pleno salto.
Observó los restos de mi hematoma pero,
discretamente, no preguntó. Y en silencio cruzamos el patio cuadrangular de
tan tristes recuerdos. Todo respiraba rutina. Los infantes libres de servicio,
como en otras ocasiones, repasaban sus equipos. Algunos, bien con la simple
y corta túnica roja de lana o abrigados con sus pesados capotes de campaña,
jugaban a los dados sobre las losas de dura caliza grisácea. Esta vez no había
caballos junto a la fuente de la diosa Roma. Al pasar al lado del mojón de
piedra al que fue amarrado el Cristo, las imágenes de los azotes volvieron a
mí, revolviéndome el estómago.
Al pie de la pulida escalinata de mármol blanco que llevaba al vestíbulo y al
despacho oval de Poncio, el centurión se cruzó con otro oficial. Civilis golpeó
amistosamente la coraza musculada de cuero con su inseparable vitis o vara de
vid y el compañero se detuvo. En latín y con evidente contento le recordó que
todo debía estar dispuesto para la marcha del día siguiente. Me alegré de la
oportunidad de mi entrevista. Por lo visto -concluida la fiesta judía de la
Pascua-, el procurador y las fuerzas que le acompañaban regresaban a
Cesarea, sede del representante del César en aquella área de la provincia de
Siria, a la que pertenecía Judea.
Me sorprendió no ver los centinelas junto a la puerta labrada del despacho del
gobernador. Hasta ese momento había supuesto que nuestra reunión se
desarrollaría en dicha estancia.
Civilis, al detectar mi despiste, me hizo un gesto. Y le seguí hacia el fondo del
vestíbulo rectangular. Al llegar al muro de mármol chipriota que cerraba el
lado derecho se situó frente a un singular adorno: un escorpión de bronce, de
unos cuarenta centímetros de longitud, clavado a la pared por una gruesa bara
cilíndrica de hierro que lo mantenía ligeramente separado de la superficie del
muro. Representaba el octavo signo del Zodíaco: el del emperador Tiberio.
El oficial hizo presa en la erguida cola del brillante arácnido y tiró hacia abajo
con fuerza.
El bloque de mármol rechinó y, admirado, vi cómo una parte del paño giraba
sobre un oculto eje, dejando al descubierto una portezuela de un metro escaso
de altura.
El oficial se dispuso a entrar. Me miró y, por toda aclaración, comentó:
-Cosas del viejo Herodes...
Y un negro túnel se presentó ante nosotros.
Mientras nos adentrábamos en un oscuro pasadizo, con la barbilla casi pegada
a los muslos, supuse que las palabras de Civilis hacían referencia a alguna de
las extravagancias de Herodes el Grande, que fue quien remodeló Antonia
sobre el viejo castillo de los Asmoneos. Aquel “invento” de una puerta secreta
sólo podía ser cosa del “criado edomita”. A mi espalda, nada más penetrar en.el túnel, creí escuchar una rápida
sucesión de “clics”. Las tinieblas y lo

224
angosto del lugar no me permitieron descubrir el origen del rítmico tableteo
metálico, pero deduje que se trataba del mecanismo de cierre del muro. quizá
un viejo sistema de poleas y pesas que, nada más abrir la trampa, reacciona
automáticamente, procediendo al cierre de Forma gradual e inexorable.
Cuando habíamos recorrido una veintena de metros, medio asfixiado por el
escaso oxígeno, un golpe seco retumbó en el húmedo corredor. El muro
acababa de volver a su posición original, sepultándonos.
El hecho de que el centurión no se detuviera o hiciera comentario alguno me
tranquilizó relativamente. Aquél no era el lugar más idóneo para terminar mis
días.
Pero mis temores se disiparon en seguida. Civilis se había parado y yo,
torpemente, fui a chocar con él. No dijo nada. Abrió una portezuela de endeble
y roída madera y la luz me hirió los ojos.
Cuando logré enderezarme estaba detrás de unos gruesos cortinajes de color
púrpura. El oficial me cedió el paso y aparecimos en una especie de sueño.
jamás pude imaginar un lujo semejante. El pasadizo secreto nos había situado
en una estancia cuadrada -una especie de tezrastilum-, a cielo abierto y con
unas doscientas columnas semiempotradas en unos muros de las más variadas
y refulgentes tonalidades. El “techo” lo formaban anchas lonas púrpuras de
unos veinte metros de longitud tendidas del remate de una columna a la
opuesta. Con el sol en lo alto tamizarían los rayos, proyectando un resplandor
rojizo sobre el enlosado de mármol. En el centro se levantaba un pequeño
surtidor -ahora seco- en forma de gran concha y con seis tazas de mármol que
servían para recoger el agua.
En el muro orientado al sur -en el extremo opuesto al que escondía la salida
del pasadizo- habían sido practicados unos estrechos y altos ventanales,
cerrados con vidrieras, desde los que se podía contemplar el Santuario del
Templo y buena parte de la explanada de los Gentiles. Entre estas casi troneras
y el surtidor se alineaban tres mesas de marfil, muy bajas, y repletas de
manjares que, en un primer vistazo, no identifiqué, más que mesas parecían
arquetas. Y a un lado, una alta y bellísima lámpara de pie, de alabastio
translúcido, rematada por tres flores de loto en las que ardían otras tantas
mechas de aceite. Poco a poco, conforme fui curioseando, observé que el
procurador -o quizá su mujer- sentían una especial atracción por los muebles y
adornos egipcios. En el muro oeste, elevados sobre sendas peanas, se exhibían
-en el centro- un prodigioso barco faraónico, en papiro y con incrustaciones de
piedras multicolores y', a uno y otro lado, dos cabeceras funerarias, también de
origen egipcio. La de la izquierda, plegable y en marfil, adornada con dos
cabezas del genio protector Bes. La otra, una valiosísima pieza de pasta vítrea.azul opaca, con un friso de oro
decorado con los dos signos repetidos de la
vida divina.
Entusiasmado con estos posibles vestigios del reinado de Tutankhamen -que
no lograba entender cómo habían llegado a poder del gobernador- no me
percaté de la presencia de Poncio.
Civílis me tocó con su uitis y, al punto, me volví, descubriendo a un Pilato
rejuvenecido y jovial, que me saludaba brazo en alto. Le correspondí con una
leve inclinación de cabeza y, rechazando todo protocolo, se vino hacia mí,
zarandeándome por los brazos y burlándose de mis “correrías mañaneras por
los montes de Jerusalén". Estaba claro que el obeso Poncio había sido puesto
al corriente por su fiel comandante...
-Así que has visto el sepulcro vacío...
Pilato, que lucía un hermoso manto color jacinto, arrollado al tronco en varias
vueltas y una túnica de lana hasta los pies, no esperó mi posible respuesta.
Con sus azules y “saltones” ojos fijos en la cabecera funeraria -que yo acababa
de admirar-, murmuró para sí:
-Unica!... ¿Te gusta, Jasón?
Iba a decirle que sí y a preguntarle por el origen de tan magnífica pieza
cuando, deslizándose hacia el centro de la sala, levantó sus brazos y, girando
sobre sí mismo como una peonza, clamó a voz en grito:
-Roma me envidiará cuando sepa de mis innovaciones!
Civilis y yo nos miramos.
Y regresando hasta donde me encontraba, me tomó por el brazo, obligándome
a seguirle. Me señaló la columnata y, sin disimular su orgullo, fue
enumerando las excelencias de la construcción:


225
-Fíjate! Cada quince son de porfirita encarnada, de Cipo limo y de
Povanazzeto... ¿Y los mármoles?
Me hizo tocar las paredes mientras cantaba la procedencia de los lujosos
materiales:
-El negro, de la isla de Milo! Los cursis de Roma lo llaman “mármol de
Lúculo”. Numidia! Eubea! Teríaro!...
Pero, con la misma euforia con que había arremetido al informarme de sus
“innovaciones arquitectónicas” -dominado por su frágil y tornadizo
temperamento-, así se apagó también aquella explosión de orgullo personal. Y
atusándose nerviosamente el “postizo” rubio, se fue derecho hacia las mesas.
Se dejó caer pesadamente sobre los voluminosos cojines y, una vez
acomodado, nos miró perplejo. Agitó ambas manos, ordenándonos que
siguiéramos su ejemplo y, en el acto, el centurión y yo buscamos asiento
frente al procurador..Su cara, blanca, hinchada y redonda como un escudo se iluminó al reparar en
los manjares. Sus labios se abrieron en una sonrisa cargada de gula, haciendo
brillar sus tres dientes de oro.
-Oh! sesos de pavo real!
Y tomando una de las raciones la engulló sin masticar. Ni Civilis ni yo nos
atrevimos a imitarle. Pero Poncio, mientras hurgaba en una fuente de
pajarillos fritos, nos ordenó que empezáramos.
-Así que el milagro del sepulcro -me espetó de golpe, repitiendo casi
literalmente las palabras que yo había pronunciado en el patio de Antonia en
presencia del comandante- es sólo el principio de una serie de hechos
sorprendentes...
Civilis, impasible ni siquiera me miró. Se aferró a una pata de cabritillo y fue
devorándola con fruición.
Había que actuar con extrema cautela. Estaba dispuesto a “informarle “ de
algunos acontecimientos venideros -basados en mis “prospecciones" como
augur- pero, naturalmente, a cambio de algo...
Y siguiendo una vieja táctica, me hice rogar. Pasee la vista distraídamente por
las viandas y, señalando dos de las fuentes de plata, pregunté la naturaleza de
su contenido.
Poncio, astuto y divertido, aceptó el juego.
-Hígados de caballa y esto, leche de morena... Todo directamente importado
de las costas de Gades.
Me excusé, alegando que mi estómago no lo resistiría. Y el procurador siguió
descifrándome el “desayuno”:
-También tienes entremeses: erizos de mar, ostras de Tarento, bellotas marinas
(blancas o negras), tordos con espárragos de Sicilia o, si lo prefieres, riñones
de ciervo, pastel de pescado, panes de Piceno y, de postre, higos de Malta,
dátiles o pasas de levante.
Se quedó serio. Creí que se disponía a interrogarme de nuevo. Pero no. Batió
palmas con fuerza y, al instante, por una angosta puerta camuflada cerca de
los cortinajes apareció uno de los sirvientes. No fue preciso que se acercara. A
gritos, entre insultos, le recriminó el lamentable olvido del vino. Minutos
después, el mismo siervo regresaba con una pequeña ánfora de metal dorado.
Llenó las copas y, dejando el recipiente en un pie de hierro, se retiró mudo y
pálido.
-Salud! Pruébalo, Jasón... Tú eres comerciante en vinos. ¿Adivinas de dónde
procede?
Me sentí atrapado. Aunque había sido adiestrado en la cata de los más
preciados caldos de la región mediterránea, mi pericia en tales menesteres
dejaba mucho que desear..-¿Mosela? -aventuré después de olerlo y pasear un buche por la boca.
-Chipre! -rectificó con un punto de ironía.
Con mi prestigio “profesional" arruinado, opté por ir directo al negocio que
me había llevado a la fortaleza.
-Sí, estimado gobernador -anuncié con gravedad-. El asunto de la tumba vacía
es sólo el principio...
-La tumba vacía! -estalló Pilato-. Esos fanáticos quieren volverme loco.
¿Sabes lo que andan pregonando las ratas del Sanedrín?
Fingí no saberlo.
-Que mis soldados se durmieron! Y eso no es lo peor. Encima tienen la
desfachatez de calumniar a la legión, murmurando que los discípulos del tal
Jesús robaron su cadáver. ¿Sabes cuál es el castigo por dormirse en una


226
guardia?
Naturalmente que lo conocía. Yo mismo presencié una de esas brutales
ejecuciones por apaleamiento.
-Mis agentes me han informado del dinero que Caifás ha pagado a cada uno,de
sus cobardes policías para que cierren el pico: doscientos ases, Jasón! La paga
de veinte hombres! De eso no hablan, claro.
Escupió los huesecillos del pajarito frito que se traía entre manos y,
maldiciendo a los sacerdotes, prosiguió:
-Hijos de mil rameras! Mienten, sobornan y, para colmo, meten a mis hombres
en ese feo asunto!
-Tu sabes que tus legionarios no huyeron -repuse conciliador-. Yo estaba allí.
Poncio se mostró muy interesado por aquella circunstancia.
Jugueteó un momento con el falo que colgaba de su cuello y, sin rodeos, me
advirtió que no abusara de su amistad.
-No miento, excelencia. Puedes contrastar mi versión con la de tus infantes...
Cuando terminé la exposición de los hechos que había presenciado en la finca,
mis acompañantes se miraron abiertamente. Y el comandante asintió rotundo.
-Entonces -preguntó nervioso-, ¿crees que resucitó?
Me encogí de hombros y Civilis aprobó mi sensata respuesta.
-Lo que sí puedo decirte, preclaro gobernador, es que tan misterioso suceso es
sólo el principio de una cadena de signos.
Poncio abrió sus ojos al límite.
-¿Has consultado los astros?
Me apresuré a mostrarle los “cuadrados astrológicos”, dándole a entender que
había descubierto “enigmáticas y preocupantes coincidencias”.
Temeroso, se refugió en otra copa de vino.
Y previendo el indispensable auxilio del computador central, pulsé
disimuladamente mi oído derecho..Eliseo respondió al momento:
-OK. Todo listo. Santa Claus en afirmativo. Te sigo... Cambio.
-Veamos -le anuncié con una teatralidad que todavía me asombra-, en primer
lugar quiero que te fijes en los siguientes y prodigiosos hechos. El número “9”
se repite... sospechosamente.
“Guiado” por Santa Claus y por la Providencia -no puedo entenderlo de otra
forma-, lo que en un principio fue un inocente juego, terminó por
desconcertarnos: a Poncio, al centurión, a Eliseo y no digamos a mi...
-Observa. Ayer fue día nueve. Y las apariciones del resucitado en dicha
jornada fueron igualmente “nueve”...
-¿Nueve visiones?
Pilato ignoraba ese dato. Y miró a su comandante con precaución.
-Según mis noticias -continué sin saber exactamente a dónde podía ir a parar-,
Jesús de Nazaret nació el “noveno" mes del año...
Levanté la vista hacia las lonas, fingiendo que consultaba mi memoria. En
realidad, la “memoria” que entró en acción fue la del ordenador del módulo. A
los pocos segundos, mi hermano -sin dar crédito a lo que arrojaba el monitor-,
exclamó:
-Increíble, Jasón! Según el calendario romano y los datos del banco de Santa
Claus, Jesús nació en el año 747, que suma “nueve”! (1).
-al noveno mes -repetí- de su gestación, del año 747.
El procurador, contando con sus pringosos dedos, hizo el mismo cálculo que
nosotros.
-Siete y cuatro suman once... que sumados a siete... dan dieciocho...
La casualidad -¿o no fue tal?- deslumbró a Pilato.
-Por Zeus! Nueve!
El oficial meneó la cabeza, desautorizando aquella comedia. Pero el
gobernador, que tenía muy presente mi “vaticinio” sobre el extraño fenómeno
solar de la mañana del viernes, no le prestó atención.
-Continúa!
Eliseo vino en mi ayuda.
-Supongo que estamos locos, Jasón, pero fíjate lo que leo en la pantalla.
Siguiendo el calendario de Roma, el actual año 30 corresponde al 783 de
dicho cómputo imperial. (El año “cero” no se contabiliza). Y “siete” más
“ocho” más “tres” suman otra vez “nueve”. Sigue por ahí. Santa Claus está
buscando posibles “coincidencias” entre el número nueve, el gobierno o la
vida de


227
---.(1) Sabíamos que la muerte del rey Herodes el Grande había ocurrido en el
año 750), según el cómputo romano. Jesús nació tres años antes (en el “menos
7" de la Era Cristiana). (N. del m.)
---
Poncio y otros sucesos venideros, también en conexión con la vida del Cristo
o con sus profecías... Cambio.
Transmití este último “hallazgo” a mi cada vez más desolado amigo y, por
pura intuición, sumé los años de Jesús en aquel año: “36”. (Los habría
cumplido “oficialmente” en agosto, aunque ya los tenía, teniendo en cuenta el
periodo de gestación.)
-Otra vez el “9” -le dije, forzando la situación.
Pilato resumió lo que llevábamos expuesto:
-Nacimiento vinculado al “nueve”. Su vida suma "nueve" y también el año de
su muerte...
-Y su resurrección ha sido en día “9”! -remaché.
-Jasón, escucha! -la voz de Eliseo me proporcionó otros dos datos, también
encadenados al dichoso “nueve”-. La supuesta desaparición o “ascensión" del
Galileo se produjo, o se producirá, el 18 de mayo, jueves. También suma “9"!
Y he aquí otra curiosa casualidad: sabemos que el gobierno de Poncio
concluyó (o concluirá) en el año 792 o en el 36 de nuestra Era. Todo suma
“9”! Ahí tienes un “cabo” para “amarrar" a tu amigo! Suerte! Sigo atento...
Demonios! Aquello era demasiado para pensar en una serie de coincidencias.
Y aunque nunca he prestado excesiva importancia a la llamada "numerología"
o “ciencia de los números", tan cercana a la Cábala hebraica, me propuse
bucear en la simbología de tales cifras. ¿Qué podía perder? Se trataba de
simple e inocente curiosidad. Dios de los cielos! Lo que fui descubriendo me
llenó de asombro (1).
Elegí la segunda información: la del final de la procuraduría de Pilato. Pero
¿cómo utilizarla sin lastimarle y sin violar el código de Caballo de Troya? El
propio y pusilánime gobernador me dio pie con su inmediata pregunta:
-El nueve! ¿Y qué tiene que ver conmigo?
Simulé una cierta resistencia.
-Habla o te encarcelo!
Incliné la cabeza en señal de acatamiento. Aquel loco era capaz de cumplir su
amenaza.
-Los astros señalan que tu destino, a partir de ahora, estará irremediablemente
unido al recuerdo de ese Hombre... y al eve...
-Explícate con claridad -exigió sin contemplaciones..-Los prodigiosos signos que han empezado a producirse -
argumenté
tendiéndole una trampa- se extenderán hasta las tierras de la Galilea y por
espacio de cuarenta días. quizá allí
---
(1) El mayor, en sus escritos, no revela cuáles fueron estos "descubrimientos”.
Pero, al igual que yo mismo, el lector no tendrá demasiadas dificultades para -de
la mano de la “numerología” y de la Cábala- hallarlos por si mismo. Como
mi “amigo”, el mayor, yo también he quedado atónito. (N. del a.)
---
podamos conversar con más calma y con nuevos elementos de juicio...
-¿Galilea? -El gobernador se dirigió a Civilis-. ¿No son ésas las noticias que
han traído nuestros espías?
El centurión manifestó su conformidad.
-¿Me quieres hacer creer que el Galileo volverá a aparecerse en el norte?
-Eso dicen los astros -mentí con descaro-. Y abusando de tu confianza, aún te
diré más: quizá tú mismo o Procla, tu mujer, podáis verle.
Al oír el nombre de Claudia Prócula o Procla, palideció. Poncio estaba al
corriente de las inclinaciones de su esposa hacia las enseñanzas y la figura del
Maestro. Y, medroso con los asuntos mágicos o divinos, la dejaba hacer. El
“sueño” de la distinguida romana poco antes del ajusticiamiento de Jesús
continuaba clavado en el débil Espíritu de aquel hombre. días más tarde,
durante nuestra accidentada e intensa “campaña exploratoria” en el norte de
Palestina, Eliseo y yo tendríamos la fortuna de conocer a Procla, los detalles
de dicho “sueño” y las sinceras inquietudes que había despertado en ella el
Hijo del Hombre.
-Un momento. No me confundas con tus añagazas. Vamos por partes. ¿Qué


228
dicen los astros sobre mi destino?
Cedí en parte.
-A cambio, deseo solicitar de tu magnanimidad, un pequeño favor.
Civilis torció el gesto.
-Tú dirás -manifestó el gobernador, resignado.
-Tengo entendido que en Cesarea vive un centurión cuyo criado fue
milagrosamente curado (a distancia) por el resucitado. Quiero viajar allí y que
me extiendas una autorización para interrogarle.
-Concedido!... con una condición.
El deseo del gobernador vino a redondear mis propósitos.
-Que la entrevista se celebre en mi presencia y en la de Procla.
Correspondí con una exagerada reverencia.
-¿Y bien?.-Deberás permanecer muy atento al “nueve” -le aclaré en la medida que me
fue posible-. Si los astros y mis observaciones no yerran, tu gobierno se
eclipsará en un año que sume nueve...
Aquello le dejó estupefacto. Yo sabía, como referí, que el año de la caída
política de Poncio Pilato sería el 36 de nuestra Era (1) o el 789 (ab Urbe
Condiza LTC) de la cronología romana. Naturalmente,
---
(1) Poncio fue destituido de su puesto como gobernador por Cayo, alias
“Calígula”, como consecuencia de un grave error político.
---
jugué con ventaja. El año al que me refería debía ser computado por el
calendario cristiano: algo inexistente e impensable entonces.
Poncio debió de recordar que nos hallábamos en el 783 -que suma “9”- y,
tembloroso, fue a besar el falo de marfil, en un intento por conjurar el
“maleficio" que acababa de “caer” sobre su espíritu.
-Pero hay más...
Santa Claus -genial- había “descubierto" otra “casualidad" que elevó mi
prestigio como “adivino", desmoronando a mi interlocutor.
-Siguiendo con el “nueve" y con los prodigiosos sucesos que “veo” en los
astros, llamo tu atención sobre algo que también profetizó el rabí de Nazaret y
que, según todos los indicios, preocupará a Roma. En otro año que deberá
sumar “nueve”, esta provincia se levantará contra el Imperio.
(Aunque tuve especial cuidado en no mencionar la fecha exacta -el 819
romano o 66 después de Cristo- me estaba refiriendo, obviamente, a la
insurrección de la primavera del citado año 66, que marcaría el principio del
fin de Jerusalén. En dicha fecha, como es sabido, el procurador Casio Floro
requisó un alto tributo en oro del Templo judío, provocando graves
alteraciones. El cruel Floro envió sus tropas contra el pueblo, matando a 3600
judíos. Los rebeldes hebreos respondieron a la matanza, apoderándose de la
zona del Templo y asaltando Masada. Con las armas requisadas a la
guarnición romana se dirigieron de nuevo a Jerusalén, sitiando y aniquilando a
las fuerzas de Antonia. Floro escapó y la guerra se extendió por todo Israel.
Tras la fracasada incursión de Cestio Galo, gobernador de Siria, en tierras de
Judea, Nerón encomendó al prestigioso general Vespasiano que sometiera la
levantisca provincial. El resto es bien conocido.)
Era increíble, incluso para Eliseo y para mí. Desde el momento en que Jesús
vaticinó el cerco y destrucción de la Ciudad Santa -año 30-, hasta que se
produjo la mencionada primera insurrección -año 66-, transcurrirían otros 36
años. Es decir, una cifra que volvía a sumar “nueve”....Y no quedará piedra sobre piedra. Supongo que estás
hablando de la profecía
sobre la destrucción de Jerusalén.
---
Pocos años después de la muerte de Jesús, numerosos samaritanos se
congregaron en torno a un supuesto Mesías, que les prometió descubrir los
vasos sagrados enterrados por Moisés en uno de los montes de Samaria. Pilato
supo de esta multitudinaria concentración en el monte Garizim y cargó contra
los samaritanos, llevando a cabo una carnicería. Ante las acusaciones de
judíos y samaritanos, Vitelio, supremo gobernador de Siria, le envió a Roma
pero, durante el viaje, Tiberio falleció. El nuevo emperador, Calígula,
desterraría a Poncio a las Galias. (N. Del m.)
---
El gobernador volvió a sorprenderme. Sus agentes también le habían dado

229
cumplida cuenta de las públicas e increíbles manifestaciones del Maestro. Y
aquello descargó mi conciencia.
Sin embargo, se mostró escéptico respecto a la hipotética sublevación de los
judíos.
-Fanfarronadas! -resumió mientras volvía a batir palmas, llamando a la
servidumbre-. Nuestro ejército es el más poderoso del mundo.
La pista que dejé caer -un año que debía sumar “nueve”- siguió flotando en el
corazón del procurador. El mancebo se aproximó hasta su señor y éste,
indicándole que se agachara, le susurró algo al oído. El siervo se retiró y
Pilato, retomando el hilo de la conversación, me preguntó:
-En todas las guerras y calamidades (tú debes saberlo mejor que yo), se
producen “señales” que las anuncian. ¿Podrías adelantarme alguna?
Mi confusión fue tomada por una natural resistencia a no “tentar a los dioses o
al destino". Y con su habitual engreimiento añadió que estaba dispuesto a
recompensarme espléndidamente. No eran ésas mis intenciones. Pero disimulé
y recogí la oferta, insinuándole que la “mejor recompensa era contar con su
apoyo y beneplácito”. Se sintió tan halagado por mi falsa adulación que llegó
a prometerme, incluso, una escolta permanente mientras viajara por el norte.
Desde el módulo recibí información sobrada en relación a la cuestión de mi ya
incondicional amigo.
-Haré una excepción. Una de las primeras y principales señales que
precederán y se mostrarán antes de la ruina y destrucción de esta ciudad -proclamé,
siguiendo los textos de Flavio Josefo en su obra Guerra de los
Judíos- será una estrella, como una espada ardiente, que lucirá día y noche y
por espacio de un año a la vista de todos los habitantes de Jerusalén.
-¿Un cometa? -intervino maravillado..La verdad es que no podía responder a semejante pregunta. Quizá
Josefo se
estaba refiriendo al paso del Halley, registrado también por los astrónomos
chinos. La máxima aproximación de este cometa en aquel tiempo tuvo lugar el
25 de enero del año 66. Sin embargo, la observación del mismo no pudo
prolongarse durante tanto tiempo. ¿Fueron dos los cometas o el historiador
judío-romanizado estaba describiendo otro fenómeno celeste?
-Y en los astros -continué ante el escepticismo de Civilis y la progresiva
curiosidad del gobernador- se “lee” igualmente que, poco antes de la rebelión
primera, una fuerte lumbre se mostrará al pueblo en el altar y alrededor del
Templo mismo (1). Pero estas torcidas gentes no creerán en el aviso del
cielo...
---
(1) Flavio Josefo escribe textualmente: “ ... a ocho días del mes de abril, a las
nueve de la noche, se mostró tanta lumbre alrededor del
---
Y habrá más. Un buey parirá un cordero en mitad del Templo(1).
Ante semejante y supuesta majadería, el comandante, presa de una súbita risa,
se atragantó.
Y la puerta oriental -proseguí con mayor solemnidad-que, como sabes,
necesita de veinte hombres para ser cerrada, aparecerá misteriosamente
abierta, sin que mano de humano se mezcle en ello (2).
“Por último, para no agotarte, poco antes del fuego y la muerte, todo Jerusalén
se maravillará y se hará lenguas ante los muchos carros que correrán por el
aire (3).”
Hubiera podido añadir más “señales” -los textos de Josefo son excepcionales
en este aspecto-, pero lo estimé innecesario. Poncio estaba boquiabierto.
La presencia en el tetrastilum de dos mancebos le sacó del trance. Mientras
uno hacía sitio entre los restos de la comilona, el que había recibido el encargo
depositó sobre una de las mesas la bandeja de madera que portaba. En ella vi
una cajita de hueso labrado, una maza de reducidas proporciones y una copa
de plata de ancha boca. En su interior distinguí un puñado de perlas.
El procurador los despidió con un gruñido. Peleó por acercarse a tan extraño
encargo pero su abdomen, duro y cargado como un odre repleto de pez, se
resistió. Las sucesivas intentonas
---
altar y alrededor del templo, que parecía ciertamente ser un día muy claro, y
duró esto media hora larga.” (A'. del m.)
(1) En su misma obra -Guerra de los Judíos (XII)- asegura en dicho sentido:

230
“Este mismo día, y en la misma fiesta, un buey que traían para sacrificar, parió
un cordero en medio del templo.” (A'. del m.).(2) "La puerta oriental del templo interior -sigue en el mismo
párrafo-, siendo
de cobre muy grande y muy pesada, la cual apenas podían cerrar cada noche
veinte hombres, y tenía los cerrojos todos de hierro y las aldabas muy altas, las
cuales daban en lo hondo de una piedra muy grande, que estaba en el umbral
de la puerta, se mostró abierta una noche a las seis horas, sin que alguno
llegase a ella.” (N. Del m.)
(3) Josefo refiere así este sorprendente hecho: “Pocos días después de los días
de las fiestas, a los veintiuno del mes de mayo se mostró otra señal increíble a
todos muy claramente. Podría ser que lo que quiero decir fuese tenido por
fábula, si no viviesen aún algunos que lo vieron, y si no sucedieran los fines y
muertes tan grandes como eran las señales: porque antes del sol puesto, se
mostraron en las regiones del aire muchos carros que corrían por todas partes
y escuadrones armados, pasando por las nubes derramadas por toda la ciudad:
pues el día de la fiesta que llaman Pentecostés, habiendo los sacerdotes
entrado de noche en la parte del Templo más cerrada, para hacer, según tenían
de costumbre, sus sacrificios, al principio sintieron cierto movimiento y cierto
ruido; y estando atentos a lo que sería, oyeron una súbita voz que decía:
"Vámonos de aquí “ (N. del m.)
---
agitaron su estómago, eructando cavernosamente. Al fin consiguió su
propósito y, destapando la cajita hacia sí, sonrió satisfecho. Acto seguido tomó
una de las perlas, la examinó entre sus cortos y abarrilados dedos y, con un
suspiro de resignación, fue a situarla en el mantel. El centurión llenó las copas
y, con la mayor naturalidad, como si se tratase de una costumbre rutinaria y
sabida, agarró la maza, propinando a la perla un terrible golpe. El nácar blanco
agrisado -de buen oriente sin duda- destelló lastimosamente. Con dos o tres
nuevos mazazos, la pieza quedó pulverizada. Y Civilis, servicial, fue
recogiendo el polvillo con la punta de su puñal, espolvoreándolo en el vino.
Lo agitó y se lo ofreció a su jefe.
-Salud!... Lástima de mil sestercios!
Poncio apuró el brebaje, eructando nuevamente.
Comprendí. Si no recordaba mal, las perlas -que no son otra cosa que un
aragonito- contienen un alto porcentaje de carbonato de cal (un 84 por ciento),
una sustancia orgánica que proporciona el color -la conguialina, en un 13 por
ciento- y un 2,85 de agua. El primero, el carbonato cálcico, es una sal y se usa
habitualmente como antiácido, absorbente y antidiarreico. Supuse que el
efecto antiácido de la perla aliviaría su pesada digestión. Y recordando que es
insoluble en agua y alcohol, me atreví a recomendarle que, en lo sucesivo, lo
tomara a “palo seco”. El procurador desconocía mi faceta como “sanador” y,
entre los vapores del caldo, me propuso que me alistase en su plantilla de.médicos. Prometí meditar tan
atractiva sugerencia mientras ultimaba los
negocios que me reclamaban en la Galilea.
La reunión tocaba a su fin. Pero, antes de despedirnos, Pilato, en muestra de
agradecimiento, puso en mis manos la misteriosa cajita de hueso. Le miré sin
comprender.
-Ábrela! Es para ti, con mi reconocimiento...
Repetí la reverencia y obedecí intrigado.
El estuche contenía una esmeralda con una anémona tallada. La examiné entre
vivas muestras de alegría y gratitud. Y el mareado gobernador se inflamó de
orgullo y satisfacción. Lo que procuré ocultar, por supuesto, fue mi decepción.
Al levantarla y dejar que los rayos del sol la iluminaran me di cuenta que se
trataba de una habilidosa falsificación. Sin duda, una crisoprasa.
Pero, como digo, me cuidé muy mucho de contrariar al ufano anfitrión.
Prometió recibirme en Cesarea -de acuerdo con lo convenido- y, tras solicitar
su permiso para interrogar a la patrulla que había montado guardia en el
sepulcro del Nazareno, nos retiramos de su presencia.
A decir verdad, mi entrevista con seis de los diez infantes -cuatro se hallaban
de servicio en las torres- tampoco arrojó nuevos datos sobre el suceso. Civilis,
siempre presente, constituyó una inestimable ayuda. Pero los legionarios no
supieron explicar lo ocurrido. Nadie se aproximó al lugar y nadie movió las
losas. Eso quedó claro. En cuanto al desmayo colectivo, silencio. Ni uno solo,
como era de esperar, supo darme razón. “Sus cabezas se llenaron de un


231
poderoso zumbido y cayeron a tierra, como muertos.” Cuando volvieron en si,
algunos vomitaron. Eso fue todo lo que pude sacarles.
Y hacia la hora sexta -las doce del mediodía-, me despedí del centurión,
tomando el sendero del norte, rumbo a la cima del monte de los Olivos. Me
sentía satisfecho. Y aceleré el paso, deseoso de conocer los descubrimientos
de mi hermano sobre los lienzos mortuorios.
En cierto modo, el aullante viento del este nos benefició. Las gentes no se
arriesgaban a salir de la ciudad. Y mi segunda entrada en la “cuna” fue rápida
y sin tropiezos. Hacia las 12.30 -casi a las veinticuatro horas de haberlo
abandonado-, con la ayuda de las “crótalos” distinguí la estructura del módulo,
luminosa, firme y altiva sobre el calvero pedregoso, como una “bandera” de
paz de “otro tiempo” y de “otros hombres”...
Mi hermano pasó a informarme sin demoras. Era mucho lo que había
descubierto y más aún lo que iría surgiendo con el paso de los días...
Ahora, por estrictas razones de economía y eficacia, haré mención tan sólo de
algunos de estos "hallazgos”. Tiempo habrá de volver sobre el asunto..,
espero..Uno de los datos que no quiero pasar por alto es el peso, textura y dimensiones
de la sábana que sirvió para envolver el cadáver del Hijo del Hombre.
Exactamente: 234 gramos por metro cuadrado. Es decir, contemplando sus
4,36 x 1,10 metros, obtuvimos un total de 1 kilo y 123 gramos. El tejido,
opaco y espeso, resultó muy irregular, tanto en el hilado como en la textura.
Esta era del tipo de “sarga” -también conocido en la actualidad como modelo
de “raspa de pez”-, con una media de 40 hilos por centímetro cuadrado en la
urdimbre y 30 en la trama. Eliseo contabilizó 27 inserciones por centímetro.
Con el apoyo del microscopio -y en ampliaciones de hasta 5000 aumentos-,
confirmó la naturaleza de la fibra: lino, con solitarias y escasísimas presencias
de algodón del tipo herbaceum (1). Posible
---
(1) Como ya puntualizó en su momento el gran especialista T. Walsh, la sarga
no se tejió en Europa hasta bien avanzado el siglo XIV. En Egipto y Palmira,
en cambio, este tipo de sarga -tanto en lana (Antínoe, en Egipto) como en lino
(Palmira, al noreste de Palestina)era trabajado de antiguo. En cuanto a los
“pellizcos” de algodón hallados en el lienzo -como dice Raes-, también era
conocido en Oriente Medio en los tiempos de Jesús. En las ampliaciones pudo
apreciarse a la perfección el tipo de sarga: de “4” en espiga. Por un hilo de
urdimbre se contabilizaron tres de trama por encima y uno por debajo. (A'. del
m.)
---
procedencia: el centro comercial de Palmira, a diez jornadas de Jerusalén.
Quizá estos informes puedan parecer poco importantes. Pero, en nuestra
opinión, lo son. En especial porque coinciden -yo diría que son los mismos-con
los análisis verificados sobre el ya mencionado lienzo o Síndone que se
guarda en la ciudad de Turín, así de rotundo... Como decía el Maestro, “el que
tenga ojos, que vea..."
Gracias al microscopio Ultropack y a las sofisticadas técnicas
espectrofotométricas (1) de que disponíamos en la “cuna”, fue posible
confirmar e identificar en la sábana restos de orina, sudor, así como otros
compuestos orgánicos, fundamentalmente ungüentos.
---
(1) En la toxicología forense, las técnicas espectrofotométricas son de una
gran utilidad. Su fundamento es el estudio de los espectros de absorción. A
diferencia de los de emisión, que son producidos por cuerpos incandescentes,
los primeros son debidos a la “absorción" de determinadas radiaciones. El
espectroscopio consiste en un prisma al que llega -por una hendidura- la luz
del foco luminoso. Esta es descompuesta al atravesar el prisma en una serie de
rayas que constituyen el espectro de emisión de dicho foco. Pero las.vibraciones luminosas, al atravesar ciertos
cuerpos, son absorbidas en parte,
diferenciándose la luz transmitida de la primitiva. Esta absorción es variable,
según la sustancia y, en muchos casos, completamente característica.
Mediante un espectrofotómetro y un espectrocolorímetro pudimos realizar una
fácil y exacta determinación cuantitativa de las sustancias que impregnaban el
lino: sudor, orina, sangre, etc. Caballo de Troya eligió para esta fase de la
misión el espectrofotómetro de Beekman (modelo DB), de doble haz. El rayo
procedente de la fuente luminosa se desdobla en dos haces: el de referencia y


232
el de muestra. El primero atraviesa la célula de referencia. El segundo lo hace
sobre la célula que contiene la muestra (en este caso, ya que no podíamos
dañar la sábana, sin disolver). Después, ambos haces se recombinan y
alcanzan el detector. Una vez colocada la muestra, el detector mide el grado
de desequilibrio entre los dos rayos. Básicamente, nuestro aparato se
componía de los siguientes elementos: una fuente (para el intervalo de
longitudes de onda de luz visible -4000 7500 - se utilizó una lámpara de
tungsteno). Para las regiones del ultravioleta e infrarrojo, la fuente de
radiación fue una lámpara de hidrógeno o un Nerst, respectivamente. Las
moléculas de hidrógeno, eléctricamente excitadas, emiten radiación
ultravioleta. La de Nerst era una barra de óxido de zirconio, óxido de cerio y
óxido de tono, que se calienta eléctricamente a 1000-1800 grados. Emitiendo
radiación infrarroja. Un monocromador, que consiste en un filtro de luz que
permite el paso de la longitud de onda deseada y absorbe la radiación restante,
que perturbaría el análisis. Una célula de muestra, que fueron construidas en
vidrio para el espectro visible; en cloruro sódico para el infrarrojo y en cuarzo
para la región del ultravioleta. Y un detector: una fotocélula que transforma la
energía radiante en eléctrica. Ésta da la lectura directa sobre un cuadrante
indicador o sobre un gráfico. Todo ello, naturalmente, conectado con el
ordenador central. (N. del m.)
---
Resultaría prolijo y agotador enumerar la constelación de datos resultantes de
estas prospecciones. Me limitaré, en consecuencia, ya que estos escritos sólo
tienen una finalidad descriptiva, a constatar aquellos descubrimientos que
llamaron nuestra atención. Por ejemplo, hablando de la orina -presente entre
los hilos del lienzo a raíz, sin duda, de la relajación de esfínteres-, su
concentración era muy elevada, con un considerable índice de potasio, un
exceso de azúcar e, incluso, restos de proteínas, derivadas seguramente de la
mioglobina. En resumen, una orina muy ácida (1), señal de algo que ya
conocíamos: del tremendo sufrimiento de aquel Hombre durante su Pasión y
Muerte..El sudor, más abundante que las muestras de orina, era inequívoco. Los
niveles de cloro y potasio, sobre todo, aparecieron igualmente altos. (También
detectamos algo de colesterina, ácidos grasos y vestigios de albúmina y úrea.)
Aquellos restos de las glándulas sudoríparas, sebáceas, etc, eran otro signo
inequívoco de la rigidez cadavérica, que afecta en primer lugar a los órganos
de musculatura lisa. No pudimos encontrar, en cambio, vestigios de esperma.
(En los ahorcados, como también es sabido, suele darse con frecuencia.)
Aunque lo habíamos constatado personalmente, las experiencias con
espectrofotometría de absorción y las llevadas a cabo con el sistema
---
(1) En la orina secretada diariamente por un adulto sano, en condiciones
normales (cantidad que oscila entre los 1300 a 1600 cm3), de 1000 partes se
obtienen 960 de agua y 40 de principios sólidos: úrea, 23 partes; cloruro de
sodio, 11 partes; ácido fosfórico, 2,3; ácido sulfúrico, 1,3; ácido úrico, 0,5, y
el resto, ácido hipúnico, leucomainas, urobilina y sales orgánicas. Pues bien,
desde nuestro punto de vista, la extrema acidez de la orina de Jesús -muy por
encima de la media normal-, podía ser consecuencia del siguiente proceso: en
el ejercicio muscular realizado en presencia de oxígeno, o sin él, el glucógeno
se disgrega en la cadena metabólica hasta formar ácido pirúvico. Este,
captando un hidrogenión (H), forma ATP (adenosin trifosfato) y ácido láctico.
El ATP, como se sabe, es un dador de energía para el ejercicio. Mejor dicho,
la única fuente de energía. Por cada dos unidades de ácido láctico se forman
tres de ATP, que son la fuente energética en ausencia de oxígeno
(metabolismo anaerobio). Pero el ácido láctico no puede permanecer como tal
ácido en sangre y, por ello, se une a los bicarbonatos: ácido láctico más
CO3HNa lactato sódico más C03H (bicarbonato sódico). El ión bicarbonato
(C03H) se une a un hidrogenión, produciendo anhídrido carbónico y agua.
Surgiendo así una gran acidosis en sangre que obliga -para compensarse- a la
eliminación de hidrogeniones por orina, acidificándose ésta.
Sin embargo, en presencia de oxígeno (metabolismo aerobio), el ácido láctico
entra en el ciclo de Krebs, en el que, en presencia de 02, produce CO2 y H2O,
que son fácilmente eliminados por pulmón y orina, respectivamente. En
presencia de oxígeno, una molécula de glucógeno produce 38 de ATP. (A'. del
m.)


233
---
de cromatografía de gases (1), nos proporcionaron las pruebas definitivas y
científicas de que la sábana en cuestión había contenido un cadáver, con
evidentes manifestaciones de una primaria putrefacción. (Aún hoy en día,
numerosos científicos e historiadores siguen cuestionándose si Jesús de.Nazaret murió realmente en la cruz o
si la "resurrección” no fue otra cosa que
una súbita reanimación de un cuerpo gravemente herido.)
Hallamos igualmente algunos cabellos -a los que me referiré en breve- y que,
con los ensayos verificados sobre el sudor y, obviamente, sobre los coágulos
de sangre, nos permiten creer que el tipo sanguíneo del rabí de Galilea era AB.
Y entre otros restos de origen natural -partículas de polvo, mineralógicas
(especialmente caliza cenomanía, margocaliza senoniena y arenisca) y
fragmentos aislados de tejidos vegetales- acertamos a identificar un
“elemento” que, meses después de nuestro definitivo retorno a 1973, pudo ser
“descubierto” sobre la urdimbre del referido lienzo de Turín, confirmando así
nuestras sólidas sospechas, en el sentido de que ambas sábanas
---
(1) La cromatografía, también en toxicología forense, es un método de gran
eficacia. Gracias a ella es posible separar sustancias orgánicas e inorgánicas,
tanto en grandes cantidades como en proporciones microscópicas. En nuestro
caso, el análisis fue cualitativo. La cromatografía puede ser definida como un
método de análisis, en el que un disolvente o un gas favorecen la separación
de sustancias por migración diferencial, a partir de una estrecha zona inicial en
un medio poroso o absorbente. Las sustancias así separadas pueden
identificarse con posterioridad por medios analíticos. Entre las técnicas
utilizadas en cromatografía, Caballo de Troya eligió la denominada "de
gases”. Para llevarla a cabo fue preciso un aparato especial que consta de
cuatro elementos básicos: una fuente de suministro de la fase móvil gaseosa,
un bloque de inyección, una columna y un detector.
La fuente de suministro del gas portador consistió en un cilindro de acero que
lo contiene a presión. El gas utilizado fue hidrógeno. El bloque de inyección
fue un dispositivo para la vaporización de las sustancias volátiles, así como
para la introducción de la muestra en el aparato. En cuanto a la columna,
estaba formada por un tubo de acero inoxidable, relleno por un sólido poroso e
inerte, impregnado con un líquido de alto punto de ebullición. El soporte
sólido consistió en tierra de diatomea. Por último, el detector era un
dispositivo automático, que registraba la presencia de distintos componentes.
El nuestro era del tipo de “densidad gaseosa", que inside la diferencia entre la
densidad del efluente gaseoso y el de una columna de comparación, a través
de la cual pasa solamente nitrógeno. El detector se hallaba conectado a un
registrador potenciómetro, que inscribía automáticamente un cromatograma en
el que, sobre una línea de base, se elevan picos correspondientes a los
componentes de la muestra analizada. La altura del pico y su área se
corresponden cuantitativamente con aquellos componentes. En este caso,.como muestra, fueron utilizados
varios hilillos que en nada dañaron la
integridad general del lienzo. (A'. del m.)
---
son una misma pieza. Me estoy refiriendo a los granos de polen. Quizá por
nuestra inexperiencia y por la lógica falta de tiempo, el "catálogo” levantado
por Eliseo fue más corto que el ofrecido por el gran palinólogo y reconocido
criminalista, Max Frei, de Suiza. Con la ayuda del microscopio óptico -lástima
no haber dispuesto de uno electrónico-, fue posible identificar gránulos de
polen de plantas desérticas, en especial de las regiones del Néguev (iris y
tulipanes rojos), de las que abundaban en la “selva” del Jordán e, incluso, de
las que alfombraban los estratos sedimentarios de las altas tierras del norte;
sobre todo, de las laderas que confluyen hacia el lago de Tiberíades. Cuando
tuve conocimiento de las investigaciones del señor Frei, me apresuré a
remitirle los nombres y características de algunos de los especímenes de polen
(1) hallados por nosotros. La información, al ser lógicamente anónima, quizá
fue interpretada como la obra de un bromista. El caso es que nunca supe si el
palinólogo tuvo ocasión de profundizar en sus interesantes descubrimientos,
verificando la presencia del polen que yo, personalmente, le anuncié podría
llegar a detectar, de la misma forma que había diferenciado otras 48 plantas
(2). Estoy seguro que en el futuro, cuando la Iglesia católica dé “luz verde"


234
para investigar directamente sobre la Síndone de Turín, lo que aquí queda
escrito pueda ser ratificado. Bastaría con efectuar un barrido superficial sobre
el lino para que la palinologia refrendara mis palabras. Naturalmente, lo que
nosotros no pudimos encontrar fueron granos de polen de las regiones por las
que, al parecer, peregrinó la Síndone: Turquía, Francia, Italia, etc.
---
(1) Entre los tipos de polen hallados por Caballo de Troya recuerdo los
siguientes: el Iris Haynei, que suele localizarse en el monte Gilboa, al oeste de
las hoy llamadas alturas de Golán y en el este de la región de Samaria; el
Orchis sanctus, de tardía floración y que, justamente, crecía en aquellas fechas
de abril; la Centaurea eryngioides, de la que ya habla el Génesis (3, 18) y que
era muy abundante en Judea y Samaria; el Iris Bismarckiana, muy frecuente
en las montañas que rodean Nazaret:el Amygdalus communis, que anunciaba
la primavera y que también es citado en la Biblia (Génesis, 43, 11,y Jeremías,
1,11); la Anthemis mela nolepis y la Acacia tortilis, también de las zonas
desérticas del sur y del este. (Naturalmente, estos nombres científicos son
relativamente modernos.) (A'. del m.)
(2) En la noche del 23 de noviembre de 1973, Max Frey, con la ayuda del
profesor Guío, tuvo acceso a la Sábana Santa de Turín, consiguiendo 12
muestras del polvo, sobre una superficie de 240 mm2. Se valió para ello de.unas cintas colgantes especiales,
sin tocar las zonas de la imagen. En
sucesivos estudios logró identificar casi medio centenar de plantas,
representadas por otros tantos tipos de polen. Entre éstos destacaban 16, casi
exclusivos de las regiones desérticas y de alta concentración de salinidad del
mar Muerto (halofitas). Había, por supuesto, otros especímenes de las estepas
de Anatolia, Francia e Italia. (A'. del m.)
---
El capítulo de los cabellos encontrados en el lienzo, así como el mechón del
cuero cabelludo que logré ocultar después de la salvaje paliza que recibiera el
Maestro durante los interrogatorios en el Pequeño Sanedrín, merecen una
especial atención. Tras someterlos a un examen preliminar -a base del
microscopio Ultropack- y a otros estudios complementarios, con el fin de
establecer “índices”, estado de las células, y de las médulas, así como de los
componentes orgánicos e inorgánicos, confirmamos lo que ya sabíamos... y
nos sorprendimos con otras informaciones que ignorábamos.
Los cabellos anclados en el lino -rectos y de diámetro uniforme- eran en su
mayoría de la cabeza. Encontramos también unos pocos ondulados y de
diámetros variables (de 3 centímetros de longitud y 60 micras de media), que
posiblemente procedían del tronco o de alguno de los miembros. Algunos
presentaban un claro traumatismo -falta del bulbo en la raíz, como en el caso
del mechón- que evidenciaba que habían sido arrancados.
Y aunque no necesitábamos confirmarlo, el índice medular inferior a 0,30, la
red aérea finamente granulosa y las células medulares invisibles sin
disociación, manifestaron que se trataba de cabello humano. (En los animales,
por ejemplo, el índice medular es superior a 0,50.) Tras llevar a cabo un corte
transversal del pelo y una inclusión de celoidina aparecieron datos suficientes
para resolver el problema de la raza: blanca. Mediante los exámenes
morfológicos, el estudio de la “cromatina de Barr” y la fluorescencia del
cromosoma Y (1), “vimos” igualmente algo que no necesitábamos demostrar:
los cabellos eran de un varón y de una “fortísima y acusada masculinidad”.
(En general, como saben los médicos forenses, los pelos femeninos son más
gruesos que los de los hombres. Un cabello de un diámetro superior a las 80
micras, por ejemplo, corresponde casi siempre a una hembra. Por otra parte,
no suelen tener médula y sus extremos aparecen generalmente desflecados por
el peinado.)
Al bucear en el estudio de los compuestos orgánicos mayoritarios, fuimos a
encontrar los normales: queratina y melanina. Entre los minoritarios estaban
las vitaminas, el colesterol y el ácido úrico. En cuanto a los elementos
inorgánicos, además de los habituales -silicio, fosfatos, plomo, etc.-,
descubrimos unos altos índices de hierro y de yodo. En aquellos momentos no.supimos interpretarlo. Y
movidos por la curiosidad, recurrimos incluso a un
análisis por activación neutrónica. Esta técnica
---
(1) La denominada “cromatina de Barr” o cromatina sexual es el cromosoma


235
X inactivo, que aparece en forma condensada en los núcleos interfásicos. Esta
cromatina sexual del cabello fue ya investigada por Schmid en 1967,
Culberton, en 1969, y Egozcue, en 1971. (N. del m.)
---
resulta muy eficaz ya que la composición mineral de los cabellos puede
deberse a los hábitos alimenticios, a la profesión, al lugar en que vive y a la
exposición a una determinada contaminación ambiental del individuo. No
había duda. Las propiedades físicas de aquellas muestras -densidad, índice de
refracción, birrefringencia, etc.- daban a entender que Jesús de Nazaret había
estado en contacto y durante largos períodos de tiempo con el mar o con algún
lugar o elemento donde abundase el yodo. En relación con la alta
contaminación de hierro, ¿de dónde podía proceder? Sólo una estrecha y
continuada vinculación a minas, fraguas u hornos podía explicar tan extraña
anomalía. Pero de este asunto, como de tantos otros relacionados con la vida
del Cristo, no teníamos información. Algún tiempo después aclararíamos
ambas incógnitas. En efecto, los residuos de yodo y hierro en los cabellos del
Galileo estaban plenamente justificados.
También “descubrimos" claros síntomas de un progresivo encanecimiento del
pelo (no podemos olvidar que Jesús murió cuando contaba casi 36 años de
edad y que, en aquella época, podía considerarse en la frontera de la madurez.
La vida media oscilaba alrededor de los 40 o 45 años).
Al someter el lienzo a un "bombardeo” por “activación neutrónica" (1)
aparecieron "señales” de algún tipo de afección bucal
---
(1) Caballo de Troya utilizó también en sus indagaciones el denominado
"AAN” (Análisis por Activación Neutrónica). Este procedimiento permite
estudios no destructivos, además, con el AAN se consiguen análisis
multielementales de elementos presentes en "pista”. Es decir, se puede llegar a
determinar con gran precisión cantidades que oscilan entre 106 y 109. Con
una sola irradiación neutrónica es posible efectuar también la "identidad” de
quince a dieciocho elementos presentes en la muestra y a los niveles ya
mencionados de 106y 109. (En el caso que nos ocupa, fue suficiente la
utilización de unos pocos mm2 de la superficie sanguinolenta del lienzo.)
Nuestra metodología consistió fundamentalmente en lo siguiente: los
elementos sometidos al bombardeo neutrónico se volvieron radiactivos, de
acuerdo a sus características nucleares, por presión de un neutrón, emitiendo.en consecuencia radiaciones
gamma. Por último utilizamos las radiaciones
gamma, que poseen energía característica para cada elemento. La presencia de
un elemento, por tanto, es advertida mediante la identificación por las
radiaciones gamma. En cuanto a la cantidad, es fácil fijarla a través de la
medida de la intensidad de la radiación gamma, comparada con la de una de
carácter estándar de referencia. Nuestro análisis buscó especialmente los
contenidos de naturaleza mineral de la sangre (macros y oligoelementos), de
acuerdo con las tablas científicas de Geigy. En total se consiguió la
localización de yodo, cloro, bromo, potasio, sodio, cinc, hierro, fósforo,
calcio, cobre, azufre, estaño, flúor, silicio, magnesio y plomo. (El orden ha
sido especificado en relación al mayor volumen encontrado en las muestras.)
Estas fueron sometidas a irradiaciones neutrónicas con un microeyector
alimentado por nuestra
---
(posiblemente caries), y residuos de “algo" que nos intrigó poderosamente:
una aguda enfermedad, muy lejana en el tiempo (quizá durante su infancia),
que apuntaba hacia una sintomatología de carácter vírico. (En una de mis
largas entrevistas con los miembros de su familia, en especial con María, su
madre, tuve conocimiento de que, efectivamente, siendo muy niño, había
padecido un trastorno intestinal: quizá alguna disentería.)
El análisis de la sangre que manchaba el lienzo nos reservó también varias
sorpresas. Para empezar, la nitidez de las huellas -casi perfectas- dejó atónito a
Eliseo. Yo había tenido oportunidad de contemplar tan singular fenómeno en
el interior del sepulcro y tampoco lograba explicármelo. Si el cuerpo había
sido separado de la sábana -eso era evidente-, ¿por qué los coágulos y
reguerillos no habían quedado emborronados? El despegue de un lienzo de
una herida siempre provoca el chafarrinado de la huella.
Pero eso no era todo. La sangre, en lugar de penetrar y empapar los hilos de la


236
sábana, se había escurrido entre la trama, traspasando la tela. Al principio lo
atribuimos a un proceso de fibrinolisis. (La permanencia del Nazareno en la
cruz secó buena parte de sus heridas, convirtiendo los puntos y chorros de
sangre en coágulos. Las mallas de la fibrina actuaron como una especie de
“muro”, que sujetó los cargamentos de glóbulos rojos. Después, siempre como
una probabilidad, esa fibrina pudo ser reblandecida a causa de la
deshidratación del cadáver y de los álcalis derivados de la humedad
amoniacal.) El doctor Barbet ya había escrito sobre este fenómeno, afirmando
que, quizá, “en el ambiente húmedo de la cueva, la sangre seca experimentó
un reblandecimiento, dando lugar a una pasta más o menos blanda, que
terminó por impregnar el lino, originando unos calcos de gran nitidez." Pero
esta hipótesis presentaba inconvenientes. Por ejemplo: la profusa hemorragia.ocasionada con motivo del
descenso del madero y en el transporte del cuerpo
hasta la tumba. En esta inevitable manipulación del cadáver, la sangre
contenida en una de las cavas había aflorado por la herida de la lanzada,
corriendo por gravedad a todo lo ancho de la zona dorsal, a la altura de los
riñones. Este reguerón no tuvo tiempo material de secarse al aire y, sin
embargo, tampoco había empapado los hilos de la mortaja en un proceso
normal de capilaridad.
---
pila nuclear Snap. El primer "bombardeo" fue de dos minutos, con un flujo
equivalente a 4,5 x 1012 neutrones por cm2, que permitió la determinación de
núcleos con semiperíodos de transformación comprendidos entre las decenas
de segundo y la centena de minuto. Un segundo “bombardeo” de casi 120
minutos y un flujo de 1 x 10 neutrones por cm , localizó y transformó los
núcleos de más largo semiperíodo de transformación. Para la experiencia de
espectrometría gamma se utilizó un cristal semiconductor del tipo Ge/Li de 35
cc, unido a un analizador-elaborador Laben 701. (A'. del m.)
---
Todas las manchas de sangre examinadas por mi compañero eran
superficiales. La explicación de la fibrinolisis no resultaba, por tanto,
convincente (1). En resumen, no pudimos o no supimos esclarecer el
fenómeno. A no ser, claro está, que guardase alguna relación con el también
oscuro y complejo asunto de las “manchas doradas". Pero dejaré este
apasionante capítulo para el final.
Fue la cruda realidad que teníamos ante nosotros -la misteriosa desaparición
del cuerpo de Jesús- la que nos obligó a revisarlo todo y con extrema cautela.
Incluida la sangre. Eramos conscientes de que aquellos coágulos habían
pertenecido al Hombre de la Cruz pero, en ese afán por desentrañar el enigma,
los sometimos también a las más variadas pruebas de laboratorio.
Casi 72 horas después del fallecimiento, la sangre de aquel lienzo presentaba
un típico color rojo oscuro. En algunas zonas había empezado a ennegrecerse.
Eliseo tomó varias muestras, rascando los coágulos con una paleta de aluminio
-debo recordar que no podíamos destruir el lienzo ni someterlo a maceración
alguna, ni siquiera en agua, como hubiera sido lo aconsejable en una prueba
de “cristales de Teichmann”- y llevó a cabo los ensayos preliminares y
concluyentes de sangre, las pruebas de identificación como muestra humana,
de individualidad, grupo sanguíneo, sexo, etc.
Tanto la prueba de bencidina como la microscopia en busca de hematíes
fueron positivas (2). La espectroscopia resultó
---.(1) Otro de los inconvenientes que nos hizo dudar del proceso de fibrinolisis
fue la dificultad de considerar la licuación de la fibrina de una forma general y
simultánea en la totalidad de las manchas de la sábana. Los doctores Vignon y
Barbet son partidarios de la formación de esos calcos, única y exclusivamente
cuando la fibrina está a medio disolver. Ni antes ni después. Todo depende,
por tanto, de un concretísimo momento que, en el caso que nos ocupa,
dudamos mucho se registrara de forma generalizada e idéntica para cada
reguerillo, coágulo, etc, de ambas caras del lino. Demasiado forzado e
improbable. (N. del m.)
(2) Mi compañero llevó a cabo dos tipos de pruebas preliminares: la ya
referida de la bencidina y la más fiable, a base de fenolftalema. Con la
primera, la presencia del pigmento sanguíneo arrojó al momento el clásico
color azul intenso. Pero, conociendo la potencial naturaleza carcinogenética de
la bencidina, fue practicada la prueba de la fenolftaleína, colocando el extracto


237
de la prueba en un vidrio de reloj con una gota de fenolftaleína (130 mg). de
hidróxido de potasio (1,3 g) y agua destilada (100 ml). Después de hervir
hasta el aclaramiento, añadió 20 g de polvo de zinc durante dicha ebullición y
algunas gotas de peróxido de hidrógeno (20 volúmenes). El color rosa
resultante demostró, una vez más, que estábamos en presencia de sangre. Por
supuesto, hubiéramos podido continuar con otras pruebas más concluyentes,
pero para Caballo de Troya era suficiente. (N. del m.)
---
igualmente de gran ayuda. Al Ultrupack, los hematíes aparecieron como pilas
de monedas. todavía se hallaban relativamente bien conservados, siendo
posible la constatación de sus formas y núcleos, que los definieron como
claramente humanos. (A veces, los pequeños hematíes de cordero pueden ser
confundidos con eritrocitos del hombre. Los camellos, por ejemplo, tienen
hematíes ovales o elípticos no nucleados, y los pájaros, peces, reptiles y
anfibios, disfrutan de eritrocitos similares, pero sincleados.)
La detección última de proteína humana fue verificada, siguiendo la prueba de
la precipitina.
En el sondeo de la hemoglobina -practicado mediante la técnica de
“diferencias espectrográficas”-, pudimos establecer, entre otros, detalles como
la edad (incluido el período fetal: 441 meses (de nuevo aparecía el misterioso
“9"); la especificidad de la especie y algunas características patológicas. por
ejemplo, una anemia hemorrágica y secundaria, a la que no dimos mayor
importancia ya que, probablemente, se debía a la considerable pérdida de
sangre durante las torturas y ejecución.
Con el fin de no perderme en intrincadas y prolijas explicaciones técnico-científicas,
que no son el objetivo básico de este diario, concluiré el capítulo.de la sangre con otro de los hallazgos: el
grupo sanguíneo de Jesús de Nazaret,
que fue estimado como AB.
Entre los muchos procedimientos existentes para tal menester, se eligió el
llamado “test de Nickolls-Pereira”, que permite una segura y excelente
identificación, en manchas secas, siguiendo el principio de “aglutinación
mixta” (1).
Este grupo sanguíneo -AB- es proporcionalmente escaso entre los blancos,
aunque no por ello extraño o anormal. (Sirva de comparación la estadística
llevada a cabo poco antes de la operación -en 1972- entre grupos humanos de
la raza blanca en países como Francia e Inglaterra: el 47 por ciento pertenecía
al grupo O; el 42 por ciento al A; el 8 por ciento al B y, por último, el 3 por
ciento tenían grupo AB.)
Como es fácil adivinar, al descubrir el grupo sanguíneo del Maestro, nos
invadió una gran excitación. De acuerdo con los principios mendelianos sobre
la herencia -elaborados por Bernstein-, “un gen de grupo sanguíneo no puede
aparecer en
---
(1) Uno de los hilos extraído del lienzo fue desintegrado en sueros anti-A y
anti-B. Después de lavada la muestra se trató con células de prueba A, B y O,
detectando así las aglutininas absorbidas. Al hallarse secos los hematíes -proceso
que destruye la aglutinabilidad, aunque no su antígeno-, pudimos
lograr el mismo fin, demostrando la capacidad para absorber las aglutininas de
los sueros sotck y disminuir así su fuerza anti-A y anti-B, de manera similar
con los otros tipos de genes. (N. del m.)
---
un niño a menos que esté presente en uno u otro de los padres (o en ambos).
¿Qué significaba esto? Algo que, repito, nos llenó de emoción. Entre los
planes de Caballo de Troya, una vez identificado el grupo del Hijo del
Hombre, figuraba también el intento de fijación del de su madre. (El
fallecimiento de José años atrás hacía imposible el desciframiento del grupo
sanguíneo del padre terrenal de Jesús.) Sin embargo, si lográbamos hacernos
con una pequeña muestra de la sangre de María, un exhaustivo estudio
genético-biológico podría aproximarnos al que tuvo José. Y aunque pueda
sonar a blasfemo, desde un punto de vista puramente científico, el hipotético
hecho de encontrar genes comunes a los del Nazareno en sus respectivos
progenitores (tanto del tipo A como del B), podría quizá arrojar mucha luz
sobre el controvertido dilema de la concepción virginal de María. Sé que para
muchos cristianos la sola mención de este proyecto significará una aberración.


238
Su fe les dice que Jesús fue concebido “por obra y gracia del Altísimo". Pero,
aunque comparto un poco ese natural rechazo, también es cierto que la.Ciencia -cuando se sitúa al servicio de
la búsqueda de la Verdad- se
transforma en un maravilloso instrumento, que sólo puede ratificar lo que,
según las Escrituras, "es palabra de Dios”. Entiendo que el miedo a la Verdad
puede ser una de las peores debilidades del hombre. Por eso aceptamos tan
delicada y apasionante misión. Naturalmente, como científicos, partimos de la
única base de la que podíamos arrancar: no considerar el teórico origen divino
del Maestro. Y nos centramos en el estudio como si se tratase de un humano
más, sujeto, en principio, a las ya referidas leyes de la herencia (1). Yo,
convencido de la divinidad de mi "amigo” Jesús, fui quizá quien más sufrió
con este experimento. Pero el resultado mereció la pena... y hablaré de él -en
extenso- en “su” momento.
Por último, los exámenes sobre las muestras de sangre, confirmaron lo que ya
habíamos descubierto en los estudios de los cabellos del Cristo... pero
corregido y aumentado. El apartado del sexo, como ya dije, fue espectacular.
Eliseo puso en práctica la metodología de Zech, demostrando que las manchas
con fluorescencia Y positiva -halladas en la sangre del Nazareno-correspondían
a un individuo de sexo masculino, con “una acentuada
---
(1) En aquellos momentos de la investigación, y de acuerdo con las tablas
universalmente aceptadas sobre la herencia, sólo podíamos contemplar las
siguientes posibilidades, siempre en base al grupo sanguíneo descubierto
(AB): acoplamiento de progenitores A y B niños posibles: O, A, B y AB. Para
acoplamiento A x AB niños A, B o AB. Para acoplamiento de progenitores B
x AB niños A, B o AB. Por último, en acoplamientos de AB x AB niños A, B
o AB. Cabía la probabilidad teórica, por tanto, de que María y José pudieran
haber sido A, B o AB, entre los cálculos más normales. (N. del m.)
---
masculinidad". Algo que, como ya dije, no hacía falta demostrar en
laboratorio (1).
Y para terminar este apresurado repaso a algunos de los descubrimientos
practicados sobre el lienzo mortuorio -seguramente me veré obligado a volver
sobre ellos cuando escriba acerca de las sensacionales aventuras que nos tocó
vivir en las siguientes fases de la misión-, me referiré al que, desde mi óptica,
fue el más increíble y trascendental. Lucharé por ahorrar explicaciones
técnico-científicas, procurando ir al corazón del asunto. Ya veremos si lo
consigo.
Como he venido repitiendo, amén de las huellas sanguinolentas, el lienzo nos
sorprendió con unas “ manchas” de color dorado y naturaleza desconocida,
que constituían una réplica o copia -vuelven a faltarme las palabras- del
cuerpo que había cubierto. Las sucesivas investigaciones -a base de placas.fotográficas en diferentes
frecuencias del espectro, procesos de digitalización
de dicha imagen y toda suerte de exploraciones con el microdensitómetro,
microscopio de “efecto túnel”, etc.- arrojaron tres grandes realidades
científicas: las "manchas” en cuestión constituían un auténtico “negativo"
fotográfico, tal y como hoy podemos entenderlo (2). además, la intensidad de
la “figura" allí “grabada" variaba en relación inversa a la distancia lino-cadáver.
Y por si todo esto no fuera suficiente, el estudio de las nubes
superficiales de electrones de las caras internas de la sábana (las que
presentaban las “manchas" en cuestión), vino a demostrar que la misteriosa
“desaparición" del cuerpo del Hijo del Hombre tenía mucho que ver con la
“manipulación” del concepto “tiempo”...
No fueron precisas demasiadas comprobaciones al microscopio para observar
que dicha “imagen" tenía un carácter muy
---
(1) En 1969, lech demostró que la porción distal del cromosoma Y tiene una
marcada fluorescencia, después de una tinción con quinacrina. Con
posterioridad se observaría que hay hombres normales que no tienen
fluorescencia. Repief encontraría una incidencia negativa en el 1/458 de los
recién nacidos masculinos. Phillips comprobó un 86 % de leucocitos con
cuerpos Y fluorescentes para el varón y un 0.5 % para la mujer. (N. del m.)
(2) He aquí otro dato, coincidente con lo averiguado hasta el momento en el
lienzo de Turín. Secondo Pia lo descubriría en 1898. Nuestras placas

239
presentaban -en las películas negativas- el “positivo" de la imagen que
teníamos ante nuestros ojos, en el lino. Ante nuestro asombro, aquel
"negativo” fotográfico -impensable en el siglo I- reunía todas las
características que hoy atribuimos a dichas imágenes: tanto la luz como la
oscuridad y la posición “derecha-izquierda" aparecían invertidos. además, las
“manchas" reaccionaron a la radiación ultravioleta, en una clara respuesta
fluorescente. ¿Qué podía ser todo aquello? ¿Cómo en un paño de lino podían
darse circunstancias tan extraordinarias? La verdad es que sólo este
descubrimiento habría merecido toda nuestra atención... (N. del m.)
---
superficial: sólo las capas mas externas del lino se habían visto afectadas.., por
una especie de "chamuscamiento" generalizado. Aquello nos confundió aún
más. ¿Qué había sucedido en el interior de la tumba? ¿Cómo explicar racional
y científicamente que un cadáver hubiera podido “abrasar” la sábana que le
cubría?
Y seguimos profundizando, cada vez más confusos y admirados. La increíble
“réplica” en negativo del cuerpo de Jesús era absolutamente estable. Con
sumo cuidado la sometimos a altas y bajas temperaturas, así como a la acción.del agua, pero fue inútil. No
hubo cambios ni alteraciones. además, de acuerdo
con las técnicas de análisis de Fourier, descubrimos que no existía un solo
signo de direccionalidad. Sabíamos ya, por lógica y por la exploración
microscópica, que las “manchas" no contenían restos de pigmentos de pintura
de ningún orden: ni mineral ni vegetal ni mucho menos sintéticos. Las placas
con radiaciones infrarrojas terminaron de confirmarlo. “Aquello”, Dios mío!,
no tenía nada en común con una pintura... Y empezamos a intuir el posible
orígen de la imagen. Pero no quisimos precipitarnos.
La digitalización de ambas grandes “manchas" -la frontal y la dorsal- convirtió
la imagen en millones de dígitos. Sólo el rostro arrojó un total de 160000
“señales” luminosas...
El estudio de esa “conversión" demostró que la imagen contenía una
“información”.., oculta. Una “información" que -lo confesamos
humildemente- apenas si ha sido descifrada. De momento quedamos
estancados en el hecho indiscutible de que se trataba de una imagen
tridimensional (1).
---
(1) Como ya había apuntado el doctor Vignon a principios de siglo en relación
a la Síndone de Turín, la intensidad de la imagen allí plasmada varía
inversamente con la distancia paño-cuerpo. En otras palabras, cuanto más
cerca estaba el lino del cadáver, más oscura era la “mancha”. Nuestros
instrumentos refrendaron este postulado certera y matemáticamente. Esto
significaba que en la imagen había sido “encerrada" una información sobre la
distancia en niveles de intensidad variables de dicha imagen al lino. Pero ¿en
pleno siglo I? Al convertir las fuerzas de intensidad de las “manchas” a grados
de relieve vertical, obtuvimos, atónitos, la reconstrucción matemática de una
figura en relieve. Increíble! ¿Qué pudimos deducir de todo esto? En primer
lugar, que la formación de aquella “imagen” era uniforme e independiente de
las cualidades superficiales del cadáver. Segundo: que el lienzo tenía que estar
relativamente plano en el instante de la formación de la imagen. Tercero: que
los procesos encaminados a cambiar la intensidad de las “manchas" actuaron
uniformemente, o no actuaron. La tridimensionalidad tiene que ser una
característica distintiva, ya que no existe distorsión cuando la imagen es
transformada a relieve vertical. Y quizá una de las conclusiones no menos
importante: esa imagen maravillosa no pudo ser fruto del contacto; es decir, de
la acción de vapores amoniacales, ungüentos, etc. De haber sido así, la
decoloración del lienzo sólo se habría registrado en las áreas donde la sábana
hubiese
---.La pregunta clave y final de todo aquel laberinto era una. E.
Inconscientemente, nos la fuimos planteando desde los primeros pasos de la
investigación: ¿qué o quién había sido capaz de modificar la textura
superficial de las caras internas de la sábana, hasta formar una imagen tan
singular? Sé que parece cosa de locos, pero, en parte, la respuesta apareció al
explorar las superficies de las “manchas doradas" mediante el providencial
microscopio de “efecto túnel”. En nuestro caso, al contrario de lo que
afirmaba el físico Wolfrang Pauli -”la superficie fue inventada por el diablo"-,

240
la “superficie fue la puerta que nos abrió el camino de la Divinidad"...
Trataré de explicarme, aunque no será fácil. Para Pauli su frustración
arrancaba de un hecho que, en su época, casi constituía un principio físico
inalterable: la superficie de un sólido era la “frontera" entre éste y el mundo
exterior. En parte tenía razón. Mientras un átomo situado en el interior de un
cuerpo sólido aparece rodeado por otros átomos, uno de la superficie -como
han explicado perfectamente los ilustres especialistas Ged Binnig y H. Rohrer-puede
interaccionar con otros átomos de la misma o con los que estén
inmediatamente debajo de ésta. En consecuencia, las propiedades de la
superficie de un sólido difieren drásticamente de las del interior. Así, los
átomos de la superficie se colocan con frecuencia en un orden geométrico
distinto del de los otros átomos del sólido, minimizando la energía total del
sistema. En virtud de este tipo de procesos, las estructuras superficiales poseen
tal complejidad que han resistido, incluso, una descripción teórica-experimental
precisa. Pero, gracias al excelente microscopio de "efecto túnel"
(1), es posible
---
tocado el cuerpo. Un contacto directo habría provocado que la imagen en
cuestión apareciese plana en la parte superior, con una elevación vertical
idéntica para todas las zonas de contacto. Pero nada de esto ocurría con el
enigmático lino. Pero había mucho más. ¿Cómo explicar que las improntas
dorsal y frontal presentasen el mismo grado de intensidad? Por lógica, un
cadáver con ochenta decímetros cúbicos descansando sobre el lino subyacente
debería de haber producido una "marca” o “señal" muy diferente a la
registrada en el paño superior. Sin embargo, como digo, ambas imágenes son
idénticas. Sólo cabía una explicación: que el cuerpo, en el momento de la
formación de la imagen, se hubiera encontrado en el aire; en plena levitación
Pero chocábamos nuevamente con un “imposible" científico: ningún cuerpo -menos
el de una persona muerta- puede "elevarse" por sí mismo... A no ser
que... Pero no: era demasiado fantástico. De lo que sí estamos convencidos es
de que, con el tiempo, cuando esa "información" codificada en la imagen
pueda ser estudiada en profundidad, la Humanidad se sorprenderá ante nuevos.y escalofriantes datos sobre lo
que hoy se entiende -o no se entiende- como
“resurrección". Solo será cuestión de esperar, aunque yo se que no vivviré
para entonces... (N. del m.)
(1) Este aparato, puesto a punto por IBM, puede resolver estructuras que
tienen tan sólo una centésima parte del tamaño de un
---
"explorar" esas “diabólicas” superficies de los sólidos, “viendo", incluso, los
átomos de uno en uno...
Y esto, por emplear términos infantiles, fue lo que hizo mi hermano en el
módulo. A él se debe lo que, en principio, pudiera ser el “primer paso” en la
ya imparable carrera de la investigación científica en torno a la resurrección
del Maestro. Quizá las futuras generaciones de científicos le hagan justicia...
Con una “punta” de tungsteno en el microscopio de “efecto túnel" fue
recorriendo la muestra. (En este caso, naturalmente, el paño de lino, más
exactamente, las superficies en las que se “dibujaba” la fantástica imagen de
un cuerpo martirizado.) (1).
---
átomo. Como es sabido, el microscopio óptico no está capacitado para
resolver estructuras atómicas. (La longitud de onda promedio de la luz visible
es unas 2000 veces mayor que el diámetro típico de un átomo que, como se
recordará, es del orden de tres angstróms). Una de estas unidades de longitud
equivale a una diez mil millonésíma de metro. Es decir, tratar de visualizar un
átomo o una estructura atómica con luz visible sería como pretender descubrir
grietas del grosor de un cabello humano en una pista de tenis, lanzando pelotas
sobre su superficie y observando su deflexión. No quiero entrar en detalles
técnicos de la estructura de un microscopio de "efecto túnel”, pero me referiré
a algunas de sus importantes características, que hicieron posible nuestro
“descubrimiento”. La principal diferencia con el resto de los microscopios
estriba en que aquél no utiliza partículas libres. Por tanto, no necesita lentes ni
fuentes especiales de electrones o fotones. Su única fuente de radiación son
los electrones ligados que ya existen en la muestra sometida a investigación.
Para comprender mejor este principio, imaginemos que los electrones ligados





No hay comentarios:

Publicar un comentario