sábado, 18 de mayo de 2013

CABALLO DE TROYA DE LA PAG 241 A LA PAG 270


a la superficie de la muestra son análogos al agua de un lago. Igual que parte
del agua se filtra al terreno, formando corrientes subterráneas, algunos
electrones de la superficie de la muestra se “fugan” de ésta, originando una
nube electrónica alrededor de dicha muestra. De acuerdo con la física clásica -y
sigo bebiendo en los escritos de Binnig y Rohrer- esta “nube” no podría
existir porque la reflexión en los límites de las superficies confina las
partículas dentro de ellas. Sin embargo, esto no es así en la mecánica cuántica,
donde cada electrón se comporta como una onda: su posición no está bien.definida. Parece como si se
"difuminase". Esto explica la existencia de
electrones más allá de la superficie de la materia. La probabilidad de encontrar
un electrón decae rápidamente -de forma exponencial- con la distancia de la
superficie. Este efecto se conoce como “efecto túnel", ya que los electrones
parecen estar “cavando" túneles más allá de su frontera clásica. (N. del m.)
(1) "Nuestro” microscopio de "efecto túnel”, en lugar de los dos electrodos
que habitualmente tienen estos aparatos, había sido rectificado de la siguiente
forma: Caballo de Troya reemplazó uno de los electrodos por la muestra a
investigar (la sábana) y el segundo fue sustituido por una punta afilada como
una aguja. Por último se cambió la capa aislante rígida por otro, no rígido. En
este caso, el vacío. De este modo fue posible desplazar la punta sobre los
contornos de la superficie de la muestra. (N. del m.)
---
Mientras dicha “punta” barría la sábana, un mecanismo electrónico de
realimentación fue midiendo la corriente de túnel, manteniendo el “espolón” a
una distancia constante sobre las nubes atómicas de la superficie. Ese
movimiento de la “punta” fue leído y almacenado por Santa Claus,
apareciendo, simultáneamente, en una de las pantallas directamente conectada
con el ordenador central. Así se obtuvo una imagen tridimensional de la
“nube” en superficie. Para que nos hagamos una idea de esta “maravilla”, una
longitud de 10 centímetros en las “manchas” o imagen venía a representar una
distancia de 10 angstróms en la superficie, consiguiéndose aumentos de hasta
100 millones.
Pues bien, nada más delinear la topografía atómica de la imagen, Santa Claus
casi se volvió loco. La composición de las “nubes” que “flotaban” sobre
aquellas áreas del lienzo era básicamente distinta a las del resto de la sábana
que “no contenía este tipo de manchas doradas”. Pero el dato revelador -el que
nos trastornó- vino dado por la posición de los ejes ortogonales de los swivels
de dicha “colonia” cuántica. Se hallaban alterados! Algo o alguien los había
manipulado, situándolos en un “ahora” que no correspondía al de los restantes
swivels del paño. Estos, como era lógico y natural, estaban orientados en el
momento presente. Aquéllos, en cambio, conservaban una inversión axial bien
conocida por nosotros...
No estoy autorizado a desvelar la tecnología utilizada para “reconocer" esta
clase de cambios en las anteriormente definidas y familiares “unidades
cuánticas elementales” que llamamos swivels. En el fondo es lo de menos. Lo
cierto y trascendental es que estábamos ante un suceso único. A partir de ahí,
con la ayuda del computador central, fuimos atando cabos, llegando a una
conclusión -tan teórica como provisional, naturalmente-pero que explicaría
con cierta “lógica” la misteriosa “desaparición” del cadáver de Jesús. Los.swivels de todas las "nubes" atómicas
situadas sobre la superficie de la imagen
se hallaban “estacionados“ -y sigo empleando palabras excesivamente
pueriles- en un “ahora” que, en aquellos momentos (abril del año 30), podría
ser definido como el “futuro”, más exactamente, en un hipotético “abril del
año 35”.
¿Qué significaba este hallazgo? Sólo encontramos una explicación
satisfactoria: que el cuerpo del Maestro había sido sometido a un intenso e
infinitesimal proceso de “aceleración” de su natural descomposición. Si ésta,
de acuerdo con las características del lugar de enterramiento, de la
constitución fisiológica del cadáver y de otros parámetros bien conocidos de
los forenses, hubiera seguido un curso normal y “humano”, la transformación
de los restos mortales en polvo habría llevado un tiempo cronológico variable.
Dependiendo de esos factores, habría necesitado alrededor de cinco años! para
quedar reducido a cenizas. Cinco años! Justa y “casualmente” la inclinación
que presentaban los ejes de los swivels... Demasiado sospechoso. Y por
razones fáciles de intuir, el “mecanismo” promotor de esa “aceleración” de la


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putrefacción había afectado livianamente a las superficies de la sábana que se
hallaban en contacto directo con el cuerpo. El resto, en cambio, como queda
dicho, no sufrió alteración alguna.
Verificado este increíble hecho, la pregunta inmediata no podía ser otra:
“¿Quién o qué había alterado tan drásticamente el curso evolutivo de la
descomposición del cadáver del Señor?”
Por supuesto, al hallarse la cripta perfectamente clausurada, el posible
“origen” había que buscarlo en el interior. Por otra parte, nadie en aquella
época podía soñar con una tecnología capaz de movilizar los ángulos de los
swivels.
Necesitamos algún tiempo para obtener una respuesta a tan decisiva pregunta.
Y aunque la solución no llegó por los caminos que nosotros hubiéramos
deseado -los de la Ciencia-, el “origen” de la misma nos merece todo crédito.
He dudado. ¿Debía relatar esta parte de la misión? ¿Lo dejaba para más
adelante? Finalmente he creído que, aunque llegará el momento de contarlo en
extensión y profundidad, estoy obligado a ofrecer un escueto avance.
Días más tarde, en las altas tierras de Galilea, en el transcurso de una de las
inolvidables conversaciones con el resucitado -he dicho bien:
“conversaciones”-, recibimos una explicación al fenómeno que nos intrigaba.
Por lo que pude deducir, no hay tecnología en el mundo capaz de “medir” o
“detectar” las fuerzas espirituales que fueron directamente responsables de la
liquidación del cuerpo del rabí. Y quizá he empleado las palabras
incorrectamente, quizá debería de haber escrito “ entidades espirituales” y no
“fuerzas”. Quien tenga oídos para oír, que oiga....Eso fue lo que se nos dijo y así me limito a transcribirlo: la
aceleración casi
instantánea del proceso de putrefacción del soporte corporal del Maestro fue
asunto ajeno al Hijo del Hombre. Fue iniciativa de los seres celestes que
“presenciaron” el acto de la resurrección. Fueron ellos quienes -una vez
consumada dicha resurrección- “removieron” las piedras que cerraban la
cripta. Pero nadie los vio.
Hasta aquí, lo que por el momento, puedo decir.
Esto, a su vez, cambió nuestro concepto de la Resurrección propiamente
dicha. Lo adelanté tímidamente en páginas anteriores. Pero ¿cómo resumirlo
con claridad?
Los cristianos que creen en la Resurrección la identifican y asocian a la tumba
vacía y a la ausencia del cadáver de Jesús. Tienen razón, a medias. Por simple
deducción, después de nuestro descubrimiento en el módulo, nos costaba
trabajo creer que tan singular fenómeno pudiera quedar circunscrito a la
simple -aunque casi “mágica"- disolución en el tiempo de una materia
orgánica. Incluso para nosotros, pobres ignorantes, resultaba demasiado
grosero y prosaico. Tenía que haber algo más. Algo sublime, de orden
sobrenatural, acorde con el poder y la personalidad del allí enterrado.
Lógicamente, tampoco pudimos "medirlo" con nuestro instrumental. Como
dije, no hay todavía ciencia humana que se atreva con ello. Fue el propio
Cristo quien nos insinuó lo sucedido. Y una vez más comprobamos cómo la
intuición raramente se equivoca. Ojalá nos dejáramos guiar por ella con más
frecuencia...
La RESURRECCIÓN -con mayúsculas- del Hijo del Hombre había sido
“algo" anterior e independiente del mencionado hecho físico de la aceleración
del tiempo cronológico. En otras palabras: para cuando esas “entidades"
adimensionales -encargadas de las resurrecciones de todos los mortales-llevaron
a cabo su “trabajo" de disolver en décimas o centésimas de segundo
los sagrados restos mortales del Galileo, éste, por un poder que escapa a la
mente, ya había vuelto a la “Vida". A la verdadera “Vida": la de orden
espiritual. Pero me faltan los conceptos y las palabras se empequeñecen. Será
más prudente dejar las cosas como están...
La Resurrección, en definitiva, debe ser contemplada en "dos fases”. Primera
y más importante: la “autorresurrección" de Jesús de Nazaret a un orden más
complejo que el de la densa materia corporal. Un "orden" al que -según sus
palabras- todos estamos llamados después del tránsito de la muerte. Segunda:
la aceleración física de la putrefacción del cadáver. Este postrero paso no tuvo
prácticamente nada que ver con el primero, como ya mencioné. Fue una
“delicadeza” o un respetuoso sentimiento de los “súbditos celestes" del


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Creador que no deseaban ver cómo el cuerpo que había servido para la.encarnación de su “jefe" se degradaba
bajo los efectos de la descomposición
natural. Y pensándolo detenidamente, supongo que fue lo mas acertado. No
quiero ni pensar lo que hubiera sucedido con los huesos del Maestro si llegan
a caer en manos de sus fieles seguidores...
Y para cerrar estos asuntos de índole más o menos científica, deseo dejar
constancia de algo que puede resultar esclarecedor y probatorio de cuanto
llevo dicho, muy especialmente de nuestro hallazgo sobre la superficie de las
“manchas doradas". Sé que el día que la ciencia sitúe un microscopio de
“efecto túnel” sobre el lienzo de Turín, las diferencias en las estructuras y
distribución de las “nubes” atómicas que “flotan” directamente sobre la
imagen, en relación con el resto del lino, abrirán un nuevo camino en las
investigaciones y, de paso, demostrarán que no somos un “ sueño"...
Al conocer estas cosas, mi Espíritu se fortaleció. Y aunque mi mente
cartesiana -como la de cualquier científico- sigue resistiéndose a aceptar lo
que no sea previamente probado en laboratorio, la intuición, de nuevo, vino a
sostener mi tambaleante y anémica fe.
Y aquel anochecer del lunes, 10 de abril del año 30, terminados los trabajos,
Eliseo y yo, emocionados, caímos de rodillas ante la majestuosa imagen del
lienzo de lino: sin duda, enmendando a Einstein, la “sombra de Dios”. Y en
silencio solicitamos luz y fuerza para proseguir la dura pero fascinante misión
que nos había sido encomendada. Nuestro ruego debió ser escuchado, a juzgar
por lo que nos tocó vivir...
Y tras besar la sábana, nos dispusimos a descansar. En aquel gesto, mi
hermano percibió también el familiar olor que yo había captado en el interior
del sepulcro, al inclinarme sobre la mortaja. Y supo identificarlo al momento.
Era el mismo que se registraba en la nave cada vez que se producía una
inversión de masa, con la consiguiente manipulación de los ejes de los
swivels. Un olor de dudosa definición que quizá guarda un remoto parecido
con el del incienso quemado...
Al día siguiente, recuperado el micrófono y analizados los lienzos mortuorios,
daría comienzo una nueva etapa en la operación. En realidad, un viejo y hasta
esos momentos fracasado proyecto: investigar el escurridizo cuerpo “glorioso”
del Galileo
11 DE ABRIL, MARTES, AL 14, VIERNES
De aquellos días -del martes al viernes- guardo un recuerdo dulce y sereno. En
nuestras ajetreadas aventuras, tanto en las que yo había vivido hasta ese
momento como en las que nos deparaba el destino a Eliseo y a quien esto
escribe, los días transcurridos en la aldea de Betania fueron los únicos de
cierto reposo. E hicimos bien en disfrutar de ellos y en reponer fuerzas. Lo que
nos esperaba a partir del lunes, 17 de ese mes de abril, iba a ser tan agotador
como imprevisto. Pero vayamos paso a paso, según mi costumbre.
Ajustándonos a lo establecido en el plan de Caballo de Troya, apenas hecha la
claridad en aquella mañana del martes, 11 de abril, me puse en camino. Las
cuatro o cinco horas de sueño no habían sido suficientes, pero me di por
satisfecho con el desayuno "a la americana” que, solícito como una madre,
tuvo a bien prepararme mi hermano. El café y las patatas -desconocidos en
aquel tiempo en Israel- fueron una bendición.
Y con los lienzos mortuorios prudentemente ocultos bajo mi túnica, me
encaminé hacia la quebrada donde habían sido arrojados por el siervo del
Sanedrín. La climatología no varió en aquellas horas. El viento racheado del
este seguía soplando pertinaz, doblando las columnas de humo de los animales
sacrificados en el Templo, tiznando y apestando la ciudad con un desagradable
tufo a carne quemada.
En esta ocasión -a plena luz del día-, el descenso por la falda occidental del
Olivete y el cruce del desfiladero del Cedrón, no revistieron el peligro de mi
primera incursión, en la madrugada del domingo. Bordeé la ciudad por la
muralla norte y, cuando me hallaba relativamente próximo al bosquecillo de
algarrobos -cuyas encendidas flores rojas me sirvieron de guía y referencia-,
experimenté una típica sensación. Me volví, pero no vi nada sospechoso. Y
encogiéndome de hombros reanudé la marcha. Sin embargo, el extraño
desasosiego -como si alguien me siguiera- no desapareció. Temeroso de que


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pudiera tratarse de algún esbirro del Sanedrín o, incluso, un “agente” del
procurador, llegué a ocultarme entre la maleza, dispuesto a salir de dudas. No
lo logré: “Quizá me estoy volviendo excesivamente receloso”, me tranquilicé,
días después comprobaríamos con espanto que la supuesta persecución había.sido real, forzándonos incluso a
adelantar el despegue de la “cuna", rumbo a la
alta Galilea...
“Además -continué con mis razonamientos mientras me deslizaba sigiloso
hacia el fondo del peñascal-, ¿qué interés podría tener para Poncio o para
Caifás y su gente el seguir a un “inocente e infeliz" comerciante griego?”
El incidente desapareció pronto de mi memoria. Deposité los lienzos en el
lugar donde los había encontrado, procurando envolverlos en forma de hato,
tal y como habían sido dispuestos por el sirviente del sumo sacerdote. Todo
debía guardar una apariencia de normalidad. Como si nadie los hubiera tocado
desde aquella mañana del domingo. Así lo exigía nuestro código.
Antes de retirarme, mientras contemplaba la mortaja, no pude evitar unos
tentadores pensamientos que, supongo, no habrían gustado a Curtiss. Era una
lástima que aquel “tesoro" -cargado de la evidencia física y constatable de un
“más allá”- pudiera perderse o destruirse. Levanté los ojos hacia el límpido
cielo azul, distinguiendo con inquietud el planeo circular de algunas aves
carroñeras, quizá córvidos. Entraba dentro de lo verosímil que llegaran a
descubrir el manojo de tela, siendo atraídos por el claro olor a sulibídrico, otro
de los signos de la descomposición cadavérica del cuerpo del Señor. En ese
lamentable supuesto, la valiosa reliquia podría resultar seriamente dañada.
“¿Y si hacía caso omiso de las normas de Caballo de Troya? ¿Qué podía
suceder si, en lugar de olvidarlos, los entregaba a los íntimos del rabí?”
Me situé en cuclillas frente a la mortaja y, por espacio de varios minutos,
mientras acariciaba la tela, luché conmigo mismo. En el fondo, era tan
sencillo... Bastaba con pasar por la casa de Marcos o de José de Arimatea y
ponerlos en manos de cualquiera de los dos. “Es más -seguí pensando,
dominado por un creciente entusiasmo-, éste sería un excelente regalo a
presentar a la familia del resucitado...”
Mi siguiente objetivo, como he dicho, era Betania. La hacienda de Lázaro.
¿Por qué no aprovechar semejante oportunidad y evitar el riesgo de que se
perdieran?
Los tomé de nuevo entre mis manos y me alcé. Pero, en el último momento,
mi sentido de la responsabilidad se impuso. Aún a riesgo de que llegaran a
malograrse o, lo que era mucho peor, a perderse para siempre, no tenía
derecho a interferir la flecha de la Historia. Y con harto sentimiento los
deposité entre el ramaje, procurando -eso sí- que el fuerte viento no los
arrastrase. Dispuse algunas gruesas piedras a su alrededor, camuflándolos bajo
un macizo de gamones, de olor tan nauseabundo que eclipsó por completo el
del lino.
Y con el sol en ascenso sobre los cerros de Moab, deshice el camino,
situándome en la cima del monte de las Aceitunas. Mi paso al sur del calvero.donde se asentaba la nave fue
aprovechado por mi compañero de venturas y
desventuras para recordarme que dedicaría aquélla y las jornadas siguientes a
una mayor profundización en los datos recogidos en las investigaciones sobre
el lienzo y que, aunque se encargaría de refrescar mi memoria, no debía
olvidar mi nuevo ingreso en el módulo, previsto para el viernes, 14. Los
preparativos para la última etapa de la exploración eran sumamente
complejos...
-Por cierto -anunció al cerrar la conexión-, Santa Claus y yo hemos
descubierto otra asombrosa coincidencia o “causalidad” (como tú llamas a
estos asuntos), en relación al “nueve”...
Eliseo sabía de mi ardiente curiosidad y, divertido, me dejó con la miel en los
labios. No consintió en adelantarme un ápice de lo encontrado por él y por el
ordenador central. (Después me confesaría que el hallazgo había sido cosa de
Santa Claus, única y exclusivamente.)
El “picotazo” de Eliseo despertó mis recuerdos sobre el curioso asunto del
“nueve” y la vida de Jesús de Nazaret y tales pensamientos y elucubraciones
acortaron mi descenso por la ladera oriental.
No podía comprender el porqué de aquella coincidencia. ¿O no era tal? Un
“nueve” marcaba el nacimiento del rabí. Otro “nueve”, su propia existencia y,
de momento, un tercer “ nueve”, su muerte, resurrección y ascensión o


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desaparición de la Tierra: “999”. Lástima no haber sido un experto en Cábala
o en numerología para descifrar aquel enigma!
Lo único que sabía entonces es que el “999” era una cifra opuesta o contraria
al apocalíptico “666" de San Juan, que era múltiplo de tres -otro esotérico
símbolo de la Trinidad- y que, según mis cortos conocimientos, el “nueve" ha
sido considerado por los iniciados como el número de la Humanidad o del
Hombre. ¿ Sería cierto lo que reza el viejo proverbio?: “ Que Dios goza del
número impar y que todo lo trino es perfecto."
Pero la súbita aparición de la blanquísima aldea de Betania me devolvió a la
realidad. Y al igual que mi paso, también mi corazón se vio alegremente
acelerado. Ni Marta ni María sabían de mi regreso y ello hacía más excitante
la siguiente fase de mi “observación”.
Mi vuelta fue acogida con sorpresa. En mi despedida había intentado salir del
paso, informando a Marta, la “señora”, sobre el ineludible viaje que me veía
obligado a emprender. Y así ocurría, en efecto. Pero, ante la imposibilidad de
explicarle la naturaleza de semejante “ viaje”, al volver a ver a las hermanas
no tuve más remedio que excusarme, alegando un repentino cambio de planes.
La razón fue perfectamente comprendida y elogiada por la nueva “jefa” de la
familia del resucitado. (Lázaro, como fue dicho, había tenido que huir
precipitadamente hacia el este -a Filadelfia-, a causa de las amenazas de.muerte de Caifás.) La excusa en
cuestión no fue otra que el prendimiento y
ejecución del Maestro.
Marta y María -en especial la primera- pasaron de la sorpresa a un vivo
contento. Sus corazones, sobre todo a raíz de los sucesos acaecidos en la
hacienda en la mañana del domingo, se hallaban rebosantes de esperanza.
David Zebedeo también se congratuló por mi llegada, interesándose por los
últimos acontecimientos. Por supuesto, los allí reunidos estaban al corriente de
las apariciones de Jesús en las casas de José de Arimatea, de Flavio, de la
familia Marcos y de la registrada en el camino de Jerusalén a Emaús. La feliz
circunstancia de que me encontraba presente en la última de las
manifestaciones del rabí fue de gran ayuda para quien esto escribe. A lo largo
de los días que siguieron a mi retorno a la hacienda de Lázaro -cumpliendo el
plan de Caballo de Troya- debería desplegar una intensa investigación en
torno a la juventud y a los no menos oscuros años que precedieron a la “vida
pública” del Hijo del Hombre. El providencial hecho de contar en la casa con
María, la madre de Jesús, y con varios de los hermanos carnales del rabí, era
algo que no podía desperdiciar. Aquellas pesquisas e indagaciones, por otro
lado, iban a resultar decisivas -como se verá- de cara a la última fase de
nuestro trabajo, en Galilea. Mi tenaz seguimiento del Nazareno en sus últimas
horas fue tomado por la familia y por los amigos del Cristo como una
“definitiva prueba de mi amor y celo por el ajusticiado". Y sus corazones,
agradecidos en cierto modo, se abrieron de par en par a mis muchas y en
ocasiones “delicadas" preguntas. Santiago, sobre todo, que idolatraba a su
hermano mayor, y con el que había compartido penas y alegrías, supuso una
fuente de información que jamás podré valorar. Pero trataré de no perder el
hilo de la cronología...
A decir verdad, cuando puse mis pies en la morada del resucitado amigo de
Jesús de Nazaret, las opiniones sobre la vuelta a la vida del Galileo no eran del
todo uniformes. Me explicaré. En la casa, junto a las dueñas, se alojaban
David Zebedeo y Salomé, su madre; María y su segundo hijo, Santiago -ya
citados- y otros cuatro hermanos del rabí: José, Simón, Jude o Judas y la más
pequeña de Nazaret: Ruth.
Por antiguas y complejas razones que explicaré en el momento oportuno, parte
de la familia terrestre de Jesús no compartía sus “ideas" y enseñanzas. De ahí
que, al ser deshonrado públicamente, los viejos recelos sobre las “ansias de
grandeza” del primogénito de María hubieran florecido, enfrentando a los
unos con los otros. Una situación, en fin, tan corriente como humana en la
vida de los hombres.
La segunda de las apariciones del resucitado en Betania -a la casi totalidad de
los moradores de la casa en aquellos momentos- había rectificado las posturas.en no poca medida. A pesar de
todo, las dudas seguían flotando en varios de
los hermanos de Jesús. No negaban la realidad de la extraña “presencia", pero,
imbuidos de las ancestrales creencias judías sobre la muerte, comentaban que
quizá lo que habían visto era una refaim: una especie de “sombra” que -de


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acuerdo con esas ideas- era lo único que subsistía después del fallecimiento y
a la que, incluso, se podía invocar, tal y como relata el libro 1 de Samuel
(XXVIII). (Este texto refiere cómo, a petición del rey Saúl, la bruja de Endor
consiguió hacer visible la “sombra” de Samuel.) Para los hebreos de aquel
tiempo, las refaim o “sombras” de los muertos “vivían” en el seol o "región de
las tinieblas y de las sombras de la muerte”, como cita Job. En el Antiguo
Testamento -como es el caso de Job. XIV, 13-, se hace una alusión directa al
seol, especificando que “está tan lejos de la tierra de los hombres que ni
siquiera la cólera de Yavé puede alcanzarlos” (1). La muerte -esto es
importante para entender la postura
---
(1) Como cita Rops en sus estudios, “ciertas leyendas rabínicas pretenden que
ese abismo metafísico -el seol- podría ser también una realidad física y
tangible, al que se tendría acceso quitando un gran peñasco que se halla en el
centro del “Sanclasantorum, en el Templo". Para otros, en cambio, las refaim
del seol no son nada, no hacen nada, no saben nada y no pueden nada. El
concepto “nada” sería el contrario a “existencia". En el libro de Isaías
(XXXVIII, 18), el propio profeta llega a gritarle a Yavé: “El seol no puede
alabarte." Hay que considerar que para un judío medianamente piadoso, dejar
de alabar al Señor era poco menos que estar reducido a la nada. En
consecuencia, el seol mismo no podía estimarse como un lugar de premio o de
castigo. El Eclesiastés (XLI, 18) lo dice con claridad: “En el seol no te
reprocharán tu vida." Naturalmente, no todos compartían esta creencia en el
seol.
---
de aquellos hombres- era el fin. Con ella se acababa todo. Así se repite más de
cien veces en los libros sagrados del Antiguo Testamento. Cuando el “ángel
de la muerte” que cita el Talmud “depositaba la gota de bilis amarga -primera
señal, sin duda, de la putrefacción- entre los labios del difunto, le arrebataba el
alma, desapareciendo”. Era la señal última: la ruach o “ alma “ o “soplo de la
vida” ascendía -como cita el Eclesiastés (111)- hacia los cielos. Y la
respiración cesaba. A partir de la gráfica presencia del “ángel de la muerte”, el
cuerpo o baclar empezaba su descomposición, volviendo al barro.
Aunque pueda parecer increíble, las creencias de los hebreos sobre la muerte -tan
ricas en otros aspectos materiales y espirituales- eran muy parcas. Casi
asfixiantes para un espíritu medianamente sensible. En cuanto a la.resurrección, como creo haber mencionado
en otra ocasión, la Ley no se
pronunciaba con claridad. Dejaba libre elección a cada secta.Cada cual podía
creer o no creer en ella. Así, por ejemplo, la casta de los saduceos se negaba
en redondo a aceptar la resurrección de los cuerpos. “No está en el
Pentateuco", esgrimían en sus agrias y continuas polémicas con sus directos
contrincantes: los fariseos. Y los samaritanos apoyaban este argumento. En
cuanto al pueblo llano, como siempre, prefería consolarse con la poética
posibilidad de un “más allá” más complaciente que su dura existencia.
Algunos maestros o rabíes se habían preocupado de predicar esta esperanza.
Gamaliel, entre otros, forjó su creencia en la resurrección y en el “premio” o
“castigo” divinos en base a citas sueltas de los profetas (Isaías, XXVI, 19, o
Ezequiel, XXXVIII), del Deuteronomio (XXXI, 16) o en aforismos, como
aquel que dice: “Y después que mi piel se desprenda de mi carne, en mi carne
contemplaré a Dios” (Job. XIX, 26).
Este confusionismo, en suma, no contribuyó precisamente a asentar las cosas.
El escepticismo de algunos miembros de la familia de Nazaret -al igual que
había sucedido con los discípulos- era tan pétreo en relación a la resurrección
de Jesús que, incluso, durante el sábado, discutieron la necesidad de “honrar la
memoria del crucificado con un mínimo de decencia y dignidad”. Se habló de
la celebración en el primer día de la semana (el domingo) del llamado “pan de
duelo” (1), citado por Oseas
---
Otros rabíes hablaban del “lugar destinado a cada justo”, mencionado también
en el Salmo XLII. Si la vida del difunto había sido de acuerdo con la Ley, el
ángel de la muerte gritaba: “Preparad un lugar para este justo.” (N. del m.)
(1) A las ocho horas del óbito, una vez lavado y untado con perfumes, el
cadáver solía abandonar el lugar donde se había registrado el fallecimiento,
siendo trasladado-en general en angarillas de féretro abierto- a la sepultura.


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Concluida la ceremonia de conducción, la costumbre obligaba a los parientes a
reunirse en el “pan de duelo”. Podía beberse, pero con moderación. A
continuación, los que no habían podido
---
(IX, 4) y Ezequiel (XXIV, 17) y que venía a ser una comida fúnebre que la
familia del muerto obsequiaba a parientes y amigos. María, la madre de Jesús,
se mantuvo al margen. No sólo porque no estuviera de acuerdo (ella creía en
la resurrección), sino por el hecho de que, como mujer, no tenía arte ni parte
en semejantes decisiones.
Al principio, debido a lo heterodoxo y precipitado del enterramiento del
Maestro, los más rigurosos en el cumplimiento de la Ley dudaron si debían
dejarse crecer la barba y los cabellos desordenadamente, rasgar sus vestiduras.y arrojar ceniza sobre sus
cabezas, tal y como proclama el Talmud para
asuntos de muerte. Finalmente lo llevaron a la práctica. Y las polémicas
fueron tan ácidas como interminables. Era lógico. Marta, su hermana María, la
madre de Jesús, Salomé y su hijo David creían que el rabí había regresado del
mundo de los muertos. ¿Por qué someterse entonces a las exigencias del luto
oficial? Desde un ángulo estrictamente exegético -aceptando por un momento
la realidad de una resurrección-, los judíos se hallaban perdidos. ¿Debían
oficiarse los rituales funerarios por una persona resucitada?
Lo más probable es que, de no haberse producido las apariciones en Betania -la
segunda en especial-, los escépticos (por llamarlos de una forma caritativa)
habrían seguido adelante con los preceptos marcados por la Ley para tales
casos. Es decir, un duelo de 30 días; de los cuales, los tres primeros eran
inhábiles para el trabajo, no debiendo responder siquiera a los saludos.
Tampoco podían bañarse ni afeitarse ni portar las filacterias (1) para la
oración. Y si eran rigurosos en el cumplimiento de dichas normas, vestirían
ropas viejas y sucias. (Se daban casos de viudas fieles que, en el momento de
la muerte del esposo, se colocaban un saq o taparrabo de pelo de camello en
señal de penitencia y con él vivían el resto de sus días.)
Gracias a Dios, el Maestro resucitó... Pero, como vemos, incluso después de
muerto, fue motivo de escándalo y contradicción. Y lo que era más doloroso e
incomprensible: en el seno de su propia familia. Cuando recibí cumplida
información sobre estos asuntos no pude evitar una sensación de rechazo hacia
los
---
asistir a las exequias, hacían las obligadas visitas de condolencia. El tratado
Baba bathra (Talmud) decía que, en este caso, debían levantarse siete veces de
sus asientos, saludando a la familia otras tantas veces. (N. del m.)
(1) Las filacterias -traducción griega de los tefilín- eran y son unos estuches
negros y cuadrados, de pequeñas dimensiones, fabricados con pieles de
animales puros. En su interior se introducían pasajes del Éxodo y del
Deuteronomio, escritos en pergaminos y que se amarraban en la frente y en la
palma de la mano a base de correas igualmente negras. (N. del m.)
---
evangelistas por lo mucho que han silenciado a creyentes y no creyentes...
Mi corazón, sin embargo, recuperó el ánimo al escuchar los relatos de las
mencionadas apariciones, de labios de los mismísimos testigos.
Esa mañana, a petición mía, Santiago me condujo al lugar donde aseguraba
haber visto a su hermano resucitado. Nos dirigimos a la parte posterior de la
casa, al frondoso huerto de unos cuatrocientos metros de fondo y, al llegar
frente al peñasco en el que se abría el panteón familiar, el galileo señaló con.su mano izquierda el punto exacto
donde -según él- se había “formado la
figura de Jesús”.
Le dejé explayarse:
-Sería la hora sexta (las doce del mediodía). Todos estábamos muy nerviosos
ante las noticias de la posible resurrección de mi hermano. Los rumores
circulaban sin cesar. Yo, la verdad, tenía mis dudas. Fui testigo de muchos de
sus prodigios y señales y aceptaba sus enseñanzas. Pero, de ahí a considerarle
el Mesías y a creer en su vuelta a la vida...
Me miró buscando mi comprensión.
-Supongo que era lógico -prosiguió, apartando sus ojos acastañados hacia la
losa que cerraba el sepulcro-. Ahora sé que estaba equivocado.
-¿Qué sucedió? -intervine al comprobar que estaba a punto de caer en un


248
inescrutable mutismo.
-Sí, claro... La aparición -comentó volviendo en sí-. Verás, cuando los ánimos
empezaron a encresparse, decidí salir de la vivienda. Y me vine aquí. No sé
por qué... En esos momentos, mientras meditaba sobre estas cosas, llegó
María, la de Magdala. Yo lo supe después. Y con no menos excitación empezó
a relatar a Marta y a su hermana y a toda mi familia lo que había vivido y
presenciado en la plantación de José. Por lo visto, concluido el relato de la
Magdalena, algunos de mis hermanos salieron en mi búsqueda. Jude, incluso,
marchó hasta Betfagé... Pero a nadie se le ocurrió mirar en esta parte del
jardín. Entonces fue cuando sucedió...
Aquel hombre hecho y derecho -el 2 de ese mismo mes de abril había
cumplido 32 años- se estremeció. A pesar de su corpulencia, casi tan notable
como la de Jesús, percibí sus esfuerzos para contener el llanto.
-... Fue como una sensación -y tembló, cruzando sus velludos brazos sobre el
pecho-. Es tan difícil de explicar! Tú me comprendes, ¿verdad?
Respondí que si. Me despojé del manto y le cubrí. El cadim, imperioso,
arreciaba, agitando los árboles con rachas silbantes y frías. Le sugerí regresar,
pero se negó.
Fue como si alguien tocara en mi hombro.
Volvió a sufrir intensos temblores. Pero no supe a qué atribuirlos. ¿Se debían
al desapacible tiempo atmosférico o a los electrizantes recuerdos?
-Me di la vuelta y lo vi...
-¿Qué?
-Me recordó una nube. O quizá humo... No sé. Era una “masa” brumosa que,
partiendo de la cabeza, fue moldeando una figura. Espantado, no tuve fuerzas
ni para huir. Y poco a poco, la nube se convirtió en un hombre.
El nerviosismo comenzó a trabarle la lengua. Intenté ayudarle.
-¿Estás seguro que se trataba de humo?.Los finos labios del testigo se abrieron. Pero no logró responder.
Asintió sin
palabras y, después de llenar los pulmones con el viento del este, tartamudeó:
-Hu mo..., sí.
Inmóviles ante la losa de la cueva funeraria guardamos silencio los dos.
Santiago trató de ordenar sus negros, lacios y largos cabellos, en los que
blanqueaban abundantes canas, y, dominándose, prosiguió:
-La forma, entonces, me habló. Y dijo: “Santiago, te llamo para el servicio del
reino. Únete seriamente a tus hermanos y sígueme."
-¿Le reconociste?
Movió la cabeza negativamente. No quise acosarle con nuevas preguntas.
-Te mentiría si dijese que sí. Era imposible. “Aquello” no tenía nada que ver
con el Jesús que conocí en vida. Era otra cosa. ¿Una niebla? ¿Humo? ¿Una
nube?... Sólo la voz...
Creí adivinar lo que estaba a punto de decirme.
-Al escuchar mi nombre, “Santiago", entonces supe que era Él.
La “voz"... Resultaba significativo que los presuntos testigos de las
apariciones coincidieran en lo mismo. Cuando se produjo aquella tercera
“presencia”, Santiago no podía conocer el sutil asunto. La de Magdala entró
en la hacienda cuando el hermano de Jesús había salido hacia el huerto. Sin
embargo, coincidía con ella, con las restantes mujeres, con los pastores de
Meaux, con Simón Pedro, con los discípulos y conmigo mismo. Demasiada
coincidencia para sospechar una maquinación...
-Era su voz, Jasón! La de siempre!
-¿Y qué hiciste?
-Aturdido y muerto de miedo pensé en postrarme a sus pies.
Y me señaló la hierba sobre la que había aparecido el “ser de niebla".
-Mi padre y mi hermano! Fue lo único que acerté a decir. Pero, cuando me
disponía a arrojarme al suelo, Jesús me pidió que siguiera en pie.
Esta vez, las lágrimas -imparables- bloquearon su garganta. Fue a ocultar su
rostro contra la peña sepulcral y, durante un rato, gimió y se desahogó como
un niño. El profundo sentimiento de aquel galileo -mezcla quizá de alegría,
turbación y reproche por sus antiguas dudas- terminó por entrar también en mi
alma, colmándola de una tierna compasión.
-Entonces paseamos -añadió una vez recompuesto el ánimo.
-¿Hacia dónde?
-No lo recuerdo con exactitud... quizá hacia la casa.


249
De entre las nueve “presencias” que había logrado contabilizar en la jornada
del domingo, tres presentaban aquella variante: el paseo junto al testigo.
(Primero Santiago por la floresta del huerto. Después los pastores, durante.más de cinco kilómetros y,
finalmente, Simón Pedro, en el patio de los
Marcos.) Muy interesante.., a todos los efectos.
-Hablamos unos momentos de las cosas que habían ocurrido y de las que...
Santiago interrumpió sus explicaciones. Me miró de soslayo y, dando un
brinco en el hilo de la narración, continuó:
-... tienen que suceder.
Estaba claro que acababa de esquivar “algo”. Le presioné, pero fue inútil. Lo
único que logré sonsacarle fue que el Maestro le había informado sobre
“ciertos hechos” que debían producirse en un futuro y de los que no debía
hablar.., por el momento. Me resigné, a medias. ¿A qué sucesos pudo referirse
el “ser de niebla”?: ¿a la propia muerte de Santiago, acaecida catorce años más
tarde? (en el 44 de nuestra Era). ¿Quizá a la necesidad de que su hermano en
la sangre escribiera su propio testimonio? (Años más tarde aparecería un
evangelio que la Iglesia católica clasificaría entre los “apócrifos” y que es
conocido como el Protoevangelio de Santiago (1)). ¿Le predijo los
acontecimientos que debían desarrollarse en la Galilea o le habló de su
ministerio activo como embajador del reino y del que apenas si hay constancia
en los textos canónicos?
Después de un rato -reanudó su narración- se despidió, diciendo: “Adiós,
Santiago, hasta que os salve a todos juntos.” Y dejé de verle.
Había dos puntos que me interesaban: ¿cuánto tiempo caminaron? ¿Cómo
desapareció?
---
(1) El Protoevangelio de Santiago, atribuido a Santiago el Menor -calificativo
con el que, al parecer, se diferenciaba al hermano de Jesús del otro Santiago,
el Zebedeo- es uno de los apócrifos más remotos. El texto actual fue fijado por
Tischendorf, utilizando para ello alrededor de veinte textos diferentes.
Básicamente cuenta la vida de María hasta el nacimiento de Cristo, las
maravillas que acompañaron a este último y la matanza de los “inocentes".
Posiblemente data de los siglos XIV o XV y, francamente, no resulta
demasiado creíble. (N. del m.)
---
A la primera cuestión, el segundo hijo de la familia de Nazaret replicó con
precisión:
-El que se consume en un reposado paseo de un estadio y medio,
aproximadamente.
Los judíos echaban mano de estas comparaciones. Deduje que habían
caminado alrededor de 280 metros; es decir, entre tres y cuatro minutos.
El otro asunto fue más complejo.
-De pronto dejé de verle..De ahí no hubo manera de sacarle.
-Y corrí hacia la casa, gritando: “ Acabo de ver a Jesús! He hablado con Él! -Hemos
conversado! No ha muerto! Ha resucitado!” Jude, mi otro hermano,
volvió de Betfagé y creyó en mis palabras.
-¿Y el resto?
Se encogió de hombros.
-Al principio dudaron. Yo también lo habría hecho. Ahora, tú lo has visto,
están convencidos.
Me agaché y examiné el pasto. En aquel punto, según Santiago, había
plantado sus pies el resucitado. Desde allí le habló. Pero no encontré rastro
alguno que revelara que la hierba, por ejemplo, de una cuarta de altura,
hubiera soportado un peso de 80 kilos. Se hallaba erguida y brillante.
Por descontado, al no manejar conceptos comunes y corrientes, todo era
posible. Incluso, que el “ser de humo” no pesara en absoluto...
“ Sin embargo -me obstiné-, debería haber tronchado los tiernos tallos...“
-¿Seguro que fue aquí?
El hombre me escuchó sin comprender. Desvió los ojos hacia la peña del
sepulcro y, como si tomase referencias, se situó en el lugar donde se
encontraba en aquel preciso instante. Al final, asintió rotundo:
-Seguro!
Era desconcertante. Los puntos por donde habíamos caminado presentaban un
pasto lógicamente hollado. La tupida alfombra vegetal del huerto -abatida o


250
inclinada- ponía de manifiesto nuestras trayectorias. En el corro “ocupado”
por el Maestro, en cambio, no descubrí una sola brizna aplastada.
De pronto, al advertir la espada de hierro, sin vaina, que ceñía bajo la faja,
rememoré el extraño suceso ocurrido en la estancia de los Marcos. Mi
cuestión le dejó perplejo. Entornó sus ojos, como si reconstruyera la escena, y
acariciando la audaz y canosa barba, me facilitó un dato importante:
-Ahora que lo dices... sí que sentí algo raro en el vientre. Parecía como si
tirasen de mí hacia El.
Era suficiente. El singular fenómeno de atracción de los objetos de hierro
parecía repetirse. Y lo tuve muy presente, sobre todo a la hora del manejo de
la “vara de Moisés”.
De camino hacia la casa, Santiago hizo un comentario. Después, al conversar
con David Zebedeo, fue plenamente ratificado.
-Hasta esa hora -manifestó con satisfacción-, Jesús había sido visto por
mujeres nerviosas y poco creíbles. Pero, como sentenció David, ahora era
distinto: “también ha sido visto por un hombre valeroso".
Comprendí el engreimiento del hermano del Nazareno -realmente era cierto:
Santiago era un individuo valiente- y su despreciativo gesto hacia las mujeres..Esa era la triste realidad de la
sociedad judía de entonces. Como proclamé en
páginas anteriores, las hembras no contaban para casi nada...
Mientras nos reuníamos con el resto de la familia, dispuesto a escuchar la
segunda de las apariciones, me reproché a mi mismo no haber prestado mayor
credibilidad a los escritos de Pablo. Caballo de Troya, al estudiar el conjunto
de las apariciones cristológicas, se fijó también en la cita del apóstol de Tarso
(1 Corintios, 15, 5-9), allí se dice que Jesús se mostró a Santiago. Pero el
orden en que presenta estas apariciones -primero a Cefas, después a los doce y
a más de quinientos hermanos y, por último, a Santiago- no nos pareció
correcto, desechando dichas “pistas”.
En fin, ya no tenía arreglo. De todas formas, ahora que lo menciono, los
cristianos parecen no haber caído en la cuenta de otro curioso detalle. Pablo
cita esta aparición a Santiago -se supone que al hermano de Jesús-, pero no así
los evangelistas “oficiales". ¿Por qué? ¿Es que no la consideraron importante?
¿o es que había “mar de fondo" y un rechazo a la figura del hermano del rabí,
quizá por no haber desvelado el misterioso mensaje del resucitado?
Claro que, después de lo que llevaba visto y oído, ¿por qué extrañarme de este
nuevo “silencio” en los Evangelios canónicos? Cosas más graves me
reservaba el destino, que tampoco fueron recogidas...
La hora del almuerzo se hallaba al caer y, en compañía de Santiago, me
acomodé en torno a la espaciosa mesa que ocupaba el centro de la gran cámara
rectangular en la que había entrado en otras oportunidades. En una de las
esquinas, como siempre, chisporroteaban algunos troncos, alimentados por el
fuerte tiro del hogar. Las mujeres fueron sirviendo el primer plato: una especie
de sémola o puré caliente, confeccionada a base de gruesos granos de trigo
molido. (Me recordó en cierto modo -no por el sabor- a la polenta de los
italianos.) Cuando las veintitantas personas tuvimos delante nuestra
correspondiente ración, Santiago -el más viejo entre los varones- se puso en
pie. Todos le imitamos. Y con unas sencillas palabras agradeció los alimentos
que nos disponíamos a consumir:
-Señor, provéenos de lo necesario.
Al sentarnos, el alborozo, el tumultuoso sorber de la “sopa” y las bromas
fueron todo uno. Eché de menos a Marta. Pero, a los pocos minutos, se
presentó en la sala-comedor con una canasta de mimbre cuidadosamente
cubierta por un paño. Nos miramos mientras buscaba asiento y la “señora”
bajó los ojos, ruborizándose. En aquel momento -torpe de mí!- no me percaté
ni de la razón de aquella turbación ni del cambio en sus vestidos y peinado. La
tosca túnica marrón que llevaba cuando me recibió en la mañana había
desaparecido. En su lugar lucía un hermoso chaluk o túnica de seda bordada,
en un verde oliva deliciosamente brillante. En aquel tiempo, la seda se.utilizaba muy poco. Llegaba con las
remotas caravanas de Oriente y resultaba
carísima. Sus hombros aparecían cubiertos con algo que me recordó un chal,
en lana blanca y anudado a los referidos hombros con hilos trenzados del
mismo color.
También sus cabellos habían sido modificados. El pañolón oscuro con el que
se tocaba en el momento de mi llegada fue sospechosamente olvidado. Y la


251
“señora” se presentó con un nuevo peinado: el negro cabello, partido en dos,
caía sobre el pecho, doblándose en las puntas, hacia afuera, con dos estudiados
bucles. Su ancho rostro quedaba así enmarcado y “estilizado”. Una casi
imperceptible sombra de malaquita en los párpados redondeaba su maquillaje,
dando mayor profundidad a sus ojos de azabache. Estaba realmente hermosa.
Por supuesto, la súbita y aparentemente inexplicable “ transfiguración” de
Marta no pasó inadvertida para las mujeres, que no cesaron en sus cuchicheos
y pícaras insinuaciones. Yo, insisto, fui el último en enterarme.
Durante un rato, mientras me explicaban los pormenores de la segunda
aparición, la comida transcurrió en un respetuoso silencio.
Aunque se presentaron varios candidatos, con toda intención, rogué que fuera
David Zebedeo quien condujera el hilo de la narración. El hermano de los
“hijos del trueno" accedió con gusto. Y, con la seriedad que le caracterizaba,
resumió así lo sucedido:
-Ocurrió al poco de llegar nosotros a la casa. Como recordarás, después de
despedir a los mensajeros con la noticia de la resurrección del Maestro, pasé
por la mansión de José, recogí a Salomé, mi madre, y nos encaminamos a
Betania. No pasaría mucho de la hora nona (las tres de la tarde), cuando, aquí
mismo, casi como ahora, nos encontrábamos repasando los sucesos que todos
conocéis y, de repente, alguien gritó...
Los comensales, a pesar de haberlo contado una y otra vez, detuvieron incluso
el trasiego de sus cucharas de madera. Fue un silencio espeso y elocuente.
-La puerta, ésa que ves ahí, estaba abierta, igual que en estos momentos y,
ante los gritos, las miradas se dirigieron hacia donde señalaban los dedos. Era
un hombre. Nos miraba desde fuera de la estancia, quizá a un paso del dintel.
Su figura, alta y atlética, se recortaba contra la claridad del patio...
-Un momento -le interrumpí-, ¿seguro que se encontraba “fuera” de la
habitación?
El Zebedeo movió la cabeza afirmativamente.
-Ni dentro ni bajo el marco de la puerta: fuera! Y todos pudimos oírle.
Levantó su brazo izquierdo y nos saludó: "La paz sea con vosotros." Nos
quedamos mudos. Pero El continuó: “Saludos para aquellos que estuvieron
cerca de mí en la carne y en la comunión de mis hermanos y hermanas en el
reino de los cielos. ¿Cómo habéis podido dudar? ¿Por qué habéis esperado.tanto para seguir de todo corazón
la luz de la verdad? Entrad en la comunión
del Espíritu de la Verdad en el reino del Padre."
David guardó silencio.
-¿Eso fue todo?
Mi pregunta no gustó. Pero el Zebedeo, comprensivo, concluyó:
-Cuando medio nos repusimos del susto, algunos se levantaron y corrieron a
abrazarle. Pero se esfumó.
Sirvieron el segundo plato: huevos cocidos con una apetitosa guarnición a
base de habas crudas, muy tiernas, y unos bulbos y raíces del género de las
estáquides.
El almuerzo se animó de nuevo y, entre bocado y bocado, fui planteando a
David y a los diecinueve testigos restantes varios de los “detalles" que me
interesaban.
-Entonces, si decís que algunos de los presentes se levantaron e intentaron
abrazarle es porque era de carne y hueso...
El Zebedeo, sagaz, me recordó que él no había dicho semejante cosa. Y
añadió:
-Era un hombre. Sus ropas eran como las nuestras. Pero ¿quién puede
sentenciar en verdad que tenía sangre y huesos como nosotros?
Santiago debió de leer mis pensamientos. E interviniendo en el asunto, aclaró:
-Como sabes, yo también estaba presente cuando ocurrió. Y puedo asegurarte
que aquel cuerpo no era como el humo o la nube que te describí...
-¿Se distinguía el patio a través de dicho cuerpo?
Los comensales se miraron entre sí. Todos estuvieron de acuerdo en que no.
-¿Alguien lo vio formarse poco a poco, como le sucedió a Santiago?
Las respuestas fueron igualmente negativas. Cuando acertaron a descubrirla,
la figura se hallaba completa, “como la de un ser humano", insistieron.
-Naturalmente -señalé con segunda intención-, tampoco le reconocísteis...
Al principio, David y los demás me miraron atónitos. Acto seguido, rompieron
a reír.


252
Interrogué al Zebedeo con la mirada. ¿Qué era lo que les había causado tanta
gracia?
-Querido Jasón -me explicó David en tono benevolente-, ¿crees que somos
ciegos?
-¿Cómo? -repliqué alarmado-. Entonces...
-Por supuesto que le reconocimos. Era El.
No insistí. David Zebedeo era un excelente observador y hombre poco dado a
visiones ni fantasías. además, había otros diecinueve testigos...
Seguí comiendo en silencio, algo avergonzado por mis preguntas,
aparentemente infantiles. Todo aquello resultaba confuso para mi. ¿Por qué en.las primeras apariciones -a las
mujeres y a Santiago- y en las últimas de aquel
domingo -incluida la que yo viví- el “cuerpo” del resucitado no había
presentado el aspecto y la morfología de un humano normal? Era estéril seguir
en la búsqueda de una explicación racional. En el mejor de los casos, quizá
encontrásemos la respuesta en las próximas y prometedoras apariciones... Pero
eso quedaba lejos.
De pronto recordé las palabras de José de Arimatea, en el sentido de que, tanto
la Magdalena como los demás testigos, no debían hacer públicas aquellas
apariciones en la casa de Lázaro.
Y armándome de valor interrogué a Santiago sobre el particular. Supongo que
muchos de los presentes agradecieron mi pregunta. También ellos deseaban
aclarar el porqué de esta consigna.
Santiago no soltó prenda.
-Debo ser fiel a la promesa hecha a mi hermano y Señor...
La sentencia cerró la cuestión.
Marta, oportuna, suavizó la momentánea tensión. Tomó el canasto y,
canturreando algo que no entendí muy bien, pero que provocó el buen humor
y la distensión, fue repartiendo unas bolitas de color achocolatado. Al llegar a
mi lado, con el cutis encendido como una amapola, depositó seis en mi plato.
Dos más que al resto. Le agradecí la gentileza y, curioso y preocupado ante lo
que me disponía a ingerir, pregunté el contenido de las mismas.
-Almidón, extraído por cocción, rebozado en miel y perfumado con esencia de
rosa y alfóncigo.
Lo probé intrigado. Sabía a bombón! Me recordó los bombones que los
orientales denominan lukum. Fue un remate delicioso.
Pero mi trabajo en la hacienda de Betania no había hecho más que empezar. Y
mis ojos y mi corazón se clavaron en aquella silenciosa hebrea de mirada
atenta, de cabellos negros y lisos, cubiertos con un gran pañuelo negro: María,
la madre de Jesús. La Señora.
Eran tantas las preguntas y cuestiones que debía consultarle! Tantas mis
dudas, que no supe bien por dónde empezar.... Y en el transcurso de aquellos
días -felices y sosegados-, siempre con el apoyo de sus hijos, tuve la
maravillosa oportunidad de ir desgranando un sinfín de noticias relacionadas
con sus años en Nazaret y con su primogénito, que enriquecieron lo que ya
sabía y conté.
¿Qué había sucedido a lo largo de la juventud de Jesús de Nazaret? ¿Por qué
los evangelistas pasaron por alto esos casi 32 años anteriores a su vida de
predicación? ¿Es que el Hijo del Hombre no hizo nada durante ese dilatado
periodo? ¿Cómo fue su educación? ¿Quiénes fueron sus amigos? ¿Cuáles sus
problemas y angustias? ¿Vivió siempre en la pequeña aldea de Nazaret?.¿Cuándo y cómo tuvo conciencia de
quién era en realidad? ¿Por qué se lanzó a
los caminos?
Éstas y mil preguntas más quedarían cumplidamente satisfechas durante mi
estancia en Betania, a raíz de nuestra expedición a la Galilea y en la “tercera"
aventura que -lo adelanto ya- fue libre y voluntariamente asumida por Eliseo y
por quien esto escribe.
Y si aplazo ahora la narración de cuanto nos fue dado conocer sobre la edad
adulta del Maestro es, simplemente, porque entiendo que tan fascinante y
largo capítulo encaja mejor y más puntualmente entre las aventuras y correrías
de estos “exploradores” por las altas tierras del norte...
Dicho esto, proseguiré con los sucesos que me tocó vivir a partir del viernes,
14 de abril de ese año 30 de nuestra Era.
De acuerdo con lo trazado por Caballo de Troya, yo debía incorporarme a la
“cuna” antes de la décima aparición, prevista para ocho días después del


253
domingo, 9 de abril. Pero...
---
NOTA DEL AUTOR
Como quizá recuerde el lector, en mi anterior obra -Caballo de Troya, página
494-, hacía mención al tema que acaba de exponer el mayor. En sus escritos,
el oficial de la USAF, después de una conversación de tres horas y media en la
casa de Juan Zebedeo en Jerusalén en la mañana del sábado, 8 de abril, con
María, la madre del Maestro, desvelaba unas interesantísimas informaciones
en torno al nacimiento e infancia de Jesús de Nazaret. Como digo en la nota a
pie de página, por razones de orden técnico, me vi precisado a posponer dicho
relato. Entiendo que éste es un buen momento para incluirlo.
Y antes de seguir adelante, una advertencia que me resisto a pasar por alto:
como afirmo al principio de Caballo de Troya 2, algunos de los puntos que se
exponen a continuación resultan tan “afilados” que recomendaría a los lectores
de ideas y principios religiosos excesivamente conservadores abandonen la
lectura...
Cumplida esta sincera aclaración, pasemos a esa parte de los documentos.
---
A partir de aquellos instantes -las ocho de la mañana, aproximadamente- y
después que Juan Zebedeo le explicara quién era y por qué estaba allí, María
accedió gustosa a hablarme de Jesús, de sus primeros años en Nazaret, de sus
viajes por el Mediterráneo y de la muerte en accidente de trabajo de su esposo,
el constructor y carpintero llamado José.
Intentando poner orden en mis ideas y en los miles de temas que se agitaban
en mi mente, empecé por preguntarle sobre el nacimiento del gigante....Pero, a los pocos minutos, comprendí
que debía retroceder en la Historia. El
debatido asunto de la “concepción virginal” del Hijo del Hombre me intrigaba
especialmente. O, para ser precisos, sentía curiosidad por conocer la versión
de la interesada. Como resulta fácil de adivinar, María no podía intuir lo que
de ella y de su primogénito escribirían los evangelistas bastantes años más
tarde. Teniendo en cuenta que el fallecimiento de la Señora -así la llamaré
también a partir de ahora- se registraría al año, más o menos, de la muerte de
su Hijo, la versión del Evangelio arameo de Mateo (escrita quizá unos diez o
quince años después del 30), podía ser, perfectamente, un puro relato de
“oídas". En otras palabras, que Caballo de Troya albergaba serias dudas sobre
lo manifestado por Mateo y Lucas en torno a estas cuestiones. ¿Fue real la
pretendida y antinatural concepción de la Señora? ¿Se le apareció un ángel,
como rezan las Escrituras?
Con el fin de no lastimar sus sentimientos con preguntas crudas y directas -al
menos en este delicado terreno-, fui conduciendo la conversación por
derroteros próximos, de forma que fuera ella misma quien, espontánea y
sencillamente, abordara la cuestión. La estratagema dio resultado.
Así supe que María y José se conocieron cuando éste, como carpintero y
“albañil”, trabajaba en la ampliación de la vivienda de los padres de la
entonces casi niña “Miriam" (verdadero nombre de María). La adolescente,
que contaba unos once años, llevó agua a José. Era la primera vez que se
veían. Y surgió una mutua atracción. Aunque ya lo mencioné en páginas
anteriores, las costumbres de los judíos en aquel tiempo eran muy diferentes a
las de hoy. A partir de los doce años y medio, coincidiendo con la primera
menstruación, la niña alcanzaba la categoría de mujer, pudiendo pasar -por el
casamiento- de la tutela del padre a la del esposo. (Y a veces no se sabía qué
era peor.)
Los esponsales -una etapa que en la actualidad podríamos “maltraducir" por
noviazgo- se prolongaron durante dos años (1). Cuando José cumplió los 21,
la segunda fase del ritual hebreo -el casamiento propiamente dicho- se festejó,
con todos los honores y como mandaba la tradición, en el domicilio de María.
El “contrato" se firmó en miércoles, ya que María era doncella, y a mediados
del mes de marzo del año “menos ocho” de nuestra Era. (La luna llena traía
buena suerte.) Como dote o mohar, Joaquín, el padre de la novia, recibió lo
estipulado por la Ley -cincuenta siclos de plata- y la totalidad de los muebles
del nuevo domicilio de los recién casados. Al contrario de lo que sucede en
nuestros días, entonces no era el padre de la prometida quien cargaba con la
dote. Era aquél quien debía recibirla del novio o del padre de éste. María, por
tanto, tenía 13 años cuando “entró en la casa” de su esposo y éste, como dije,


254
21..La Señora sintió placer al recordar aquellos tiempos. Y me habló con gran
cariño de la “casa nueva” de Nazaret, edificada por José y sus hermanos al pie
de los cerros que dominan la comarca del Tabor y de Nain.
Antes de proseguir, quiero llamar la atención sobre esta fecha: marzo del año
“menos ocho”. En ese mes tuvo lugar la “boda” de los esposos.
La Señora se extendió gustosa en los detalles y pormenores de la modesta
vivienda en la que iniciaron su azarosa vida de ccasados. (Con motivo de
nuestro segundo “salto” en el tiempo,
---
(1) En el derecho judío, un matrimonio constaba de dos “momentos” o fases
bien diferenciadas y estrechamente ligadas: los esponsales y el casamiento o
"bodas” - Cuando dos jóvenes decidían unirse para toda la vida entraban en el
primer estadio. En realidad se les consideraba ya como esposos, sin embargo,
la definitiva unión, tal y como fija el Deuteronomio, sólo se producía cuando
el novio “ tomaba a la esposa de su casa” (Deut., XX, 7). A pesar de ello, los
esponsales no pueden juzgarse como un simple “noviazgo”. Llevaba en si
mismo el sello de un auténtico “contrato matrimonial”. Hasta el punto que una
mujer que era sorprendida en adulterio -encontrándose en el período de
“esponsales”- podía ser repudiada y ejecutada. Parece ser que era una
costumbre tolerada aunque mal vista, que los “esposos” mantuvieran
relaciones sexuales, como marido y mujer, antes de las nupcias propiamente
dichas- Éstas, como digo, tenían lugar con el traslado de la novia o esposa a la
casa del marido. Las fiestas duraban hasta siete días, incluso más. (N. del m.)
---
tendré oportunidad de volver sobre este curioso e interesante capítulo del
mobiliario y de las costumbres de la pareja.)
Suave, prudentemente, me interesé también por José - ¿Cómo era? ¿Qué clase
de carácter tenía? ¿Cuál era su aspecto físico?
María, sonriente, sólo tuvo elogios para su fallecido esposo. Ésta fue su
descripción:
-Fue un hombre de dulces maneras. Moreno. De ojos negros. Fuerte e
incansable trabajador. Sus antepasados (padre, abuelo, bisabuelo, etc.) fueron
carpinteros, contratistas, albañiles y forjadores. Al principio se dedicó a la
carpintería de obra. Después entró en los negocios de las contratas. Pensaba
mucho y hablaba poco. Era extremadamente fiel a las costumbres y prácticas
religiosas de mi pueblo. Demasiado, para mi gusto... La dolorosa situación de
Israel, bajo el yugo extranjero, le tenía afligido. Su familia fue numerosa,
como la nuestra: ocho hermanos y hermanas. Cuando le conocí era alegre,
pero, conforme fue pasando el tiempo (sobre todo a raíz de los primeros años
de matrimonio), se volvió taciturno y fue presa de una aguda crisis espiritual..Poco antes de su muerte, cuando
la nueva ocupación como contratista
empezaba a mejorar nuestra situación económica, experimentó un
considerable alivio y su Espíritu se entonó de nuevo.
Fue inevitable. Al tocar la muerte de José no resistí la tentación y pregunté las
circunstancias de la misma.
Ocurrió un martes, 25 de septiembre del año 8 de nuestra Era. Jesús tenía 14
años. Al atardecer de esa fatídica fecha, un mensajero llevó una trágica noticia
al taller donde trabajaba Jesús. Su padre en la Tierra había caído desde lo alto
de una obra, en la vecina ciudad de Séforis, encontrándose malherido. El
primogénito de María acompañó al enviado hasta el domicilio de la familia,
comunicando la desgracia a su madre. Jesús quería correr junto a su padre,
pero la Señora se lo prohibió. Fue su hermano Santiago quien la acompañó
hasta la residencia del gobernador donde, al parecer, había tenido lugar lo que
hoy denominamos un “accidente laboral”. Jesús, muy a su pesar, tuvo que
quedarse en Nazaret, al cuidado de la casa y de los pequeños. Para cuando
María entró en Séforis, José había fallecido. Condujeron el cadáver hasta la
aldea de Nazaret y allí, al día siguiente, 26, fue sepultado en la tumba de sus
antepasados. “Causalmente”, había vivido 36 años; la misma edad de su Hijo.
A raíz de este suceso, Jesús tendría ocasión de conocer a Herodes Antipas,
uno de los hijos de Herodes el Grande: el detestable y degenerado “zorro” que,
veintidós años más tarde, trataría de interrogarle... Pero ésta es otra historia,
que deberé contar en un futuro.
Puesto que hablábamos de José, me atreví a indagar en su pretendida
ascendencia davídica. En el Evangelio de Mateo (1, 1-16), se concreta la


255
genealogía de Jesús y, en ella, como es notorio, el padre terrenal del Cristo
aparece como descendiente directo del rey David.
Debo confesar que la Señora se sorprendió mucho ante la insólita pregunta.
-¿Y cómo sabes tú eso...?
-Luego es cierto -repuse, esquivando la cuestión de María.
-No, no lo es...
Su explicación me dejó atónito. José, lógicamente, se lo había contado. Mateo,
una vez más, fue mal informado. Todo arrancaba de un antepasado de José -por
vía de su abuelo paterno- que fue adoptado por un tal Zadoq, que si era
descendiente directo de David (1). Este ancestro de José, huérfano, fue tomado
bajo la tutela de Zadoq y de ahí el error. A partir de entonces (sexta
generación anterior a José), los sucesores recibieron el falso título de nacidos
o pertenecientes a la “casa de David”.
Más adelante, cuando pase a describir lo sucedido en la segunda exploración,
daré cuenta de los errores cometidos en las genealogías que se atribuyen a
Jesús de Nazaret. La mayor parte de esas “listas" de ascendentes -como.muchas de las profecías mesiánicasson
posteriores a la vida del Galileo y,
consecuentemente, "acomodadas” a los hechos que protagonizó Jesús.
En realidad, la auténtica descendiente directa del rey David era la Señora. Su
linaje, por lo que me explicó, se perdía en la más rancia nobleza, contando
entre sus lejanos antepasados con representantes de los hititas, sirios, egipcios,
fenicios e, incluso, griegos. Para los que pretenden “ver” en María una “madre
representativa de la Humanidad", éste, seguramente, constituye uno de los
puntales en el que podrían basar su pretensión. Pocas mujeres judías de dicho
tiempo llevaban en su sangre una mezcla tan noble y puntual de razas...
De acuerdo con su carácter, aunque la muerte de su marido la sumió en un
corrosivo dolor, María no exteriorizó jamás su profunda tristeza y soledad.
Supongo que irá surgiendo de forma natural. Pero, aún así, no desperdiciaré la
ocasión y comentaré algo que estimo importante en relación al temperamento
de la Señora. Los cristianos de casi todos los tiempos parecen haber ido
fraguando una imagen de “María” acorde con sus propias creencias, intereses
y conveniencias. Así, a lo largo de estos dos mil años, no es difícil encontrar
textos bendecidos por el Papado, por los Santos Padres de la Iglesia católica o
por “preclaros” teólogos en los que se cuelga a la madre del Señor
---
(1) Efectivamente, seis generaciones antes de José -según el texto de Mateo-,
aparece un tal Sadoq o Zadoq, que engendró a Aquim. Éste engendró a Eliud y
éste, a su vez, a Eleazar. Este engendró a Mattán y Mattán a Jacob. Y éste fue
el nombre del padre de José, esposo de María. (N. del m.)
---
"etiquetas” tan absurdas y poco reales como las de “virgen permanente”,
“mujer sumisa y doña”, “dechado de virtudes humanas y divinas”,
“corredentora”, “mediadora entre Dios y el género humano”, “concebida sin
pecado original" y qué sé yo cuántos encomiables pero dudosos atributos...
Los propios sucesos que iré narrando serán la mejor prueba de que la Señora
era una hebrea inteligente, pero, como cualquier ser humano, con defectos y
limitaciones. Algunos, como el relacionado con su “profundo sentido del
nacionalismo”, harán temblar a los cristianos que parecen vivir “en las nubes”.
Paso a paso, por lo que fui captando y por lo que recogí de cuantos la
rodearon, llegué a la conclusión de que María era una mujer alegre.
Inasequible al desaliento. Con una envidiable fuerza vital y una libertad de
mente que la obligaban a expresar sus sentimientos y opiniones abierta y
limpiamente. Sin tapujos. Sin rodeos. Sin hipocresías. En oposición a José, la
Señora llevaba en los genes lo que hoy llamaríamos “sentido liberal de la
vida”. Su filosofía era ésa: “respetar todas las creencias y credos”. Pero.también era terca y obstinada. Esta
postura le conduciría a más de un disgusto.
En especial durante la juventud de Jesús.
Analizando el carácter del Hijo, uno deducía que buena parte de sus dones
como educador y conductor de masas y su característica capacidad para la
justa indignación habían sido heredados de la madre. Del padre, en cambio,
tenía la dulzura y una maravillosa comprensión de la débil naturaleza humana.
En ocasiones, Jesús permanecía pensativo y con aire de tristeza ante los
hombres que le rodeaban. Esa forma de ser, sin duda, guardaba una íntima
relación con el temperamento de José. Pero, en la mayor parte de las veces, el


256
Galileo se mostraba tan optimista y decidido como su madre. No creo
equivocarme si -a manera de síntesis- digo que el carácter de la Señora
imperaba con claridad en el de su primogénito. De José heredó también su
amor por el estudio de las Escrituras hebraicas. María supo infundirle -quizá
inconscientemente- un natural sentido del respeto y de la liberalidad.
Ambas familias -la de José y María-, además de disfrutar de posiciones
económicas desahogadas, podían ser consideradas como "cultas”, teniendo en
cuenta el bajo nivel de la población en general. La Señora, tras el
fallecimiento de su esposo, se preocupó especialmente de que sus hijos
recibieran la necesaria instrucción. Aunque volveré sobre ello, también me
sorprendió la extraordinaria habilidad de esta mujer para el arte del hilado.
Fue una tejedora excepcional. Jesús siempre vistió las túnicas y mantos
confeccionados por ella. En cuanto a sus dotes como ama de casa y mujer
previsora -cualidades a las que se vio forzada ante la angustiosa situación
económica en que quedó la familia con la muerte de José-, hablaré de ello con
motivo de nuestra visita a la Galilea.
-Así que vuestras “nupcias" o bodas tuvieron lugar en marzo del año 746...
(Obviamente, cité el cómputo romano.)
La Señora asintió, sin comprender hacia dónde me dirigía.
-Conversando con unos y con otros -añadí, procurando disimular- he sabido
también de un suceso prodigioso, ocurrido antes del nacimiento de Jesús...
-¿Te refieres a lo del ángel?
-Perdona mi incredulidad, pero...
-Lo entiendo, Jasón -susurró resignada-. No es la primera vez que alguien
duda de mí...
Debía ser exquisitamente cauto, así que formulé las preguntas, poniendo mis
cinco sentidos.
-¿Cuándo fue?
-Un atardecer, hacia mediados del octavo mes, en pleno marjedn... (1).
(Eso quería decir noviembre.)
-¿Recuerdas el día exacto?.-No...
Me pareció raro que una mujer no guardara en su memoria una fecha tan
distinguida.
-...Me encontraba en la casa de Nazaret, atendiendo las faenas. José no
tardaría en volver. De pronto, al lado de una mesa baja de piedra, le vi. Era un
joven muy hermoso. Con luz por todas partes. Dijo llamarse Gabriel...
-Tengo sumo interés en saber qué te dijo... con exactitud.
Eso sí había quedado grabado en su corazón.
-Sus palabras fueron éstas: “Vengo por mandato de aquel que es mi Maestro,
al que deberás amar y mantener. A ti, María, te traigo buenas noticias, ya que
te anuncio que tu concepción ha sido ordenada por el cielo... A su debido
tiempo serás madre de un hijo. Le llamarás Yehoua (Jesús o “Yavé salva") e
inaugurará el reino de los cielos sobre la Tierra y entre los hombres...
---
(1) Entre los judíos de entonces, el año comenzaba en primavera.
Concretamente en el mes de Nisán, que correspondía, según, a nuestros marzo
o abril. Este ciclo cultural estaba inspirado en el calendario babilónico. A
partir del destierro, el pueblo de Israel adoptó incluso los nombres de los
meses babilónicos: Iyyar era el segundo mes (abril-mayo), Siván el tercero
(mayo-junio), Tammuz el cuarto (junio), Ab el quinto (julio-agosto), Elul el
sexto (agosto-septiembre), Tieri el séptimo (septiembre-octubre), Marjedn el
octavo (octubre-noviembre), Kisléu el noveno (noviembre-diciembre), Tébet
el décimo (diciembre-enero), Sabat el undécimo (enero-febrero) y Adar el
duodécimo y último (febrero-marzo). El año era lunisolar, con 12 meses de 29
o 30 días y un mes suplementario cada dos o tres años para enjugar el retraso
del ciclo lunar sobre el año solar. (N. del m.)
---
De esto, habla tan sólo a José y a Isabel, tu pariente, a quien también he
aparecido y que pronto dará a luz un niño cuyo nombre será Juan. Isabel
prepara el camino para el mensaje de liberación que tu hijo proclamará con
fuerza y profunda convicción a los hombres. No dudes de mi palabra, María,
ya que esta casa ha sido escogida como morada terrestre de este niño del
Destino... Ten mi bendición. El poder del más Alto te sostendrá... El Señor de
toda la Tierra extenderá sobre ti su protección.”


257
Mi perplejidad fue en aumento. Aquellas palabras no guardaban parentesco
alguno con las escritas por Lucas (1, 26-39). Como se verá, María no era
virgen, en el sentido que parece querer darle -a toda costa- el evangelista (1).
Era imposible porque las “bodas”, repito, se habían celebrado en marzo: ocho
meses antes de la llamada “anunciación”! En mi opinión, los relatos-supuestamente
“sagrados”- sobre tal acontecimiento fueron deformados e.innecesariamente circunscritos a una situación -la
virginidad física de la
Señora- que envolvía el nacimiento del Señor en un halo de misterio y
divinidad, muy propio de los orientales. “Algo” que no afectaba para nada a la
trascendencia de la misión del Hijo del Hombre. Pero trataré de ir por partes.
En el mencionado Evangelio de Lucas (versículos 31 a 33) se lee: “ ...vas a
concebir en el seno -le dice el ángel a María- y vas a dar a luz un hijo, a quien
pondrás por nombre Jesús.” Desde la pura lógica, resulta incongruente que las
“fuerzas del Cielo” -que difícilmente contravienen el natural discurrir de la
Naturaleza- programen una concepción en pleno periodo de “esponsales”.
¿Por qué crear problemas innecesarios? Si el tema de la concepción misteriosa
de Jesús iba a constituir una fuente de polémicas, recelos y disgustos en la
propia familia de Nazaret, ¿por qué añadir “más leña al fuego” con una
concepción “a destiempo”?
---
(1) Lucas en su Evangelio recalca una y otra vez la palabra “virgen”: “...Al
sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea,
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
casa de David; el nombre de la virgen era María...” En tan pocas líneas se
contabilizan dos errores: “una virgen desposada con un hombre llamado José”
y “de la casa de David". En cuanto al resto del pasaje en cuestión, también
aparece plagado de “ modificaciones” o de errores. Por ejemplo, refiriéndose a
Jesús, Lucas pone en boca del ángel: “...y el Señor Dios le dará el trono de
David.” Jamás hubo alusión a tal trono. ¿Para qué? La misión del Maestro era
otra y Él se encargaría de repetirlo en vida más de una vez. Lucas, que
escribió su Evangelio muchos años después de la muerte de María, no fue bien
informado o, quizá, se dejó arrastrar por las corrientes que pretendían
magnificar todo lo relacionado con Jesús, incluyendo una madre
permanentemente virgen. Algo que iba contra todas las costumbres y normas
de la sociedad judía de entonces. (N. del m.)
---
La “información" de Lucas es errónea, incluso, en el detalle del embarazo de
Isabel, prima lejana de María. Según sus escritos, Gabriel se apareció a la
Señora “al sexto mes" de la concepción no menos misteriosa de aquella.
Cuando interrogué a María sobre el referido embarazo de su prima, sobre la
aparición de Gabriel a dicho pariente y sobre el nacimiento de Juan, llamado
el Bautista, las fechas no coincidieron con las de Lucas. El ángel se presentó
ante Isabel en los últimos días del mes de junio de ese mismo año “menos 8”.
Es decir, para cuando el enviado celeste se apareció por segunda vez -a María-,
Isabel estaba de cinco meses y no de seis, como escribe el evangelista. (Juan
nacería el 25 de marzo del año siguiente: “menos 7”.).De todas formas, con toda la delicadeza de que fui
capaz, insistí en el íntimo
asunto de su virginidad, en el momento de la presencia del ángel. La respuesta
fue rotunda:
-Naturalmente que estaba casada con José y naturalmente que manteníamos
relaciones conyugales normales...
La Señora no podía comprender el porqué de aquellas preguntas. Ignoraba,
obviamente, lo que de ella se escribiría años después.
En lo que se mantuvo firme fue en la “concepción no humana” de su
primogénito. Acepté su palabra. ¿Quién mejor que ella para saber si Jesús
había sido fruto o no de su unión matrimonial con José? A estas alturas de la
misión, no tengo dificultad para aceptar que Dios pueda llevar a cabo un acto
semejante. En el siglo XX hemos empezado a asistir a otros fenómenos que
resultarían “mágicos” para los habitantes del tiempo de Cristo o de la Edad
Media: la inseminación artificial o los niños “probeta”, por citar dos ejemplos.
-¿Y cuál fue la reacción de José ante el anuncio del ángel?
La Señora sonrió, mostrándome aquella espléndida dentadura blanca y
equilibrada. Hizo un malicioso gesto con las cejas y comentó:
-Primero esperé...


258
En mi torpeza no caí en el sentido de aquella afirmación.
-¿A qué? -pregunté estúpidamente.
María se sonrojó.
-¿A qué va a ser?... Debía asegurarme de que la visión del ángel no había sido
un mal sueño o algo parecido. A las pocas semanas, cuando estuve segura de
mi maternidad, hablé con él...
-¿Y qué dijo?
-Mi esposo siempre tuvo una gran confianza en mí. Pero, como era de esperar,
se sintió mal. Desasosegado. No concilió el sueño durante días. Eso si, jamás
me acusó de nada impuro. Dudó, sí, de la historia de Gabriel. Sin embargo,
poco a poco, creyó en mis palabras. Entonces surgieron otros problemas...
Le animé a que me los contara.
-Para José, lo más duro no era que hubiera podido ver y oír a un mensajero de
los cielos o que, incluso, el Altísimo (bendito sea su nombre) obrara en mi un
milagro semejante... Lo que le trastornó fue que un niño nacido de una familia
humana tuviera un destino divino. Sin embargo, después de reflexionar y,
sobre todo, a raíz de su sueño, cambió y aceptó los hechos.
-¿Un sueño? -intervine como si no supiera nada.
-Si, una noche se despertó sobresaltado. Y me contó lo siguiente: un brillante
mensajero le había hablado. “José, te aparezco por orden de aquel que reina
ahora en los cielos. He recibido el mandato de darte instrucciones sobre el hijo
que María va a tener y que será una gran luz en este mundo. En él estará la.vida y su vida será la luz de la
Humanidad. De momento irá hacia su propio
pueblo. Pero éste le aceptará con dificultad. A todos aquellos que le acojan les
revelará que son hijos de Dios.” Después de esta dramática experiencia ya no
dudó.
Guardé silencio. Aquella versión tampoco se parecía a la del evangelista
Mateo. En el capítulo 1, versículos 19-25, dice textualmente el escritor
sagrado: “Su marido, José, como era justo y no quería ponerla en evidencia,
resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el ángel del
Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas tomar
contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados." Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo
del Señor por medio del profeta: "Ved que la Virgen concebirá y dará a luz un
hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel", que traducido significa "Dios con
nosotros". Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había
mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz
un hijo, y le puso por nombre Jesús.”
El pasaje en cuestión está lleno de posibles “manipulaciones”, bien del propio
Mateo o de quienes copiaron su versión original: la aramea que, como dije, se
perdió.
Si era justo -podría esgrimirse-, ¿por qué iba a repudiarla en secreto? La
justicia, en aquellos tiempos, se interpretaba como el estricto y “justo”
cumplimiento de la Ley. Eso hubiera significado el “divorcio” fulminante y,
quizá, la lapidación de María. Segundo problema: si Mateo hubiera consultado
a María, difícilmente se habría atrevido a colocar en labios del ángel el
calificativo del “hijo de David” para el esposo de la Señora. Tercero:
aceptando que María y José se hubieran encontrado en el período de
“esponsales”, ¿por qué extrañarse del embarazo si las relaciones sexuales en
dicha primera fase estaban toleradas? Por supuesto, en la versión original no
se dice que “él salvará a su pueblo de sus pecados”. El evangelista, como buen
judío, suponiendo que hubiera tenido acceso al verdadero texto del mensaje,
ignora la semiacusación del ángel al pueblo -el suyo- “que le aceptará con
dificultad”.
Por último, respecto a las supuestas profecías sobre el Mesías y la
“virginidad” de su madre, teniendo en consideración las lagunas,
manipulaciones y contradicciones de que había sido testigo, todo era posible.
Incluso, como manifesté, que fueran interpolaciones muy posteriores a la vida
de Jesús, para “hacer cuadrar” la innecesaria virginidad. No soy teólogo, ni
tampoco lo deseo. Pero, desde mi corto entendimiento, me hago una sencilla
pregunta: ¿por qué la Iglesia católica y los cristianos se empeñan en sostener.el secundario e intrascendente
asunto de la virginidad permanente de María?
Lo único vital en todo esto -ése es mi criterio- son los frutos o el resultado


259
final: la maravillosa maternidad de la Señora. En otras palabras: Jesús. Dando
por hecho que la concepción fue de carácter misterioso o divino, ¿qué
importancia encierra que fuera o no virgen, “antes, durante y después” de la
gestación?
Al interesarme por las reacciones de las respectivas familias de José y María
respecto al nacimiento del “niño del destino”, como lo había llamado Gabriel,
la Señora -en su respuesta- puso de manifiesto el grave confusionismo creado
entre aquellas gentes acerca del verdadero papel que debería desempeñar el
Maestro:
-Mis dos hermanos, mis otras dos hermanas y toda mi familia -comentó con
melancolía- recibieron la noticia con escepticismo. Ninguno creyó que mi hijo
fuera realmente el Mesías esperado...
Éste, sin duda, fue un craso error. En ninguno de los dos mensajes celestes -en
el de Gabriel y en el del sueño de José- se menciona para nada que Jesús fuera
el Mesías o el Libertador o que “Dios fuera a darle el trono de David”, como
puntualiza Lucas. Los judíos aguardaban al Mesías, cierto. Pero no era de
origen divino! La creencia popular lo había asociado a un “líder o libertador
político”, que haría de Palestina una nación fuerte y poderosa. La pésima
interpretación de las palabras de los ángeles constituiría una interminable y
ágria fuente de conflictos entre los que conocieron a Jesús, incluyendo a su
madre y hermanos. Pero no quiero precipitarme ahora en este peliagudo y,
fascinante problema. Al examinar el comportamiento de María, durante la
juventud de su Hijo, tiempo habrá de comprobar cuanto digo.
Los enemigos de Jesús tenían razón en una cosa: el rabí de Galilea no podía
ser el Mesías. Si el origen del Maestro era divino -como él mismo se encargó
de refrendarlo pública y rotundamente-, su papel podía ser otro, pero no el de
“ Libertador del pueblo de Israel”. Hoy, todos los que conocemos el mensaje
del Cristo, estamos de acuerdo en esa premisa. Jesús de Nazaret, fue un
“Libertador”, pero en otro orden... tal y como anunció Gabriel. He aquí una
prueba más de que sus inmediatos colaboradores no entendieron la amplia y
esperanzadora misión del Galileo: difundir el mensaje de hermandad entre
todos los hombres y la gracia de ser hijos del Padre. Si lo hubieran captado,
¿por qué Lucas y Mateo iban a insistir en el banal y “político asentamiento” en
el trono del rey David?
Pero continuemos con los hechos, tal y como se registraron cronológicamente.
Ese año “menos 8” (746 del calendario de Roma), no provocó mayores
sobresaltos a la pareja de Nazaret. La vida siguió con su rutina. Y la Señora,
que guardaba en su corazón el anuncio de Gabriel sobre el embarazo de su.prima Isabel, fue convenciendo a
su marido para que le permitiera viajar a la
región de Judea, al sur, y visitar a su pariente.
-No fue fácil -aclaró María- pero, finalmente, José accedió. Y en febrero del
siguiente año pude abrazar a mi prima...
Ambas estaban impacientes por verse e intercambiar sus respectivas
experiencias.
En realidad, la obra de Jesús en la Tierra fue iniciada por su primo lejano,
Juan, cuya historia, al conocerla de labios de la Señora, de los “íntimos” del
Bautista y, sobre todo, al conocerle a él, me llenó de perplejidad. Qué poco
sabemos de este gigante de dos metros de altura y corazón sensible!
Zacarías, el padre de Juan, era sacerdote. Isabel, la madre, estaba entroncada
en uno de los grupos más prósperos de la rama de María. Aunque hacía años
que estaban casados, “ciertos problemas" -a los que aludiré en su momento-habían
hecho inútiles los intentos de la pareja por tener hijos.
La aparición de Gabriel a Isabel tuvo lugar, como ya dije, en los últimos días
del mes de junio del año 8 antes de la Era Cristiana. (María y José llevaban
casados algo más de tres meses.)
-¿Qué le dijo el ángel a Isabel?
-La aparición fue a mediodía. Gabriel le habló así: “Mientras tu marido,
Zacarías, oficia ante el altar, mientras el pueblo reunido ruega por la venida de
un salvador, yo, Gabriel, vengo a anunciarte que pronto tendrás un hijo que
será el precursor del divino Maestro. Le pondrás por nombre Juan. Crecerá
consagrado al Señor, tu Dios y, cuando sea mayor, alegrará tu corazón ya que
traerá almas a Dios. Anunciará la venida del que cura el alma de tu pueblo y el
libertador espiritual de toda la Humanidad. María será la madre de este niño y
también apareceré ante ella.”


260
-Pero -pregunté sin poder sujetar mi curiosidad, memorizando el pasaje de
Lucas (1, 5-24) en el que se cuenta la historia de la mudez de Zacarías-, ¿el
ángel no se presentó también al esposo de tu prima?
La Señora, que no terminaba de acostumbrarse a mis peregrinas cuestiones,
me miró con extrañeza.
-¿A Zacarías? Que yo sepa, no. Sólo fue visto por Isabel.
“Entonces -me dije a mi mismo-, ¿todo ese intrincado asunto de Lucas...?”
-¿Seguro que no se quedó mudo?
Mi supuesta ocurrencia hizo gracia a María, que, de no haber sido por la
tristeza que la consumía, quizá hubiera soltado una solemne carcajada.
-Zacarías jamás padeció mal de esa naturaleza...
Cambié de tema. Estaba claro que el evangelista se había dejado llevar de su
imaginación o quizá sus pesquisas no fueron correctas. Aunque también cabía
una tercera posibilidad: que Zacarías se hubiera “apropiado” de la aparición.del ángel, añadiendo y modificando
a su antojo... No hay que olvidar que
aquél era el “imperio de los varones” y que las mujeres no contaban.
La Señora completó la información, asegurando que su prima sólo habló del
ángel con su marido. Pero éste, escéptico, no empezó a creer hasta que Isabel
dio las primeras señales de estar encinta.
-Teniendo en consideración la avanzada edad de mi prima –puntualizó-, era
lógico que Zacarías no supiera a qué atenerse. Pero, al igual que José, nunca
puso en duda la fidelidad de su mujer. Todo terminaría cuando, seis semanas
antes del alumbramiento, mi primo tuvo un impresionante sueño. Entonces se
convenció de que aquel hijo era también “obra divina" y que sería en verdad
un precursor de mi Jesús.
Juan nacería en Judá el 25 de marzo de ese año 7 antes de nuestra Era. La
alegría de sus padres fue indescriptible. Y al octavo día, como señalaba la Ley,
fue circuncidado. Un sobrino de Zacarías partiría de inmediato hacia Nazaret,
con la noticia del nacimiento.
Aquella visita a la aldea de Judá, a unos siete kilómetros al sur de Jerusalén,
en las colinas, fue de gran importancia para ambas. Tanto Isabel como María
se fortalecieron en sus respectivas creencias, al escucharse mutuamente. Tres
semanas más tarde, la futura madre de Jesús regresaba a Nazaret, feliz y
definitivamente convencida.
Pero sus problemas, en realidad, empezarían con el nacimiento del “niño del
destino”.
Puede parecer increíble, pero faltó muy poco para que el nacimiento de Jesús
se produjera en Nazaret. Si María hubiera sido realmente una mujer sumisa -tal
y como pregonan muchos cristianos-, no habría habido viaje a Belén. Me
explicaré.
Cuando me interesé por las circunstancias que rodearon el nacimiento de
Jesús, la Señora recordó con añoranza sus discusiones con José. Ante mi
extrañeza, puntualizó:
-Cuando se recibió en el pueblo la orden para empadronarse, mi marido lo
dispuso todo para viajar a Belén. Pero solo. Sin mí. Yo sabía muy bien que no
necesitaba acudir en persona ante el censo. José estaba autorizado a inscribir a
toda la familia. Esas eran sus intenciones. Pero le dije que no...
-¿Por qué?
-Tenía miedo a quedarme sola y, sobre todo, a que el niño naciera en su
ausencia. Además -precisó con un guiño de malicia-, Belén está muy cerca de
Judá y ésa era una excelente ocasión para volver a visitar a Isabel...
Así que la pareja -como ocurre también en nuestros días- se enzarzó en una
larga polémica. José, más prudente, trató de convencerla para que se quedara
en Nazaret. No le faltaba razón. La Señora estaba casi “fuera de cuentas” y no.era conveniente que, en su
estado, se lanzara a los caminos de Palestina. La
concepción de Jesús, según los cálculos aproximados de su madre, tuvo lugar
alrededor del 15 de noviembre. Y la partida de ambos hacia la aldea de Belén
se produjo en el amanecer del 18 de agosto del citado año “menos 7" de
nuestra Era (747 del cómputo romano). Es decir, habían pasado nueve meses...
Sin embargo, tenaz y decidida, logró imponerse y su esposo no tuvo más
remedio que claudicar. De nada sirvieron las recomendaciones ni las
prohibiciones.
-Y alegres como niños empaquetamos provisiones para tres o cuatro días,
saliendo hacia Belén.


261
Corría el alba del 18 de agosto. La pareja disponía entonces de una mula y
sobre ella cargaron su impedimenta. La joven embarazada, que estaba a punto
de cumplir los 14 años de edad, subió a la caballería y José, tomando las
bridas, inició a pie una caminata que se prolongaría por espacio de dos días y
algunas horas.
La aceptable memoria de la Señora me permitió reconstruir lo esencial de
dicho viaje.
El esposo, buen conocedor de los peligros que amenazaban a los viajeros,
eligió la ruta más corta, aunque no la más cómoda: la del Jordán (1).
En su primer día llegaron hasta el monte Gilboa. allí, a orillas del río,
acamparon y pasaron la noche.
-Recuerdo que nuestros pensamientos y el tema constante de conversación -precisó
María- era el hijo que estaba a punto de nacer. José seguía
reprochándome mi locura. No le faltaba
---
(1) En la Palestina de entonces, los caminos que la surcaban de sur a norte, al
igual que los que discurrían de este a oeste, no eran fáciles. Entre los primeros
había tres grandes rutas: la de Sefela, que chocaba con la cadena montañosa
del Carmelo; el Jordán, que resultaba muy molesto durante los meses de calor
y la más usual: Samaria, muy abrupta y que los judíos de estricta observancia
religiosa procuraban evitar a toda costa. (El contacto con los samaritanos era
motivo de “impureza”.) De no haber sido por el delicado estado de María,
quizá José se hubiera decidido por esta última. (N. del m.)
---
razón. No sé qué hubiera sido de nosotros si el pequeño llega a presentarse al
pie de aquella montaña...
Al día siguiente, de madrugada, reanudaron la marcha. María se encontraba
perfectamente. Almorzaron junto al monte Sartaba, que domina el valle del
Jordán, y, al anochecer, entraron en la ciudad de Jericó. No tuvieron problema
para encontrar una posada..-Después de la cena, José, otros peregrinos y yo hablamos de muchas cosas:
de la odiosa ocupación romana, de Herodes, del empadronamiento y sus
nefastas consecuencias para el pueblo y hasta de la influencia de Jerusalén y
Alejandría como centros de estudio y de cultura judíos.
El 20 de agosto, también al alba, atacaron la última etapa de su viaje.
Avistaron Jerusalén hacia el mediodía y, después de visitar el Templo,
prosiguieron camino hacia el sur: a Belén.
-¿A qué hora llegásteis?
-Poco antes del ocaso...
Aquella parte de la narración resultaría igualmente esclarecedora.
-La posada estaba al completo -continuó la Señora- y, como la noche se
echaba encima, nos dirigimos a la casa de los parientes de mi marido. Fue
imposible. Todas las habitaciones se hallaban igualmente ocupadas.
Decepcionados y cansados, volvimos al albergue. No sabíamos qué hacer. allí
nos informaron que, dada la gran afluencia de viajeros, habían decidido
desalojar los establos situados en el flanco de la peña, justo de bajo de la
posada...
-¿Para qué servían esos establos?
María me observó indecisa. Pero, comprendiendo que era extranjero, pasó por
alto tan absurda pregunta.
-¿Para qué podían servir?: para los animales de las caravanas y como almacén
de grano.
-¿Y qué pasó?
La Señora notó mi impaciencia.
-¿Por qué tienes tanto interés, Jasón?
Esta vez respondí con la verdad.
-Me interesa todo (absolutamente todo) lo relacionado con el Maestro.
Me lo agradeció con una sonrisa y continuó.
-...Pues bien, José amarró la mula en el patio y, cargando los bultos (las ropas,
la comida y demás), me ayudó a bajar las escaleras que conducían a la cueva.
Montamos las lonas que nos servían de tienda frente a unos pesebres y nos
dispusimos a descansar. Estábamos rendidos...
-Supongo que os instalaríais a disgusto...
La Señora abrió sus almendrados ojos verdes y, sorprendida, preguntó a su
vez:


262
-¿Por qué? ¿Lo dices por el establo? No, hijo... Al contrario. Nos sentimos
felices al haber hallado un lugar tan silencioso y agradable. Después de cenar,
José comentó que pensaba empadronarse de inmediato. Pero, como te
comentaba, yo me sentía muy cansada. Y, de pronto, empezaron unos fuertes.dolores. Mi marido se asustó y
dejó lo del empadronamiento para otro
momento.
-¿Fuertes dolores? -repliqué, imaginando que podía tratarse de las primeras
contracciones.
-Si, espantosos... Después se hicieron más llevaderos. Pero ya no pudimos
dormir en toda la noche.
-¿Cada cuánto te venían esos dolores?
-No lo recuerdo bien. Creo que cada media hora, más o menos.
La descripción podía encajar perfectamente en el proceso natural de apertura
del canal cervical, cerrado durante el embarazo. Cada una de aquellas
contracciones apretaría la pared superior del útero contra el cuello uterino,
preparando así el deslizamiento del bebé. (Como se sabe, normalmente, el
útero se encuentra firmemente anclado al fondo de la pelvis.)
-¿Se produjo entonces la “rotura de aguas”? (1).
-Hijo! no puedo acordarme... Han pasado casi 36 años! Lo que no se me
olvida es que estaba muy asustada. Algunas mujeres velaron conmigo y me
confortaron. Una de ellas, incluso, pegó su oído a mi tremendo vientre (estaba
gordísima!) y me dijo que escuchaba al niño... Cosas de mujeres!
-¿En qué momento te llegó la “hora”?
-Al alba empecé a sufrir de verdad. Los dolores fueron más intensos y
seguidos. Poco antes de la hora sexta (las doce) creí morir... Los dolores se
producían uno detrás de otro... (2). Me ayudaron a curvar la espalda y una de
las mujeres puso un lienzo en mi boca, ordenándome que lo mordiera con
fuerza. Otras dos me tomaron por las muñecas y me incitaban a que empujase.
Dios bendito!, cuánto miedo pasé!... Jadeaba, gritaba y sudaba!
---
(1) El líquido fetal, lógicamente, no es comprimible y al derramarse
contribuye a ensanchar las membranas hacia el punto de menor resistencia.
Generalmente, después de la aparición de las membranas, empujando el citado
canal cervical, la cabeza fetal llega detrás, dilatando aún más dicho conducto.
Es muy posible que esa “ruptura de aguas”, como se denomina popularmente
a la pérdida del líquido fetal, se produjera en María en el transcurso de esa
noche del 20 de agosto. (N. del m.)
(2) Esta descripción podría encajar en la última fase de los dolores, quizá
tuvieron una intermitencia de cinco minutos. En cada contracción, las fibras
musculares de la pared uterina comprimen más la cavidad, preparando así la
salida del niño, que cada vez dispone de menos espacio. Entre contracción y
contracción, lo normal es que se registre una pausa. En esos momentos entra
sangre fresca en la placenta y los latidos del bebé recuperan su frecuencia e
intensidad. (N. del m.).---
-¿No te acordaste deláangel?
-Ni del ángel ni de nada... En esos momentos es difícil pensar.
-¿Y José?
-A mi lado, pálido como la cal, luchando por animarse. El pobre estaba más
aterrorizado que yo... Se pasó las horas empapando un paño en agua fría y
colocándolo sobre mi frente. No consentí que se separase de mí. ¡Al demonio
las leyes!
La exclamación de María estaba justificada. En aquel tiempo, entre los judíos,
era muy frecuente que al padre se le negase la opción a estar presente en el
parto. Debía esperar fuera o en otro lugar a que le fuese anunciado el
nacimiento, así se hacía de antiguo, cumpliendo el versículo de Jeremías: “-Maldito
aquel que felicitó a mi padre diciendo: "Te ha nacido un hijo varón",
y le llenó de alegría!” (Jer., XX, 15). Ya dije que la Señora disfrutaba de un
sentido muy liberal de la interpretación religiosa.
-Al fin, a eso del mediodía, apareció la cabeza. Yo estaba al límite de mis
escasas fuerzas... Y mi hijo vino al mundo. Las mujeres lo lavaron y, tras
frotarlo en sal, lo envolvieron en los pañales y se lo entregaron a su padre (1).
-Quizá no lo recuerdes, pero, cuando estuviste en condiciones de pensar, ¿qué
te vino a la mente?
-Lo primero que hice fue revisar a mi bekor. Era precioso. Con una abundante


263
mata de pelo negro y arrugadito como una pasa. Era perfecto. Y me sentí muy
feliz.
(Con la palabra bekor se designaba al primogénito. Al ser varón, la alegría de
la Familia llegaba al colmo. Si era niña, en cambio, se recibía con tristeza o
indiferencia.)
No pude remediarlo. Al escuchar las explicaciones de la Señora experimenté
una gran ternura. Jesús había nacido como cualquier niño. Cuánto hubiera
dado por asistir a tan histórico parto!
Ninguno de los “milagrosos” sucesos que cuentan las tradiciones y los
Evangelios “apócrifos” sobre la Natividad del Señor parecen ciertos. Repito:
aquel bebé tan especial vino al mundo como todos nosotros.
Pero no quiero olvidar otro dato interesante: la fecha de dicho alumbramiento.
Según estas noticias, Jesús “de Belén” nació hacia las 12 horas del día 21 de
agosto del año “menos 7” o, 747 del calendario de Roma. Una fecha
incomprensiblemente
---
(1) La costumbre de frotar al recién nacido en sal se basaba en la creencia de
que, así, la piel adquiría una mayor firmeza. En cuanto al hecho de
entregárselo primero al padre, constituía todo un rito del reconocimiento y.legitimidad. Lo normal es que, al
recibir al bebé, el padre lo colocase sobre
sus rodillas. Si un abuelo estaba presente, el privilegio se cedía a éste, tal y
como decía el Génesis (L, 23). (A'. del m.)
---
“olvidada” por los evangelistas y que, con el paso de los siglos, sería anclada
en el mes d” diciembre del año “uno”. Todo un doble error (1).
Por supuesto, aunque cae por su propio peso, durante el parto no hubo ningún
animal (los tradicionales buey y asno) en
---
(1) Con toda probabilidad, la adopción por parte de la Iglesia del 25 de
diciembre como festividad de la Natividad (me refiero a la Iglesia occidental)
se remonta a los siglos IV o V de nuestra Era. Una de las opiniones mas
extendida y aceptada basa este hecho en la “institucionalización" del
Cristianismo a raíz del emperador Constantino, que empujó la definitiva
expansión y consolidación pública de la religión de los cristianos. Parece muy
probable que la floreciente Iglesia decidiera "transformar” una de las
celebraciones paganas de entonces en la “Natividad" del Señor. Aunque hay
diversidad de criterios al respecto, cabe pensar que esa celebración pagana que
sirvió para el “cambio" fuera la del "invicto sol" o las Angeronalias o Diualias,
todas ellas romanas. Estas últimas tenían lugar el 21 de diciembre. Según
Varrón (L, L, 6, 23), se ofrecía un sacrificio a la diosa en la curia Acculcla. Al
parecer, al igual que Dea Dia, eran fiestas ubicadas en los días más cortos del
año (solsticio) y que anunciaban la renovación del año o la "vicloria del sol".
(Los días, en efecto, empezaban a ser más largos.) La Iglesia de occidente (la
de oriente jamás celebró la Natividad; sólo la Epifanía), según los expertos,
pudo transmutar la fiesta que conmemoraba el “nacimiento o la llegada y
victoria del triunfante sol" por el “nacimiento del verdadero Sol: Jesús de
Nazaret". En las célebres homilías del papa San León Magno (año 450) ya se
habla de esta “moderna” fiesta cristiana del 25 de diciembre. Como he
referido en algunos de mis libros -y no voy a entrar en ello ahora-, ni las
costumbres pastoriles de aquella época ni la meteorología de Palestina
permiten que los "pastores guarden su ganado al raso” en los meses de
diciembre, enero y febrero.
En cuanto al segundo error al que hace alusión el diario del mayor -la fijación
del nacimiento de Cristo en el año “uno"-, también estoy de acuerdo. No pudo
ser así. El padre Igartua, jesuita, en su excelente obra Los Evangelios ante la
Historia (pág. 73), lleva a cabo un pormenorizado informe sobre este “fallo",
reconocido por todos los historiadores y que nos hace arrastrar un estimable
“retraso" en el calendario oficial. He aquí el estudio de J. M. Igartua:.“1. Jesús nació en tiempos de Herodes el
Grande, según los mismos
evangelios (Mt., 2, 1, y Le., 1, 5). Pero Herodes murió antes del año 1, luego
es necesario anteponer la fecha del nacimiento de Cristo.
“2. ¿Qué año murió Herodes? Se ha conseguido la precisión con el historiador
judío Flavio Josefo. He aquí sus datos. El año en que Herodes comenzó a
reinar está fijado por el, conforme al cómputo existente griego, en la


264
olimpiada 184, constando cada tiempo de olimpiada de cuatro años, lo que da
un total de 736 años. Determina el año por el consulado romano
contemporáneo de Calvino y Asinio Polión (Ant. Jud., XIV, 14, 5). Pero
todavía no se puede establecer la era cristiana, pues no tenemos aún dato de
correlación entre ambos cálculos cronológicos.
"3. La duración del reino de Herodes la fija el historiador Josefo en “treinta y
cuatro años después de que mató a (su contrincante) Antígono,
---
el recinto. Y siento defraudar igualmente a los que siempre creyeron en las
“apariciones” de los ángeles a los pastores de las cercanías de la aldea de
Belén. Por las informaciones de María, salvo sus amigos y parientes, nadie
extraño acudió a conocer al Niño. El evangelista Lucas, al parecer, se sacó de
la manga toda esa bella historia de los “coros celestiales” y del “anuncio a los
referidos pastores”. La única “visita” que, naturalmente, dejó confusa a la
pareja de Nazaret fue la de los sacerdotes de Ur, identificados como los
“Magos”. Pero eso sucedería cuando Jesús tenía ya tres semanas de vida... Y
tampoco fue como lo narra Mateo (2, 1-12). Antes ocurrirían otros sucesos no
menos curiosos.
Aunque estimo que, como médico debería obviarlo, haré una concesión y
tocaré de pasada el también polémico tema de la virginidad de María después
del parto. Lo ideal, naturalmente, habría sido practicar un reconocimiento.
Pero eso no fue posible ni yo me hubiera prestado a ello. Entre otras razones,
porque la evidencia saltaba a la vista. Adelantándome a los acontecimientos,
diré que la Señora tuvo más hijos, tal y como se afirma en
---
y desde que recibió el reino de los romanos treinta y siete años (Ant. Jud.,
XVII, 8,1, y Bell.,Jud., 1,33,8). La muerte ocurrió en el quinto día desde que
ordenó dar muerte a su propio hijo Antipatro. Pero continuamos en la misma
incertidumbre acerca de la correlación con la era cristiana de Dionisio el
Exiguo (la actual). Los 736 años griegos de las olimpiadas (“en la olimpiada
184”, según Josefo) se correlacionan con los años romanos restando 23, pues
según Varrón la fundación de Roma aconteció en el año 23 de las olimpiadas,
y equivalen así a 736 - 23713 ab UC. Como Josefo añade que Herodes reinó
37 años, sumando éstos a los 713 tenemos 750 ab UC para año romano de su.muerte. ¿Cómo emparejar
ahora con la era cristiana este año 750 UC de la
muerte de Herodes?
“4. Providencialmente un dato casi perdido en el conjunto ha permitido
establecer la correlación. Pues Josefo (Ant. Jud., XVII) narra el suceso de un
asalto de los extremistas religiosos al templo contra las insignias romanas,
dirigido por dos doctores de la Ley y ejecutado por arriesgados jóvenes, no
más de un mes antes de la muerte de Herodes. Éste, que aunque enfermo tenía
aun arrestos crueles, mandó quemar vivos a los dos doctores y a algunos
jóvenes asaltantes, y en ese mismo día de su ejecución -dice Josefo- "hubo un
eclipse de luna", que fue interpretado como signo celeste contra Herodes,
acompañado de que su propia muerte ocurrió casi en la Pascua. Ahora bien,
los astrónomos modernos han identificado tal eclipse de luna, visible en Judea,
en el año 4 antes de Cristo, el 13 de marzo. Tenemos así un dato ya cierto de
correlación: el año de la muerte de Herodes el Grande fue el año –4, antes de
Cristo, y el nacimiento de Jesús hubo de ser, conforme a lo recordado de los
Evangelios en vida suya, luego antes del -4. Si añadimos el cálculo de dos
años que hizo el propio Herodes en Mateo, cuando mandó matar a los niños
menores de dos años, estamos en el -6. Y así, se calcula, con bastante
precisión, como año del nacimiento de Jesús el año -6 o -7 de la Era cristiana.
(A'. del a.)
---
los propios Evangelios: Marcos 3, 20-21, 30-35; Mateo 12, 46-50, y Lucas 8,
19-21. (De sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas, así como de sus
hermanas, hablan también los vecinos de Nazaret en Marcos, 6, 3, y Mateo,
13, 55-56, por no citar a Juan (2, 12 y 7, 3-5). El propio evangelista Mateo, en
1, 25, deja el asunto sentenciado cuando afirma: “Y no la conocía hasta que
ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.“ (La expresión “conocer”,
en términos bíblicos, significa mantener relaciones sexuales.)
Y volvemos al viejo problema. ¿Por qué ese miedo o pudor o escrúpulos de
numerosos sectores de la Iglesia católica a aceptar que la Señora pudiera tener


265
más descendencia, tal y como era la costumbre en las familias normales de
aquel tiempo? Estos moralistas e hipercríticos de “ lo ajeno” no ignoran que,
en tiempos de Jesús, la esterilidad era poco menos que una maldición divina.
Las familias debían ser numerosas. Eso era lo normal y lo bien visto. Si
partimos de la base de que la pareja de Nazaret fue en todo un matrimonio
común y corriente, ¿por qué esos cristianos se empeñan en enmendar la plana
a la propia Naturaleza, convirtiendo a José y a María en dos humanos
“ilógicos” y casi al filo de la aberración? Parte de esa triste deformación
mental que todavía padecen muchos cristianos en relación a este asunto habría.que buscarla en un papa de
nefasto recuerdo: San Siricio, encumbrado además
a la santidad.
El tal Siricio (384 al 398) llegó a escribir al respecto en una carta dirigida a
Anisio, obispo de Tesalónica, en el año de gracia de 392:
“A la verdad, no podemos negar haber sido con justicia reprendido el que
habla de los hijos de María, y con razón ha sentido horror vuestra santidad de
que el mismo vientre virginal del que nació, según la carne, Cristo, pudiera
haber salido otro parto. Porque no hubiera escogido el Señor Jesús nacer de
una virgen, si hubiera juzgado que ésta había de ser tan incontinente que, con
semen de unión humana, había de manchar el seno donde se formó el cuerpo
del Señor, aquel seno, palacio del Rey eterno. Porque el que esto afirma, no
otra cosa afirma que la perfidia judaica de los que dicen que no pudo nacer de
una virgen. Porque aceptando la autoridad de los sacerdotes, pero sin dejar de
opinar que María tuvo muchos partos, con más empeño pretenden combatir la
verdad de la fe” (1).
Resulta casi imposible introducir en tan pocas líneas tanto absurdo y desatino,
fruto -¿quién sabe?- si de un carácter enfermizo o de un grado de demencia
altamente preocupante. El desprecio de Siricio -me resisto a anteponerle el
calificativo
---
(1) De la virginidad de la B. V. M. (Cst., 681 B.s; Jf., 261; PL., 13, 1177 B;
Msi., III, 675 A; Hrd., 1, 859 C s.), en la que se ataca el error de Bonoso. (A'.
del m.)
---
de “santo”- por la maternidad y por la extraordinaria manifestación de amor
que supone el acto sexual se me antoja casi épico. Como tantas veces, el
hombre se congratula en corregir la obra del Altísimo... Lo trágico es que la
mezquina visión de aquel papa ha seguido imperando hasta nuestros días. Por
fortuna, numerosos teólogos, exégetas y cristianos de mentes más abiertas y
racionales han empezado a cuestionarse el problema, llegando a la importante
conclusión de que lo vital no es si María fue o no virgen, sino la tremenda y
hermosa realidad de su maternidad. Aunque sé que algunos se rasgarán las
vestiduras, he aquí un avance sobre los hijos que siguieron al primogénito de
María y de los que me iré ocupando poco a poco:
Santiago, nacido en la madrugada del día 2 de abril del año 3 antes de nuestra
Era.
Miriam o María, nacida en la noche del 11 de julio del año “menos 2”.
José, nacido en la mañana del miércoles, 16 de marzo del año 1.
Simón, en la noche del viernes, 14 de abril del año 2.
Marta, nacida el 15 de septiembre del año 3..Jude o Judas, el miércoles, 24 de junio del año 5. (A causa de
este embarazo,
María cayó enferma.)
Amós, nacido en la noche del domingo, 9 de enero del año 7.
Ruth, en la noche del miércoles, 17 de abril del año 9 de nuestra Era. (Fue hija
póstuma. José, su padre, había fallecido el año anterior.)
Junto con su hermano mayor -Jesús- hacen un total de nueve hijos. (De nuevo
aparece el misterioso “nueve”).
Pero dejemos para otro momento la inevitable polémica sobre los “hermanos”
del Hijo del Hombre...
En la aldea de Belén estaba a punto de suceder un hecho que alteraría la
“brújula” de la Humanidad.
-En el mundo también hay gente buena.
Así resumió María el providencial hecho del cambio de morada de la pareja y
el bebé.
Al día siguiente del nacimiento de Jesús, su padre en la Tierra cumplió con sus


266
obligaciones, empadronando a su familia.
-Y no de muy buena gana -advirtió la Señora.
La razón era simple. Los empadronamientos encerraban una secreta intención
por parte de Roma: tener controlados a sus súbditos, con el fin de aumentar los
impuestos en la medida de lo posible. En la provincia de Judea, la resistencia
del pueblo y del propio Herodes habían demorado esta orden de Augusto en
más de un año: el edicto del César fue promulgado en marzo del año “-8”
(justo en el mes en que se casaron María y José). Hasta el “menos siete” no se
llevó a cabo en Palestina.
El caso es que, por mediación de un hombre al que habían conocido en su
estancia en Jericó, José pudo entablar amistad con otro viajero que disponía de
una habitación en la posada de Belén. Y éste, comprensivo y compadecido,
aceptó permutar su alojamiento por el que ocupaba la familia.
-Fue un buen hombre -suspiró María.
De esta forma -hasta que encontraron acomodo en la casa de los parientes de
José-, la pareja y su hijo disfrutaron de un lugar más idóneo que un establo. Su
permanencia en el albergue se prolongaría por espacio de tres semanas.
Desde el primer momento, la Señora se encargó de amamantar a Jesús. Y esta
alimentación -por razones que detallaré más adelante- se prolongaría durante
más de dos años.
Como también era de suponer, María se dio prisa en avisar a su prima del feliz
acontecimiento. El día 23 de ese mes de agosto le envió un “correo". La
contestación de Isabel fue inmediata, invitando a José a que se presentase en el
Templo, con el fin de informar a Zacarías. Y el flamante padre no tardó en
acudir a Jerusalén. Por lo que deduje de las explicaciones de mi informante,.tanto el matrimonio de Judá como
la pareja de Nazaret estaban persuadidos -tanto
en aquellos momentos como durante muchos años- de que “Jesús sería el
Libertador político de los judíos y Juan, su brazo derecho y jefe de sus
ayudantes”. No me cansaré de insistir en esta circunstancia. Y como nueva
muestra de cuanto afirmo -saltándome incluso el orden cronológico de los
acontecimientos- voy a exponer un suceso acaecido en el año 11 de nuestra
Era, cuando Jesús contaba ya 17 años de edad. Creo que merece la pena alterar
momentáneamente la cronología si con ello se logra una más exacta visión de
los pensamientos y sentimientos de la Señora y de su familia en relación al
papel de Jesús. Los cristianos, como podrá deducirse de lo que relataré
seguidamente, tienen un recuerdo equivocado y candoroso de María. Las
cosas no fueron como a nosotros nos hubiera gustado que fueran...
En aquellas fechas -año 11- Jesús crecía en Nazaret. En todo Israel había
empezado a desatarse un serio movimiento “antirromano”. La agitación en
Jerusalén y en la Judea contra el pago de los impuestos fue extendiéndose,
llegando también al norte: a la Galilea. En el pueblo nació un clandestino y
poderoso partido “nacionalista”, que daría lugar con el tiempo a toda una
organización “guerrillera”, que ya había apuntado algunas acciones bélicas
hacia el año seis, con un líder llamado Judas de Gamala, alias “el galileo”.
Eran los “zelotas”, que tenían prisa por independizarse de Roma y que no
deseaban esperar la venida del Libertador o Mesías. Su filosofía podría
resumirse en dos palabras: “ rebelión política”. Pues bien, este grupo apareció
en Galilea, captando adeptos. Entró también en Nazaret y, dado el liderazgo y
la brillantez del joven primogénito de María, fue uno de los primeros y
principales objetivos de los “nacionalistas judíos”. El futuro Maestro los
escuchó, pero se negó a ingresar en sus filas. Aquella decisión influyó en
muchos de los jóvenes de la villa, que -fieles seguidores ya de la atractiva
personalidad de Jesús- terminaron por rechazar a los “zelotas”. Y aquí surge lo
increíble: María, que compartía plenamente las ideas de los “nacionalistas”,
sintiendo un absoluto rechazo por el yugo de Roma, luchó con todas sus
fuerzas y argumentos para que Jesús aceptara y se enrolara en el partido. El
hijo se opuso y la Señora, inflexible, llegó a recordarle la promesa hecha a
José y a ella misma a su regreso de Jerusalén, después de la famosa
“escapada” del muchacho, cuando contaba 12 años. (El primogénito, a raíz de
aquel “incidente”, aceptaría la orden de sus padres de acatar en todo sus
disposiciones.)
Al oír la palabra “insubordinación", el hijo puso su mano sobre el hombro de
María y, mirándola a los ojos, le dijo: “Madre, ¿cómo puedes pensar eso?”
La Señora se retractó de sus palabras, consecuencia de la tensión, pero


267
continuó insistiendo-ayudada por Simón, uno de sus hermanos, y por.Santiago, su otro hijo- en la necesidad de
que Jesús meditara su negativa y se
hiciera “zelota”, abrazando así la noble causa nacionalista.
Esta crisis, unida a otros acontecimientos posteriores, determinarían que el
Hijo del Hombre fijase su residencia en la vecina población de Cafarnaum.
Las escisiones y polémicas se hicieron insufribles y Jesús, como digo, se vio
obligado a marchar. Pero dejaré las cosas así. Los capítulos de la juventud y
edad adulta del Maestro son tan importantes y sugestivos que merecen un
tratamiento aparte...
Como se ve, la idea de la Señora respecto de la misión de su hijo no se hallaba
muy clara.
A raíz de la visita de José a Zacarías se fraguaría una curiosa y hasta divertida
historia que pasaré a relatar seguidamente. Pero antes, como contraposición a
lo que verdaderamente sucedió en la presentación de Jesús en el Templo,
veamos primero lo que, sobre este particular, escribe Lucas:
“ ... Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de
Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está
escrito en la Ley del Señor: “Todo varón primogénito será consagrado al
Señor" y para ofrecer en sacrificio "un par de tórtolas o dos pichones",
conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
“Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre
era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el
Espíritu Santo.
“Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de
haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y
cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley
prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
“"Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz,
porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos
los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel."
“Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón los
bendijo y dijo a María, su madre: "Este está puesto para caída y elevación de
muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -y a ti misma una espada te
atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de
muchos corazones.”
“Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad
avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y
permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo,
sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en
aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que
esperaban la redención de Jerusalén.” (2, 22-39.).Ahora relataré los hechos, tal y como me fueron narrados.
Moisés, en efecto, enseñó al pueblo elegido que cada hijo primogénito -por
mandato de Yavé- pertenecía a Dios. Pero, en lugar de ser sacrificados como
en otras culturas paganas, podían ser “rescatados” por los padres, mediante el
pago simbólico a los sacerdotes de cinco siclos. Otra de las leyes mosaicas
establecía que las madres, después del parto, debían presentarse en el Templo,
con el fin de cumplir con el ritual de la “purificación”. En los tiempos de
Cristo, ambas ceremonias solían unificarse en una sola.
Así que María, José y el niño acudieron a Jerusalén, dispuestos a satisfacer las
normas religiosas establecidas. (La verdad es que nunca terminé de entender a
qué “impureza” podía referirse Yavé.) días antes -se me olvidaba-, los padres
de Jesús habían cumplido igualmente con el obligado requisito de la
circuncisión del pequeño. Y se le impuso -oficialmente- el nombre de
Yehovua”, que viene a significar “Yavé salva”. (Quizá no tenga importancia
pero Jesús jamás fue llamado “Jesús”, sino Yehovua, rabí y Maestro.)
¿Por dónde iba?... Sí, la pareja entró en el Templo, efectuó las compras y el
obligado sacrificio y, cuando se disponían a presentar a su bebé a los
sacerdotes, ocurrió “algo” que los dejó perplejos. Un hombre y una mujer
levantaron sus brazos al paso de la comitiva, señalando a la pareja que llevaba
a Jesús. Entonces, el varón -un anciano cantante llamado Simeón y vecino de
Judea- entonó un singular cántico. Decía así: “Bendito sea el Señor, el Dios de
Israel. Ya que nos ha visitado y recuperado a su pueblo. Ha levantado su copa
para cada uno de nosotros, en la casa de su servidor, David. Nos libra de
nuestros enemigos y de la mano de los que nos odian. Hace misericordia a


268
nuestros padres y recuerda su santa alianza: el juramento a Abrahán, nuestro
padre. Que permitirá después de liberarnos de la mano de nuestros enemigos,
servirle sin pavor, con santidad y rectitud ante él todos los días de nuestra
vida. Sí, y tú, hijo de la promesa, serás llamado el profeta del Altísimo, ya que
irás ante el Señor para establecer su reino, para dar a conocer la salvación de
su pueblo, en remisión de sus pecados. Gozad de la misericordia de nuestro
Dios, pues la luz de arriba nos llega para iluminar a aquellos que se hallan en
las tinieblas y en la sombra de la muerte. Para conducir nuestros pasos por el
camino de la paz. Y ahora, deja a tu servidor partir en paz, oh Señor!, según tu
palabra. Mis ojos han visto tu salvación, que has dispuesto ante todos los
pueblos. Una luz para alumbrar hasta los gentiles y la gloria de tu pueblo,
Israel.”
Tal situación, como es natural, turbó a María y desconcertó a José. De regreso
a Belén, ambos estuvieron de acuerdo en que “aquello” había sido tan
excesivo como prematuro. Y se preguntaban cómo era posible que el viejo
cantante hubiera adivinado que su hijo era el Mesías. Algún tiempo después.sabrían la verdad. Isabel se la
contaría a su prima, mostrándole, incluso, el
texto del cántico que había guardado su marido, el sacerdote. Zacarías era un
antiguo conocido de Simeón y de la mujer que también alzó su brazo al paso
de Jesús. Esta se llamaba Ana. Era de Galilea y gustaba de la poesía. Ambos-Ana
y Simeón- eran asiduos del Templo. Se hacían mutua compañía y, con el
tiempo, entablaron una buena amistad con Zacarías. El caso es que éste -que
ardía en deseos de comunicar su secreto sobre Juan y Jesús- terminó por
contárselo al cantante y a la poetisa. El esposo de Isabel sabía de antemano
qué día acudirían José y la Señora al Templo. Y se puso de acuerdo con Ana y
Simeón para que, al paso del niño, levantaran sus brazos en señal de saludo y
reconocimiento. Para tal ocasión, la poetisa compuso un poema y Simeón se
encargó de recitarlo.
Esta fue la sencilla historia, de la que podrían sacarse sabrosas conclusiones.
En especial, en lo que concierne al evangelista ya citado -Lucas- que quizá
escuchó una versión altamente deformada con el paso de los años, tomándola
por buena... Ni Ana era profetisa, ni Simeón habló de “espada alguna que
atravesase el corazón de María”, ni sus palabras eran de su cosecha, ni fue
movido por el Espíritu para acudir al Templo en aquellos momentos ni tomó
al niño en sus brazos...
Y yo me pregunto de nuevo: ¿cuantos pasajes de la vida de Jesús habrán
sufrido la misma suerte?
Si el Altísimo me sigue bendiciendo con su luz y su fuerza, quizá llegue a
contar nuestras experiencias y aventuras en las aldeas de Belén y Judá y, en
las que -gracias a su bondad-pudimos verificar muchos de los sucesos que
ahora estoy escribiendo de forma apresurada.
Otro de los singulares acontecimientos del que fui informado por la Señora
hacía referencia a los famosos “Magos”.
Maria no salía de su sorpresa.
-¿Cómo sabes tú -me preguntó- todas esas cosas?
Pero sigamos con lo que importa...
También en este asunto tuvo algo que ver el bueno y deslenguado de Zacarías.
Hubiera dado lo que fuera menester por haberle conocido. Pero, para cuando
nosotros “llegamos” a Palestina (año 30), el anciano sacerdote -que debía de
rondar los setenta u ochenta años- había fallecido.
Todo empezó con la aparición en la ciudad caldea de Ur (1) de un misterioso
“educador” religioso que, al parecer, informó a unos sacerdotes-astrólogos de
dicha población de un “sueño” que había tenido y en el que se le anunció que
“la luz de la vida” estaba a punto de aparecer en el mundo, en forma de “niño”
y entre los judíos.
La Señora siguió su relato en los siguientes términos:.-Aquellos sacerdotes se pusieron en camino y, después
de varias semanas de
inútiles pesquisas por toda la ciudad de Jerusalén, cuando estaban a punto de
renunciar y regresar a su patria, tropezaron en el Templo con mi primo
Zacarías. Y les informó que, en efecto, el Mesías había nacido en Belén. Les
indicó el lugar donde nos encontrábamos en aquel momento y acudieron
prestos con sus regalos. Después se fueron y ya no volvimos a verlos...
La visita de los caldeos no pasó inadvertida para el rey Herodes. Sus “espías”
y “confidentes” estaban por todas partes. Y los hizo llamar. Los sacerdotes de


269
Ur ya se habían entrevistado con José y María y, en efecto, confirmaron al
“edomita” el nacimiento del “ rey de los judíos”. La noticia conmovió al
receloso y ya decrépito Herodes el Grande. Pero los “Magos” -posiblemente
porque lo ignoraban- no supieron darle demasiadas referencias. Tan sólo que
el niño había nacido de una familia que acababa de llegar a Belén para el
empadronamiento. El astuto rey les despidió con una buena bolsa de dinero,
rogándoles que lo buscaran para así poder conocerle y adorarle, ya que –según
manifestó- “él también estaba convencido de que su reino era espiritual y no
temporal o transitorio”. Pero los tres sacerdotes no volvieron.
---
(1) Aunque existen dudas al respecto, la ciudad de Ur ha sido identificada con
la patria de Abrahán. El Génesis (11, 31) dice que el padre del famoso
patriarca, Teraj, emigró a Jarán desde Ur de los Caldeos, una gran ciudad
sumeria situada cerca del golfo Pérsico. (N. del m.)
---
Y Herodes, desconfiado, siguió dando vueltas al incómodo asunto del “otro
rey”. El sabía que era un usurpador y que había arrebatado el trono a su
legítimo rey: Antígono (1). Mientras reflexionaba sobre estas cosas llegaron
nuevos informes. Sus agentes le trajeron noticias de lo sucedido en el Templo
durante la presentación del niño. Incluso le proporcionaron parte del cántico
entonado por Simeón. Herodes estalló, calificando a sus “espías” de inútiles,
por no haber localizado a los padres del recién nacido. Y destacó a nuevos
agentes, encargados de la específica misión de localizar a la familia de
Nazaret.
Esta vez, Zacarías actuó providencialmente. Al tener conocimiento de los
manejos del rey, advirtió a José y él mismo -temiendo por su hijo Juan- se
retiró de Jerusalén, permaneciendo junto a Isabel y lejos de Belén. Ante la
grave amenaza de Herodes, María y José escondieron al bebé en la casa de los
parientes de éste, en la citada aldea de Belén.
-La situación fue angustiosa -comentó la Señora, estremeciéndose al recordar
aquellos momentos-. Nuestros recursos se agotaban rápidamente y, en vista
del peligro, José dudaba si debía o no buscar trabajo y quedarnos en el lugar..Un año más tarde, desesperado
ante la infructuosa búsqueda de sus esbirros y
con la sospecha de que el niño seguía oculto en Belén, Herodes ordenó el
registro fulminante y sistemático de todas las casas y la ejecución a espada de
cuantos infantes varones, menores de dos años, pudieran ser hallados. Por
fortuna, entre los que rodeaban a Herodes había algunos que creían en la
llegada del verdadero “libertador” de Israel. Y uno de ellos se las ingenió para
dar el aviso a Zacarías. Este lo puso en conocimiento de José, y la misma
noche de los asesinatos, la pareja abandonó Belén precipitadamente.
En total soledad y con los fondos proporcionados por Zacarías, la familia se
dirigió a Egipto. Concretamente, a la populosa ciudad de Alejandría, donde
José tenía parientes.
La matanza alcanzó a 16 niños (2). Era el mes de octubre del
---
(1) En el año 39 a.C., Herodes el Grande, procedente de Italia, penetró en
Israel con un ejército de mercenarios. Durante dos años se enfrentó a
Antígono, el legítimo monarca, que tenía de su parte a los judíos. Jerusalén
caería en sus manos después de dos meses y medio de asedio. Miles de
hebreos fueron acuchillados y Antígono, encadenado, fue enviado a
Antioquía. allí sería decapitado por el célebre Marco Antonio. Su muerte puso
punto final a los 103 años de la legítima dinastía de los Asmoneos. (N. del m.)
(2) Algunos exégetas modernos han puesto en duda la realidad histórica de
este infanticidio. Examinando la trayectoria de Herodes el Grande, uno llega a
la triste conclusión de que la crueldad del impostor era tal que esta acción
encaja perfectamente en su “línea de conducta”. Veamos algunos ejemplos
que, entiendo, justifican cuanto digo: a partir del año 37 a.C., el gobierno de
Herodes se convertiría en una pesadilla.
---
año 6 antes de la Era Cristiana. Jesús contaba entonces catorce meses de edad.
Y antes de que nos adentráramos en esa otra ignorada etapa de la vida de Jesús
-la estancia en Egipto-, quise despejar un par de dudas que seguían planeando
sobre mi mente.
-¿No fue un ángel quien advirtió en sueños a José que debía huir de Belén?


270
María replicó al instante:
-Sí... un “ángel" llamado Zacarías, mi primo.
Mateo había vuelto a fallarnos. Y tuve que aceptar la reprimenda de la Señora,
que calificó mi imaginación de “calenturienta y poseída por locos demonios".
Sonreí para mis adentros. En el fondo, la amonestación habría que hacérsela al
confiado y sin par evangelista...
La segunda cuestión fue recibida con idéntica perplejidad.
-¿Una estrella?.-En efecto -insistí-, cuentan que aquellos sacerdotes de Ur fueron guiados por
una estrella de gran brillo...
-Algo escuchamos, si, pero nosotros no vimos nada tan extraordinario... quizá
José, si viviera, podría darte más detalles. Lo siento.
Tuve que resignarme. La historia de la no menos célebre estrella de Belén
quedó en suspenso. más tarde, como ya mencioné, en nuestra exploración por
las colinas situadas al sur de la Ciudad Santa, ésa y otras incógnitas quedarían
despejadas. Por ejemplo, la sangrienta matanza de los infantes. ¿Cómo se
---
Fueron ajusticiados 45 partidarios de Antígono, pertenecientes a las más
nobles familias. Su venganza no se detiene ni ante el Consejo Supremo.
Numerosos ancianos y escribas fueron igualmente ejecutados y desterrados.
Sus recelos alcanzaron, incluso, a su propia familia. En Jericó, por orden suya,
sería asesinado en el baño su cuñado Aristóbulo III, que sólo contaba
diecisiete años de edad. Después ordenó el asesinato de su esposa, Mariamme
y el de su madre, Alejandra. Por último, acabó con la vida de dos de sus hijos.
Formó un auténtico ejército de espías y confidentes, que sembraron el terror,
provocando un continuo baño de sangre. En su testamento llegó a incluir una
cláusula secreta por la que -nada más fallecer- miles de dignatarios de Israel
deberían ser reunidos en el hipódromo y pasados a cuchillo. “De esta forma -explicaba
el propio Herodes-, el llanto y duelo por mi muerte será mucho más
notable."
Y como ya hemos visto, poco antes de su muerte, el odiado “criado edomita",
como se le llamaba popularmente, mandó quemar vivos a varios doctores de la
Ley y a los “guerrilleros” (posiblemente zelotas) que asaltaron el Templo,
derribando las águilas y escudos de Roma.
Ante semejante reguero de sangre y destrucción, ¿cómo dudar de la
historicidad de la llamada matanza de los inocentes de Belén? Si algo le había
costado en su vida era precisamente el trono que usurpaba. De ninguna
manera podía dejar arrebatárselo por “rey” alguno. Y mucho menos por el
prometido “libertador" (N. del m.)
---
llevó a cabo? ¿Se salvaron más niños, además de Jesús? ¿Cómo reaccionó la
aldea ante el brutal exterminio?
Pero quedaban tantos temas por tocar...
¿Qué ocurrió en Alejandría? ¿Cuánto tiempo permanecieron en la ciudad
egipcia? ¿Qué sucedió en los viajes de ida y vuelta? ¿Cómo fueron aquellos
primeros años de la vida de Jesús?
El tiempo apremiaba y centré mis preguntas en la huida a Egipto...
---.NOTA DEL AUTOR
El destino parece burlarse nuevamente de mí y de mis propósitos. Por segunda
vez y por idénticas razones -de estricto carácter técnico-, me veo obligado a
interrumpir aquí la información del mayor sobre la infancia y juventud del
Maestro. Espero que el resto pueda ver la luz en un futuro... Suplico disculpas.
Proseguiré ahora hasta el final de los documentos.
14 DE ABRIL, VIERNES
“¿Cómo es posible que la vida de un ser humano pueda venirse abajo en
minutos?”
Aquel viernes, 14 de abril, tal y como habíamos planeado, abandoné la
hacienda de Lázaro y ascendí a lo alto del monte de las Aceitunas, dispuesto a
poner en marcha la última fase de la misión en tierras de Jerusalén. Iba feliz y
altamente satisfecho por la información reunida en Betania. Mis
conocimientos sobre la juventud y edad adulta del Maestro fueron
enriquecidos copiosamente. Y mi visión de las “cosas” mejoró. No hay nada
como la información para entender y amar...

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