viernes, 11 de octubre de 2013

LOS CUATRO ACUERDOS

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EL PRIMER ACUERDO
Sé impecable con tus palabras
El Primer Acuerdo es el más importante y también el más difícil de cumplir. Es tan importante que sólo
con él ya serás capaz de alcanzar el nivel de existencia que yo denomino «el Cielo en la Tierra».
El Primer Acuerdo consiste en ser impecable con tus palabras. Parece muy simple, pero es sumamente
poderoso.
¿Por qué tus palabras? Porque constituyen el poder que tienes para crear. Son un don que proviene
directamente de Dios. En la Biblia, el Evangelio de San Juan empieza diciendo: «En el principio existía el
Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». Mediante las palabras expresas tu poder creativo; lo
revelas todo. Independientemente de la lengua que hables, tu intención se pone de manifiesto a través de las
palabras. Lo que sueñas, lo que sientes y lo que realmente eres, lo muestras por medio de las palabras.
No son sólo sonidos o símbolos escritos; son una fuerza. Constituyen el poder que tienes para expresar
y comunicar, para pensar y, en consecuencia, para crear los acontecimientos de tu vida. Puedes hablar.
¿Qué otro animal del planeta puede hacerlo? Las palabras son la herramienta más poderosa que tienes como
ser humano, el instrumento de la magia. Pero son como una espada de doble filo: pueden crear el sueño más
bello o destruir todo lo que te rodea. Uno de los filos es el uso erróneo de las palabras, que crea un Infierno
en vida. El otro es la impecabilidad de las palabras, que sólo engendrará belleza, amor y el Cielo en la Tierra.
Según cómo las utilices, las palabras te liberarán o te esclavizarán aún más de lo que imaginas. Toda la
magia que posees se basa en tus palabras. Son pura magia, y si las utilizas mal, se convierten en magia
negra.
Esta magia es tan poderosa, que una sola palabra puede cambiar una vida o destruir a millones de
personas. Hace años, en Alemania, mediante el uso de las palabras, un hombre manipuló a un país entero de
gente muy inteligente. Los llevó a una guerra mundial sólo con el poder de sus palabras. Convenció a otros
para que cometieran los más atroces actos de violencia. Activó el miedo de la gente, y de pronto, como una
gran explosión, empezaron las matanzas y el mundo estalló en guerra. En todo el planeta los seres humanos
han destruido a otros seres humanos porque tenían miedo. Las palabras de Hitler, que se basaban en
creencias y acuerdos generados por el miedo, serán recordadas durante siglos.
La mente humana es como un campo fértil en el que continuamente se están plantando semillas. Las
semillas son opiniones, ideas y conceptos. Tú plantas una semilla, un pensamiento, y éste crece. Las
palabras son como semillas, ¡y la mente humana es muy fértil! El único problema es que, con demasiada
frecuencia, es fértil para las semillas del miedo. Todas las mentes humanas son fértiles, pero sólo para la
clase de semilla para la que están preparadas. Lo importante es descubrir para qué clase de semillas es fértil
nuestra mente, y prepararla para recibir las semillas del amor.
Fíjate en el ejemplo de Hitler: Sembró todas aquellas semillas de miedo, que crecieron muy fuertes y
consiguieron una extraordinaria destrucción masiva. Teniendo en cuenta el pavoroso poder de las palabras,
debemos comprender cuál es el poder que emana de nuestra boca. Si plantamos un miedo o una duda en
nuestra mente, creará una serie interminable de acontecimientos. Una palabra es como un hechizo, y los
humanos utilizamos las palabras como magos de magia negra, hechizándonos los unos a los otros
imprudentemente.
Todo ser humano es un mago, y por medio de las palabras, puede hechizar a alguien o liberarlo de un
hechizo. Continuamente estamos lanzando hechizos con nuestras opiniones. Por ejemplo, me encuentro con
un amigo y le doy una opinión que se me acaba de ocurrir. Le digo: «iMmmm! Veo en tu cara el color de los
que acaban teniendo cáncer». Si escucha esas palabras y está de acuerdo, desarrollará un cáncer en menos
de un año. Ese es el poder de las palabras.
Durante nuestra domesticación, nuestros padres y hermanos expresaban sus opiniones sobre nosotros
sin pensar. Nosotros nos creíamos lo que nos decían y vivíamos con el miedo que nos provocaban sus
opiniones, como la de que no servíamos para nadar, para los deportes o para escribir. Alguien da una opinión
y dice: «¡Mira qué niña tan fea!». La niña lo oye, se cree que es fea y crece con esa idea en la cabeza. No
importa lo guapa que sea; mientras mantenga ese acuerdo, creerá que es fea. Estará bajo ese hechizo.
Las palabras captan nuestra atención, entran en nuestra mente y cambian por entero, para bien o para
mal, nuestras creencias. Otro ejemplo: quizás pienses que eres estúpido, y tal vez lo hayas creído desde
siempre. Este acuerdo es muy difícil de romper, y es posible que te lleve a realizar muchas cosas con el único
fin de convencerte de que realmente eres estúpido. Puede que hagas algo y te digas a tí mismo: «Me gustaría
ser inteligente, pero debo de ser estúpido, porque si no lo fuera, no habría hecho esto». La mente se mueve
en cientos de direcciones diferentes y podríamos pasarnos días enteros atrapados únicamente por la creencia
en nuestra propia estupidez.




Pero un día alguien capta tu atención y con palabras te hace saber que no eres estúpido. Crees lo que
esa persona dice y llegas a un nuevo acuerdo. Y el resultado es que dejas de sentirte o de actuar como un
estúpido. Se ha roto todo el hechizo sólo con la fuerza de las palabras, Y a la inversa, si crees que eres
estúpido y alguien capta tu atención y te dice: «Sí, realmente eres la persona más estúpida que jamás he
conocido», el acuerdo se verá reforzado y se volverá todavía más firme.


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Veamos ahora lo que significa la palabra «impecabilidad». Significa «sin pecado». «Impecable»
proviene del latín pecatus, que quiere decir «pecado». El prefijo im significa «sin», de modo que «impecable»
quiere decir «sin pecado». Las religiones hablan del pecado y de los pecadores, pero entendamos qué
significa realmente pecar. Un pecado es cualquier cosa que haces y que va contra ti. Todo lo que sientas,
creas o digas que vaya contra ti es un pecado. Vas contra ti cuando te juzgas y te culpas por cualquier cosa.
No pecar es hacer exactamente lo contrario. Ser impecable es no ir contra ti mismo. Cuando eres impecable,
asumes la responsabilidad de tus actos, pero sin juzgarte ni culparte.
Desde este punto de vista, todo el concepto de pecado deja de ser algo moral o religioso para
convertirse en una cuestión de puro sentido común. El pecado empieza con el rechazo de uno mismo. El
mayor pecado que cometes es rechazarte a ti mismo. En términos religiosos, el auto-rechazo es un «pecado
mortal», es decir que te conduce a la muerte. En cambio, la impecabilidad te conduce a la vida.
Ser impecable con tus palabras es no utilizarlas contra ti mismo. Si te veo en la calle y te llamo estúpido,
puede parecer que utilizo esa palabra contra ti, pero en realidad la utilizo contra mí mismo, porque tú me
odiarás por ello y tu odio no será bueno para mí. Por tanto, si me enfurezco y con mis palabras te envío todo
mi veneno emocional, las estoy utilizando en mi contra.
Si me amo a mí mismo, expresaré ese amor en mis relaciones contigo y seré impecable con mis
palabras, porque la acción provoca una reacción semejante. Si te amo, tú me amarás. Si te insulto, me
insultarás. Sí siento gratitud por ti, tú la sentirás por mí. Si soy egoísta contigo, tú lo serás conmigo. Si utilizo
mis palabras para hechizarte, tú emplearás las tuyas para hechizarme a mí.
Ser impecable con tus palabras significa utilizar tu energía correctamente, en la dirección de la verdad y
del amor por ti mismo. Si llegas a un acuerdo contigo para ser impecable con tus palabras, eso bastará para
que la verdad se manifieste a través de ti y limpie todo el veneno emocional que hay en tu interior. Pero llegar
a este acuerdo es difícil, porque hemos aprendido a hacer precisamente todo lo contrario. Hemos aprendido a
hacer de la mentira un hábito al comunicarnos con los demás, y aún más importante, al hablar con nosotros
mismos. No somos impecables con nuestras palabras.
En el Infierno, el poder de las palabras se emplea de un modo totalmente erróneo. Las usamos para
maldecir, para culpar, para reprochar, para destruir. También las utilizamos correctamente, por supuesto, pero
no lo hacemos muy a menudo. Por lo general, empleamos las palabras para propagar nuestro veneno
personal: para expresar rabia, celos, envidia y odio. Las palabras son pura magia –el don más poderoso que
tenemos como seres humanos– y las utilizamos contra nosotros mismos. Planeamos vengarnos y creamos
caos con las palabras. Las usamos para fomentar el odio entre las distintas razas, entre diferentes personas,
entre las familias, entre las naciones... Hacemos un mal uso de las palabras con gran frecuencia, y así es
como creamos y perpetuamos el sueño del Infierno. Con el uso erróneo de las palabras, nos perjudicamos los
unos a los otros y nos mantenemos mutuamente en un estado de miedo y duda. Dado que las palabras son la
magia que poseemos los seres humanos y su uso equivocado es magia negra, utilizamos la magia negra
constantemente sin tener la menor idea de ello.
Por ejemplo, había una vez una mujer inteligente y de gran corazón. Esta mujer tenía una hija a la que
adoraba. Una noche llegó a casa después de un duro día de trabajo, muy cansada, tensa y con un terrible
dolor de cabeza. Quería paz y tranquilidad, pero su hija saltaba y cantaba, alegremente. No era consciente de
cómo se sentía su madre; estaba en su propio mundo, en su propio sueño. Se sentía de maravilla y saltaba y
cantaba cada vez más fuerte, expresando su alegría y su amor. Cantaba tan fuerte que el dolor de cabeza de
su madre aún empeoró más, hasta que, en un momento determinado, la madre perdió el control. Miró muy
enfadada a su preciosa hija y le dijo: «¡Cállate! Tienes una voz horrible. ¿Es que no puedes estar callada?».
Lo cierto es que, en ese momento, la tolerancia de la madre frente a cualquier ruido era inexistente; no
era que la voz de su hija fuera horrible. Pero la hija creyó lo que le dijo su madre y llegó a un acuerdo con ella
misma. Después de esto ya no cantó más, porque creía que su voz era horrible y que molestaría a cualquier
persona que la oyera. En la escuela se volvió tímida, y si le pedían que cantase, se negaba a hacerlo. Incluso
hablar con los demás se convirtió en algo difícil. Ese nuevo acuerdo hizo que todo cambiase para esa niña:
creyó que debía reprimir sus emociones para que la aceptasen y la amasen.
Siempre que escuchamos una opinión y la creemos, llegamos a un acuerdo que pasa a formar parte de
nuestro sistema de creencias. La niña creció, y aunque tenía una bonita voz, nunca volvió a cantar. Desarrolló
un gran complejo a causa de un hechizo; un hechizo lanzado por la persona que más la quería: su propia




madre, que no se dio cuenta de lo que había hecho con sus palabras. No se dio cuenta de que había utilizado
magia negra y había hechizado a su hija. Desconocía el poder de sus palabras, y por consiguiente no se la
puede culpar. Hizo lo que su propia madre, su padre y otras personas habían hecho con ella de muchas
maneras diferentes: utilizar mal sus palabras.
¿Cuántas veces hacemos lo mismo con nuestros propios hijos? Les lanzamos opiniones de este tipo y
ellos cargan con esa magia negra durante años y años. Las personas que nos quieren emplean magia negra
con nosotros, pero no saben lo que hacen. Por ello debemos perdonarlos, porque no saben lo que hacen.
Otro ejemplo: Te despiertas por la mañana sintiéndote muy contenta. Te sientes tan bien, que te pasas
dos horas delante del espejo arreglándote. Entonces, una de tus mejores amigas te dice: «¿Qué te ha
pasado? Estás horrorosa. Mira tu vestido; haces el ridículo». Ya está; con eso es suficiente para enviarte a lo
más profundo del Infierno. Quizás esa amiga te hizo este comentario sólo para herirte, y lo consiguió. Te dio
una opinión que llevaba tras ella todo el poder de sus palabras. Si aceptas esa opinión, se convierte en un
acuerdo, y entonces tú misma pones todo tu poder en esa opinión, que se convierte en magia negra.
Los hechizos de este tipo es difícil romperlos. La única manera de deshacer un hechizo es llegar a un
nuevo acuerdo que se base en la verdad. La verdad es el aspecto más importante del hecho de ser
impecable con tus palabras. La espada tiene dos filos: en uno están las mentiras que crean la magia negra, y
en el otro, está la verdad que tiene el poder de deshacer los hechizos. Sólo la verdad nos hará libres.


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Considera las relaciones humanas diarias, e imagínate cuántas veces nos lanzamos hechizos los unos
a los otros con nuestras palabras. Con el tiempo, esto se ha convertido en la peor forma de magia negra: son
los chismes.
Los chismes son magia negra de la peor clase, porque son puro veneno. Aprendimos a contar chismes
por acuerdo. De niños, escuchábamos a los adultos que nos rodeaban chismorrear sin parar y expresar
abiertamente su opinión sobre otras personas. Incluso opinaban sobre gente a la que no conocían. Mediante
esas opiniones, transferían su veneno emocional, y nosotros aprendimos que esta era la manera normal de
comunicarse.
Contar chismes se ha convertido en la principal forma de comunicación en la sociedad humana. Es la
manera que utilizamos para sentirnos cerca de otras personas, porque ver que alguien se siente tan mal
como nosotros, nos hace sentir mejor.
Hay una vieja expresión que dice: «A la miseria le gusta estar acompañada», y la gente que sufre en el
Infierno no quiere estar sola. El miedo y el sufrimiento son un aspecto importante del sueño del planeta; son la
razón de que ese sueño nos continúe reprimiendo.
Si hacemos una analogía y comparamos la mente humana con un ordenador, el chismorreo es
comparable a un virus informático, que no es más que un programa escrito en el mismo lenguaje que los
demás, pero con una intención dañina. Se introduce en el ordenador cuando menos te lo esperas, y en la
mayoría de los casos, sin que siquiera te des cuenta. Una vez se ha introducido en él, tu ordenador no va
demasiado bien o no funciona en absoluto, porque todo se lía y hay tal cantidad de mensajes contradictorios
que resulta imposible obtener resultados satisfactorios.
El chismorreo entre los seres humanos funciona de la misma manera. Por ejemplo, empiezas un curso
con un nuevo profesor; es algo que esperabas desde hace mucho tiempo. El primer día te encuentras con
alguien que anteriormente asistió a ese curso y te dice: «¡Ese profesor es un pedante y un pelmazo! No tiene
ni idea, y además, es un pervertido, de modo que ve con cuidado».
Las palabras de esa persona y las emociones que te transmitió cuando te hizo este comentario se te
quedan inmediatamente grabadas; sin embargo, no eres consciente de qué motivos tenía para hacértelo.
Quizás estaba enfadada por haber suspendido, o simplemente hacía suposiciones fundamentadas en el
miedo y los prejuicios. Pero dado que has aprendido a ingerir información como un niño, parte de ti cree el
chisme. Y en la clase, mientras el profesor habla, sientes que el veneno aparece en tu interior y te resulta
imposible comprender que lo ves a través de los ojos de la persona que te fue con el chisme. Entonces,
empiezas a hablar de ello con los otros integrantes del curso, hasta que acaban por ver al profesor del mismo
modo: como un pelmazo y un pervertido. Realmente no soportas estar ahí, y pronto decides dejar de ir.
Culpas al profesor, pero el culpable es el chisme.
Un pequeño virus informático es capaz de generar un lío de este tipo. Una mínima información errónea
puede estropear la comunicación entre las personas e infectar a todos aquellos que toca, que a su vez
contagian a más gente. Imagínate que cuando otras personas te cuentan chismes, introducen virus
informáticos en tu mente que hacen que pienses cada vez con menor claridad. Después imagina que, en un
esfuerzo por aclarar tu propia confusión y para aliviarte del veneno, tú también chismorreas y contagias estos
virus a otras personas.



Ahora, imagínate que esta pauta prosigue en una cadena interminable entre todos los seres humanos
de la Tierra. El resultado es un mundo lleno de personas que sólo pueden obtener información a través de
circuitos que están obstruidos por un virus venenoso y contagioso. Una vez más, este virus es lo que los
toltecas denominaron mitote, el caos de miles de voces distintas que intentan hablar al mismo tiempo en la
mente.
Aún peores son los magos negros o «piratas informáticos», que extienden el virus intencionadamente.
Recuerda alguna ocasión en la que tú mismo (o alguien que conozcas) estabas furioso con otra persona y
deseabas vengarte de ella. Para hacerlo, le dijiste algo con la intención de esparcir el veneno y conseguir que
se sintiera mal consigo misma. De niños actuamos de este modo casi sin darnos cuenta, pero a medida que
vamos creciendo, nuestros esfuerzos por desprestigiar a la gente son mucho más calculados. Entonces, nos
mentimos a nosotros mismos y nos decimos que la persona en cuestión recibió un justo castigo por su
maldad.
Cuando contemplamos el mundo a través de un virus informático, resulta fácil justificar incluso el
comportamiento más cruel. No somos conscientes de que el mal uso de nuestras palabras nos hace caer más
profundamente en el Infierno.


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Durante años, las palabras de los demás nos han transmitido chismes y nos han lanzado hechizos, pero
lo mismo ha hecho la manera en que utilizamos las palabras con nosotros mismos. Nos hablamos
constantemente, y la mayor parte del tiempo decimos cosas como: «estoy gordo», «soy feo», «me hago
viejo», «me estoy quedando calvo», «soy estúpido», «nunca entiendo nada», «nunca seré lo suficientemente
bueno», «nunca seré perfecto». ¿Ves de qué modo utilizamos las palabras contra nosotros mismos? Es
necesario que empecemos a comprender lo que son las palabras y lo que hacen. Si entiendes el Primer
Acuerdo (Sé impecable con tus palabras), verás cuántos cambios ocurren en tu vida. En primer lugar,
cambios en tu manera de tratarte y en tu forma de tratar a otras personas, especialmente aquellas a las que
más quieres.
Piensa en las innumerables veces que has explicado chismes sobre el ser que más amas para
conseguir que otras personas apoyasen tu punto de vista. ¿Cuántas veces has captado la atención de otras
personas y has esparcido veneno sobre un ser amado para hacer que tu opinión pareciese correcta? Tu
opinión no es más que tu punto de vista, y no tiene por qué ser necesariamente verdad. Tu opinión proviene
de tus creencias, de tu ego y de tu propio sueño. Creamos todo ese veneno y lo esparcimos entre otras
personas sólo para sentir que nuestro punto de vista es correcto.
Si adoptamos el Primer Acuerdo y somos impecables con nuestras palabras, cualquier veneno
emocional acabará por desaparecer de nuestra mente y dejaremos de transmitirlo en nuestras relaciones
personales, incluso con nuestro perro o nuestro gato.
La impecabilidad de tus palabras también te proporcionará inmunidad frente a cualquier persona que te
lance un hechizo. Solamente recibirás una idea negativa si tu mente es un campo fértil para ella.
Cuando eres impecable con tus palabras, tu mente deja de ser un campo fértil para las palabras que
surgen de la magia negra, pero sí lo es para las que surgen del amor. Puedes medir la impecabilidad de tus
palabras a partir de tu nivel de autoestima. La cantidad de amor que sientes por ti es directamente
proporcional a la calidad e integridad de tus palabras. Cuando eres impecable con tus palabras, te sientes
bien, eres feliz y estás en paz.
Puedes trascender el sueño del Infierno sólo con llegar al acuerdo de ser impecable con tus palabras.
Ahora mismo estoy plantando una semilla en tu mente. Que crezca o no, dependerá de lo fértil que sea tu
mente para recibir las semillas del amor. Tú decides si llegas o no a establecer este acuerdo contigo mismo:
Soy impecable con mis palabras. Nutre esta semilla, y a medida que crezca en tu mente, generará más
semillas de amor que reemplazarán a las del miedo.




El Primer Acuerdo cambiará el tipo de semillas para las que tu mente resulta fértil.
Se impecable con tus palabras. Este es el primer acuerdo al que debes llegar si quieres ser libre, ser
feliz y trascender el nivel de existencia del Infierno. Es muy poderoso. Utiliza tus palabras apropiadamente.
Empléalas para compartir tu amor. Usa la magia blanca empezando por ti. Dite a ti mismo que eres una
persona maravillosa, fantástica. Dite cuánto te amas. Utiliza las palabras para romper todos esos pequeños
acuerdos que te hacen sufrir.
Es posible. Lo es porque yo mismo lo hice y no soy mejor que tú. Somos exactamente iguales.
Tenemos el mismo tipo de cerebro, el mismo tipo de cuerpo; somos seres humanos. Si yo fui capaz de
romper esos acuerdos y crear otros nuevos, también tú puedes hacerlo. Si yo soy impecable con mis
palabras, ¿por qué no tú? Este acuerdo, por sí solo, es capaz de cambiar toda tu vida. La impecabilidad de
tus palabras te llevará a la libertad personal, al éxito y a la abundancia; hará que el miedo desaparezca y lo
transformará en amor y alegría.
Imagínate lo que es posible crear sólo con la impecabilidad de las palabras. Trascenderás el sueño del
miedo y llevarás una vida diferente. Podrás vivir en el Cielo en medio de miles de personas que viven en el
Infierno, porque serás inmune a él. Alcanzarás el reino de los Cielos con este acuerdo: Sé impecable con tus
palabras.




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EL SEGUNDO ACUERDO
No te tomes nada personalmente
Los tres acuerdos siguientes nacen, en realidad, del primero. El Segundo Acuerdo consiste en no
tomarte nada personalmente.
Suceda lo que suceda a tu alrededor, no te lo tomes personalmente. Utilizando un ejemplo anterior, si te
encuentro en la calle y te digo: «¡Eh, eres un estúpido!», sin conocerte, no me refiero a ti, sino a mí. Si te lo
tomas personalmente, tal vez te creas que eres un estúpido. Quizá te digas a ti mismo: «¿Cómo lo sabe?
¿Acaso es clarividente, o es que todos pueden ver lo estúpido que soy?».
Te lo tomas personalmente porque estás de acuerdo con cualquier cosa que se diga. Y tan pronto como
estás de acuerdo, el veneno te recorre y te encuentras atrapado en el sueño del Infierno. El motivo de que
estés atrapado es lo que llamamos «la importancia personal». La importancia personal, o el tomarse las
cosas personalmente, es la expresión máxima del egoísmo, porque consideramos que todo gira a nuestro
alrededor. Durante el periodo de nuestra educación (o de nuestra domesticación), aprendimos a tomarnos
todas las cosas de forma personal. Creemos que somos responsables de todo. ¡Yo, yo, yo y siempre yo!
Nada de lo que los demás hacen es por ti. Lo hacen por ellos mismos. Todos vivimos en nuestro propio
sueño, en nuestra propia mente; los demás están en un mundo completamente distinto de aquel en que vive
cada uno de nosotros. Cuando nos tomamos personalmente lo que alguien nos dice, suponemos que sabe lo
que hay en nuestro mundo e intentamos imponérselo por encima del suyo.
Incluso cuando una situación parece muy personal, por ejemplo cuando alguien te insulta directamente,
eso no tiene nada que ver contigo. Lo que esa persona dice, lo que hace y las opiniones que expresa
responden a los acuerdos que ha establecido en su propia mente. Su punto de vista surge de toda la
programación que recibió durante su domesticación.
Si alguien te da su opinión y te dice: «¡Oye: estás muy gordo!», no te lo tomes personalmente, porque la
verdad es que se refiere a sus propios sentimientos, creencias y opiniones. Esa persona intentó enviarte su
veneno, y si te lo tomas personalmente, lo recoges y se convierte en tuyo. Tomarse las cosas personalmente
te convierte en una presa fácil para esos depredadores, los magos negros. Les resulta fácil atraparte con una
simple opinión, después te alimentan con el veneno que quieren, y como te lo tomas personalmente, te lo
tragas sin rechistar.
Te comes toda su basura emocional y la conviertes en tu propia basura. Pero si no te lo tomas
personalmente, serás inmune a todo veneno aunque te encuentres en medio del Infierno. Esa inmunidad es
un don de este acuerdo.
Cuando te tornas las cosas personalmente, te sientes ofendido y reaccionas defendiendo tus creencias
y creando conflictos. Haces una montaña de un grano de arena porque sientes la necesidad de tener razón y
de que los demás estén equivocados. También te esfuerzas en demostrarles que tienes razón dando tus
propias opiniones. Del mismo modo, cualquier cosa que sientas o hagas no es más que una proyección de tu
propio sueño personal, un reflejo de tus propios acuerdos. Lo que dices, lo que haces y las opiniones que
tienes se basan en los acuerdos que tú has establecido, y no tienen nada que ver conmigo.
Lo que pienses de mí no es importante para mí y no me lo tomo personalmente. Cuando la gente me
dice: «Miguel, eres el mejor», no me lo tomo personalmente, y tampoco lo hago cuando me dice: «Miguel,
eres el peor». Sé que cuando estés contento, me dirás: «¡Miguel, eres un ángel!». Pero cuando estés
enfadado conmigo, me dirás: «¡Oh, Miguel, eres un demonio! Eres repugnante. ¿Cómo puedes decir esas
cosas?». Ninguno de los dos comentarios me afecta porque yo sé lo que soy. No necesito que me acepten.
No necesito que nadie me diga: «Miguel: ¡qué bien lo haces!», o: «¡Cómo eres capaz de hacer eso!».
No, no me lo tomo personalmente. Pienses lo que pienses, sientas lo que sientas, sé que se trata de tu
problema y no del mío. Es tu manera de ver el mundo. No me lo tomo de un modo personal porque te refieres
a ti mismo y no a mí. Los demás tienen sus propias opiniones según su sistema de creencias, de modo que
nada de lo que piensen de mí estará realmente relacionado conmigo, sino con ellos.
Es posible que incluso me digas: «Miguel, lo que dices me duele». Pero lo que te duele no es lo que yo
digo, sino las heridas que tienes y que yo he rozado con lo que he dicho. Eres tú mismo quien se hace daño.
No me lo puedo tomar personalmente en modo alguno, y no porque no crea ni confíe en ti, sino porque sé
que ves el mundo con distintos ojos, con los tuyos. Creas una película entera en tu mente, y en ella tú eres el
director, el productor y el protagonista. Todos los demás tenemos papeles secundarios. Es tu película.
La manera en que ves esa película se basa en los acuerdos que has establecido con la vida. Tu punto
de vista es algo personal tuyo. No es la verdad de nadie más que de ti. Por consiguiente, si te enfadas
conmigo, sé que eso está relacionado contigo. Yo soy la excusa para que tú te enfades. Y te enfadas porque
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tienes miedo, porque te enfrentas a tu miedo. Sí no tuvieras miedo, no te enfadarías conmigo en modo
alguno. Si no tuvieras miedo, no me odiarías en modo alguno. Si no tuvieras miedo, no estarías triste ni
celoso en modo alguno.
Si vives sin miedo, si amas, no hay lugar para ninguna de esas emociones. Si no tienes ninguna de
esas emociones, lógicamente te sientes bien. Cuando te sientes bien, todo lo que te rodea está bien. Cuando
todo lo que te rodea es magnífico, todo te hace feliz. Amas todo lo que te rodea porque te amas a ti mismo,
porque te gusta como eres, porque estás contento contigo mismo, porque te sientes feliz con tu vida. Estás
satisfecho con la película que tú mismo produces y con los acuerdos que has establecido con la vida. Estás
en paz y eres feliz. Vives en ese estado de dicha en el que todo es verdaderamente maravilloso y bello. En
ese estado de dicha, estableces una relación de amor con todo lo que percibes en todo momento.


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Sea lo que sea lo que la gente haga, piense o diga, no te lo tomes personalmente. Si te dice que eres
maravilloso, no lo dice por ti. Tú sabes que eres maravilloso. No es necesario que otras personas te lo digan
para creerlo. No te tomes nada personalmente. Aun cuando alguien agarrase una pistola y te disparase en la
cabeza, no sería nada personal. Incluso hasta ese extremo.
Ni siquiera las opiniones que tienes sobre ti mismo son necesariamente verdad; por consiguiente, no
tienes la menor necesidad de tomarte cualquier cosa que oigas en tu propia mente personalmente. La mente
tiene la capacidad de hablarse a sí misma, pero también tiene la capacidad de escuchar la información que
está disponible de otras esferas. Quizás a veces, cuando oyes una voz en tu mente, te preguntes de dónde
proviene. Es posible que esta voz provenga de otra realidad en la que existan seres vivos con una mente muy
similar a la humana.
Los toltecas denominaron a estos seres «aliados». En Europa, África y la India los llamaron «dioses».
Nuestra mente también existe en el nivel de los dioses; también vive en esa realidad y es capaz de
percibirla. La mente ve con los ojos y percibe la realidad de cuando estamos despiertos. Pero también ve y
percibe sin los ojos, aunque la razón apenas es consciente de esta percepción. La mente vive en más de una
dimensión. Es posible que en ocasiones tengas ideas que no se originan en tu mente, pero las percibes con
ella. Tienes derecho a creer o no lo que esas voces te dicen y a no tomártelo personalmente. Tenemos la
opción de creer o no las voces que oímos en nuestra propia mente, del mismo modo en que decidimos qué
creer y qué acuerdos tomar en el sueño del planeta.
La mente también es capaz de hablarse y escucharse a sí misma. Tu mente está dividida, igual que lo
está tu cuerpo. Del mismo modo en que puedes estrechar con una mano tu otra mano y sentirla, la mente
puede hablar consigo misma. Una parte de tu mente habla y otra escucha. Cuando muchas partes de tu
mente hablan todas al mismo tiempo, se origina un gran problema. A esto lo llamamos mitote, ¿recuerdas?
Podemos comparar el mitote con un enorme mercado en el que miles de personas hablan y hacen
trueques a la vez. Cada una tiene pensamientos y sentimientos diferentes; cada una tiene un punto de vista
distinto. Todos los acuerdos que hemos establecido –la programación de la mente– no son necesariamente
compatibles entre sí. Cada acuerdo es como un ser vivo independiente; tiene su propia personalidad y su
propia voz. Hay acuerdos incompatibles, que se contradicen los unos a los otros, y el conflicto se va
extendiendo hasta que estalla una gran guerra en la mente. El mitote es la razón por la que los seres
humanos apenas saben lo que quieren, cómo lo quieren o cuándo lo quieren. No están de acuerdo con ellos
mismos porque unas partes de la mente quieren una cosa y otras quieren exactamente lo contrario.
Una parte de la mente pone objeciones a determinados pensamientos y actos y otra los apoya. Todos
estos pequeños seres vivientes crean conflictos internos porque están vivos y cada uno tiene su propia voz.
Únicamente si hacemos un inventario de nuestros acuerdos destaparemos todos los conflictos de la mente, y
con el tiempo llegaremos a extraer orden del caos del mitote.




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No te tomes nada personalmente porque, si lo haces, te expones a sufrir por nada. Los seres humanos
somos adictos al sufrimiento en diferentes niveles y distintos grados; nos apoyamos los unos a los otros para
mantener esta adicción. Hemos acordado ayudarnos mutuamente a sufrir. Si tienes la necesidad de que te
maltraten, será fácil que los demás lo hagan. Del mismo modo, si estás con personas que necesitan sufrir,
algo en ti hará que las maltrates. Es como si llevasen un cartel en la espalda que dijera: «Patéame, por
favor». Piden una justificación para su sufrimiento. Su adicción al sufrimiento no es más que un acuerdo que
refuerzan a diario.
Vayas donde vayas, encontrarás a gente que te mentirá, pero a medida que tu consciencia se expanda,
descubrirás que tú también te mientes a ti mismo. No esperes que los demás te digan la verdad, porque ellos
también se mienten a sí mismos. Tienes que confiar en ti y decidir si crees o no lo que alguien te dice.




Cuando realmente vemos a los demás tal como son sin tomárnoslo personalmente, lo que hagan o
digan no nos dañará. Aunque los demás te mientan, no importa. Te mienten porque tienen miedo. Tienen
miedo de que descubras que no son perfectos. Quitarse la máscara social resulta doloroso. Si los demás
dicen una cosa, pero hacen otra y tú no prestas atención a sus actos, te mientes a ti mismo. Pero si eres
veraz contigo mismo, te ahorrarás mucho dolor emocional. Decirte la verdad quizá resulte doloroso, pero no
necesitas aterrarte al dolor. La curación está en camino; que las cosas te vayan mejor es sólo cuestión de
tiempo.
Si alguien no te trata con amor ni respeto, que se aleje de ti es un regalo. Si esa persona no se va, lo
más probable es que soportes muchos años de sufrimiento con ella. Que se marche quizá resulte doloroso
durante un tiempo, pero finalmente tu corazón sanará. Entonces, elegirás lo que de verdad quieres.
Descubrirás que, para elegir correctamente, más que confiar en los demás, es necesario que confíes en ti
mismo.
Cuando no tomarte nada personalmente se convierta en un hábito firme y sólido, te evitarás muchos
disgustos en la vida. Tu rabia, tus celos y tu envidia desaparecerán, y si no te tomas nada personalmente,
incluso tu tristeza desaparecerá.
Si conviertes el Segundo Acuerdo en un hábito, descubrirás que nada podrá devolverte al Infierno. Una
gran cantidad de libertad surge cuando no nos tomamos nada personalmente. Serás inmune a los magos
negros y ningún hechizo te afectará, por muy fuerte que sea. El mundo entero puede contar chismes sobre ti,
pero si no te los tomas personalmente, serás inmune a ellos. Alguien puede enviarte veneno emocional de
forma intencionada, pero si no te lo tomas personalmente, no te lo tragarás. Cuando no tomas el veneno
emocional, se vuelve más nocivo para el que lo envía, pero no para ti.
Ya puedes ver cuán importante es este acuerdo. No tomar nada personalmente te ayuda a romper
muchos hábitos y costumbres que te mantienen atrapado en el sueño del Infierno y te causan un sufrimiento
innecesario. Bastará con practicar el Segundo Acuerdo para que empieces a romper docenas de pequeños
acuerdos que te hacen sufrir. Y si practicas además el Primer Acuerdo, romperás el 75 por ciento de estos
pequeños acuerdos que te mantienen atrapado en el Infierno.
Escribe este acuerdo en un papel y engánchalo en la nevera para recordarlo en todo momento: No te
tomes nada personalmente.
Cuando te acostumbres a no tomarte nada personalmente, no necesitarás depositar tu confianza en lo
que hagan o digan los demás. Bastará con que confíes en ti mismo para elegir con responsabilidad. Nunca
eres responsable de los actos de los demás; sólo eres responsable de ti mismo. Cuando comprendas esto, de
verdad, y te niegues a tomarte las cosas personalmente, será muy difícil que los comentarios insensibles o los
actos negligentes de los demás te hieran.
Si mantienes este acuerdo, viajarás por todo el mundo con el corazón abierto por completo y nadie te
herirá. Dirás: «Te amo», sin miedo a que te rechacen o te ridiculicen. Pedirás lo que necesites. Dirás SÍ o
dirás NO –lo que tú decidas– sin culparte ni juzgarte. Siempre puedes seguir a tu corazón. Si lo haces,
aunque estés en medio del Infierno, experimentarás felicidad y paz interior. Permanecerás en tu estado de
dicha y el Infierno no te afectará en absoluto.

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