lunes, 21 de octubre de 2013

Los Cuatro Acuerdos 3RA PARTE

EL TERCER ACUERDO


No hagas suposiciones
El Tercer Acuerdo consiste en no hacer suposiciones.
Tendemos a hacer suposiciones sobre todo. El problema es que, al hacerlo, creemos que lo que
suponemos es cierto. Juraríamos que es real. Hacemos suposiciones sobre lo que los demás hacen o
piensan –nos lo tomamos personalmente–, y después, los culpamos y reaccionamos enviando veneno
emocional con nuestras palabras. Este es el motivo por el cual siempre que hacemos suposiciones, nos
buscamos problemas. Hacemos una suposición, comprendernos las cosas mal, nos lo tomamos
personalmente y acabamos haciendo un gran drama de nada.
Toda la tristeza y los dramas que has experimentado tenían sus raíces en las suposiciones que hiciste y
en las cosas que te tomaste personalmente. Concédete un momento para considerar la verdad de esta
afirmación. Toda la cuestión del dominio entre los seres humanos gira alrededor de las suposiciones y el
tomarse las cosas personalmente. Todo nuestro sueño del Infierno se basa en ello.
Producimos mucho veneno emocional haciendo suposiciones y tomándonoslas personalmente, porque,
por lo general, empezamos a chismorrear a partir de nuestras suposiciones. Recuerda que chismorrear es
nuestra forma de comunicarnos y enviarnos veneno los unos a los otros en el sueño del Infierno. Como
tenemos miedo de pedir una aclaración, hacemos suposiciones y creemos que son ciertas; después, las
defendemos e intentamos que sea otro el que no tenga razón. Siempre es mejor preguntar que hacer una
suposición, porque las suposiciones crean sufrimiento.
El gran mitote de la mente humana crea un enorme caos que nos lleva a interpretar y entender mal
todas las cosas. Sólo vemos lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír. No percibimos las cosas tal
como son. Tenemos la costumbre de soñar sin basarnos en la realidad. Literalmente, inventamos las cosas
en nuestra imaginación. Como no entendemos algo, hacemos una suposición sobre su significado, y cuando
la verdad aparece, la burbuja de nuestro sueño estalla y descubrimos que no era en absoluto lo que nosotros
creíamos.
Un ejemplo: Andas por el paseo y ves a una persona que te gusta. Se vuelve hacia ti, te sonríe y
después se aleja. Sólo con esta experiencia puedes hacer muchas suposiciones. Con ellas es posible crear
toda una fantasía. Y tú verdaderamente quieres creerte la fantasía y convertirla en realidad. Empiezas a crear
un sueño completo a partir de tus suposiciones, y puede que te lo creas: «Realmente le gusto mucho». A
partir de esto, en tu mente empieza una relación entera. Quizás, en tu mundo de fantasía, hasta llegues a
casarte con esa persona. Pero la fantasía está en tu mente, en tu sueño personal.
Hacer suposiciones en nuestras relaciones significa buscarse problemas. A menudo, suponemos que
nuestra pareja sabe lo que pensamos y que no es necesario que le digamos lo que queremos. Suponemos
que hará lo que queremos porque nos conoce muy bien. Si no hace lo que creemos que debería hacer, nos
sentimos realmente heridos y decimos: «Deberías haberlo sabido».
Otro ejemplo: Decides casarte y supones que tu pareja ve el matrimonio de la misma manera que tú.
Después, al vivir juntos, descubres que no es así. Esto crea muchos conflictos; sin embargo, no intentas
clarificar tus sentimientos sobre el matrimonio. El marido regresa a casa del trabajo. La mujer está furiosa y el
marido no sabe por qué. Quizá sea porque la mujer hizo una suposición. No le dice a su marido lo que quiere
porque supone que él la conoce tan bien que ya lo sabe, como si pudiese leer su mente. Se disgusta porque
él no satisface sus expectativas. Hacer suposiciones en las relaciones conduce a muchas disputas,
dificultades y malentendidos con las personas que supuestamente amamos.
En cualquier tipo de relación, podemos suponer que los demás saben lo que pensamos y que no es
necesario que digamos lo que queremos. Harán lo que queremos porque nos conocen muy bien. Si no lo
hacen, si no hacen lo que creemos que deberían hacer, nos sentimos heridos y pensamos: «¿Cómo ha
podido hacer eso? Debería haberlo sabido». Suponemos que la otra persona sabe lo que queremos.
Creamos un drama completo porque hacemos esta suposición y después añadimos otras más encima de ella.
El funcionamiento de la mente humana es muy interesante. Necesitamos justificarlo, explicarlo y
comprenderlo todo para sentirnos seguros. Tenemos millones de preguntas que precisan respuesta porque
hay muchas cosas que la mente racional es incapaz de explicar. No importa si la respuesta es correcta o no;
por sí sola, bastará para que nos sintamos seguros. Esta es la razón por la cual hacemos suposiciones.
Si los demás nos dicen algo, hacemos suposiciones, y si no nos dicen nada, también las hacemos para
satisfacer nuestra necesidad de saber y reemplazar la necesidad de comunicarnos. Incluso si oímos algo y no
lo entendemos, hacemos suposiciones sobre lo que significa, y después, creemos en ellas. Hacemos todo
tipo de suposiciones porque no tenemos el valor de preguntar.



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La mayoría de las veces, hacemos nuestras suposiciones con gran rapidez y de una manera
inconsciente, porque hemos establecido acuerdos para comunicarnos de esta forma. Hemos acordado que
hacer preguntas es peligroso, y que la gente que nos ama debería saber qué queremos o cómo nos sentimos.
Cuando creemos algo, suponemos que tenemos razón hasta el punto de llegar a destruir nuestras relaciones
para defender nuestra posición.
Suponemos que todo el mundo ve la vida del mismo modo que nosotros. Suponemos que los demás
piensan, sienten, juzgan y maltratan como nosotros lo hacemos. Esta es la mayor suposición que podemos
hacer, y es la razón por la cual nos da miedo ser nosotros mismos ante los demás, porque creemos que nos
juzgarán, nos convertirán en sus víctimas, nos maltratarán y nos culparán como nosotros mismos hacemos.
De modo que, incluso antes de que los demás tengan la oportunidad de rechazarnos, nosotros ya nos hemos
rechazado a nosotros mismos. Así es como funciona la mente humana.
También hacemos suposiciones sobre nosotros mismos, y esto crea muchos conflictos internos. Por
ejemplo, supones que eres capaz de hacer algo, y después descubres que no lo eres. Te sobrestimas o te
subestimas a ti mismo porque no te has tomado el tiempo necesario para hacerte preguntas y contestártelas.
Tal vez necesites más datos sobre una situación en particular. O quizá necesites dejar de mentirte a ti mismo
sobre lo que verdaderamente quieres.
A menudo, cuando inicias una relación con alguien que te gusta, tienes que justificar por qué te gusta.
Sólo ves lo que quieres ver y niegas que algunos aspectos de esa persona te disgustan. Te mientes a ti
mismo con el único fin de sentir que tienes razón. Después haces suposiciones, y una de ellas es: «Mi amor
cambiará a esta persona». Pero no es verdad. Tu amor no cambiará a nadie. Si las personas cambian es
porque quieren cambiar, no porque tú puedas cambiarlas. Entonces, ocurre algo entre vosotros dos y te
sientes dolido. De pronto, ves lo que no quisiste ver antes, sólo que ahora está amplificado por tu veneno
emocional. Ahora tienes que justificar tu dolor emocional y echar la culpa de tus decisiones a los demás.
No es necesario que justifiquemos el amor; está presente o no lo está. El amor verdadero es aceptar a
los demás tal como son sin tratar de cambiarlos. Si intentamos cambiarlos significa que, en realidad, no nos
gustan. Por supuesto, sí decides vivir con alguien, si llegas a ese acuerdo, siempre será mejor que esa
persona sea exactamente como tú quieres que sea. Encuentra a alguien a quien no tengas que cambiar en
absoluto. Resulta mucho más fácil hallar a alguien que ya sea como tú quieres que sea, que intentar cambiar
a una persona. Además, ese alguien debe quererte tal como eres para no tener que hacerte cambiar en
absoluto. Si otras personas piensan que tienes que cambiar, eso significa que, en realidad, no te aman tal
como eres. ¿Y para qué estar con alguien si tú no eres tal como quiere que seas?
Debemos ser quienes somos, de modo que no tenemos que presentar una falsa imagen. Si me amas
tal como soy, muy bien, tómame. Si no me amas tal como soy, muy bien, adiós. Búscate a otro. Quizá suene
duro, pero este tipo de comunicación significa que los acuerdos personales que establecemos con los demás
son claros e impecables.
Imagínate tan sólo el día en que dejes de suponer cosas de tu pareja, y a la larga, de cualquier otra
persona de tu vida. Tu manera de comunicarte cambiará completamente y tus relaciones ya no sufrirán más a
causa de conflictos creados por suposiciones equivocadas.
La manera de evitar las suposiciones es preguntar. Asegúrate de que las cosas te queden claras. Si no
comprendes alguna, ten el valor de preguntar hasta clarificarlo todo lo posible, e incluso entonces, no
supongas que lo sabes todo sobre esa situación en particular. Una vez escuches la respuesta, no tendrás que
hacer suposiciones porque sabrás la verdad.
Asimismo, encuentra tu voz para preguntar lo que quieres. Todo el mundo tiene derecho a contestarte
«sí» o «no», pero tú siempre tendrás derecho a preguntar. Del mismo modo, todo el mundo tiene derecho a
preguntarte y tú tienes derecho a contestar «sí» o «no».
Si no entiendes algo, en lugar de hacer una suposición, es mejor que preguntes y que seas claro. El día
que dejes de hacer suposiciones, te comunicarás con habilidad y claridad, libre de veneno emocional. Cuando
ya no hagas suposiciones, tus palabras se volverán impecables.
Con una comunicación clara, todas tus relaciones cambiarán, no sólo la que tienes con tu pareja, sino
también todas las demás. No será necesario que hagas suposiciones porque todo se volverá muy claro. Esto
es lo que yo quiero, y esto es lo que tú quieres. Si nos comunicamos de esta manera, nuestras palabras se
volverán impecables. Si todos los seres humanos fuésemos capaces de comunicarnos de esta manera, con la
impecabilidad de nuestras palabras, no habría guerras, ni violencia ni disputas. Sólo con que fuésemos
capaces de tener una comunicación buena y clara, todos nuestros problemas se resolverían.
Este es, pues, el Tercer Acuerdo: No harás suposiciones. Decirlo es fácil, pero comprendo que hacerlo
es difícil. Lo es porque, muy a menudo, hacernos exactamente lo contrario. Tenemos todos esos hábitos y
rutinas de los que ni tan siquiera somos conscientes. Tomar consciencia de esos hábitos y comprender la
importancia de este acuerdo es el primer paso, pero no es suficiente. La idea o la información es sólo una
semilla en la mente. Lo que realmente hará que las cosas cambien es la acción. Actuar una y otra vez
fortalece tu voluntad, nutre la semilla y establece una base sólida para que el nuevo hábito se desarrolle. Tras
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muchas repeticiones, estos nuevos acuerdos se convertirán en parte de ti mismo y verás cómo la magia de
tus palabras hará que dejes de ser un mago negro para convertirte en un mago blanco.
Un mago blanco utiliza las palabras para crear, dar, compartir y amar. Si haces un hábito de este
acuerdo, transformarás completamente tu vida.
Cuando transformas todo tu sueño, la magia aparece en tu vida. Lo que necesitas te llega con gran
facilidad porque el espíritu se mueve libremente en ti. Esta es la maestría del intento, del espíritu, del amor,
de la gratitud y de la vida. Este es el objetivo del tolteca. Este es el camino hacia la libertad personal.
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EL CUARTO ACUERDO
Haz siempre tu máximo esfuerzo
Sólo hay un acuerdo más, pero es el que permite que los otros tres se conviertan en hábitos
profundamente arraigados. El Cuarto Acuerdo se refiere a la realización de los tres primeros: Haz siempre tu
mejor esfuerzo. Bajo cualquier circunstancia, haz siempre tu máximo esfuerzo, ni más ni menos. Pero piensa
que eso va a variar de un momento a otro. Todas las cosas están vivas y cambian continuamente, de modo
que, en ocasiones, lo máximo que podrás hacer tendrá una gran calidad, y en otras no será tan bueno.
Cuando te despiertas renovado y lleno de vigor por la mañana, tu rendimiento es mejor que por la noche
cuando estás agotado. Lo máximo que puedas hacer será distinto cuando estés sano que cuando estés
enfermo, o cuando estés sobrio que cuando hayas bebido. Tu rendimiento dependerá de que te sientas de
maravilla y feliz o disgustado, enfadado o celoso.
En tus estados de ánimo diarios, lo máximo que podrás hacer cambiará de un momento a otro, de una
hora a otra, de un día a otro. También cambiará con el tiempo. A medida que vayas adquiriendo el hábito de
los cuatro nuevos acuerdos, tu rendimiento será mejor de lo que solía ser.
Independientemente del resultado, sigue haciendo siempre tu máximo esfuerzo, ni más ni menos. Sí
intentas esforzarte demasiado para hacer más de lo que puedes, gastarás más energía de la necesaria, y al
final tu rendimiento no será suficiente. Cuando te excedes, agotas tu cuerpo y vas contra ti, y por consiguiente
te resulta más difícil alcanzar tus objetivos. Por otro lado, si haces menos de lo que puedes hacer, te sometes
a ti mismo a frustraciones, juicios, culpas y reproches.
Limítate a hacer tu máximo esfuerzo, en cualquier circunstancia de tu vida. No importa si estás enfermo
o cansado, si siempre haces tu máximo esfuerzo, no te juzgarás a ti mismo en modo alguno. Y si no te
juzgas, no te harás reproches, ni te culparás ni te castigarás en absoluto. Si haces siempre tu máximo
esfuerzo, romperás el fuerte hechizo al que estás sometido.
Había una vez un hombre que quería trascender su sufrimiento, de modo que se fue a un templo
budista para encontrar a un maestro que le ayudase. Se acercó a él y le dijo: «Maestro, si medito cuatro horas
al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la iluminación?». El maestro le miró y le respondió: «Si meditas
cuatro horas al día, tal vez lo consigas dentro de diez años».
El hombre, pensando que podía hacer más, le dijo: «Maestro, y si medito ocho horas al día, ¿cuánto
tiempo tardaré en alcanzar la iluminación?».
El maestro le miró y le respondió: «Si meditas ocho horas al día, tal vez lo lograrás dentro de veinte
años».
«Pero ¿por qué tardaré más tiempo si medito más?», preguntó el hombre.
El maestro contestó: «No estás aquí para sacrificar tu alegría ni tu vida. Estás aquí para vivir, para ser
feliz y para amar. Si puedes alcanzar tu máximo nivel en dos horas de meditación, pero utilizas ocho, sólo
conseguirás agotarte, apartarte del verdadero sentido de la meditación y no disfrutar de tu vida. Haz tu
máximo esfuerzo, y tal vez aprenderás que independientemente del tiempo que medites, puedes vivir, amar y
ser feliz».



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Si haces tu máximo esfuerzo, vivirás con gran intensidad. Serás productivo, y serás bueno contigo
mismo porque te entregarás a tu familia, a tu comunidad, a todo. Pero la acción es lo que te hará sentir
inmensamente feliz. Siempre que haces tu máximo esfuerzo, actúas. Hacer tu máximo esfuerzo significa
actuar porque amas hacerlo, no porque esperas una recompensa. La mayor parte de las personas hacen
exactamente lo contrario: sólo emprenden la acción cuando esperan una recompensa, y no disfrutan de ella.
Y ese es el motivo por el que no hacen su máximo esfuerzo.
Por ejemplo, la mayoría de las personas van a trabajar y piensan únicamente en el día de pago y en el
dinero que obtendrán por su trabajo. Están impacientes esperando a que llegue el viernes o el sábado, el día
en el que reciben su salario y pueden tomarse unas horas libres. Trabajan por su recompensa, y el resultado
es que se resisten al trabajo. Intentan evitar la acción; ésta entonces se vuelve cada vez más difícil, y esos
hombres no hacen su máximo esfuerzo.
Trabajan muy duramente durante toda la semana, soportan el trabajo, soportan la acción, no porque les
guste, sino porque sienten que es lo que deben hacer. Tienen que trabajar porque han de pagar el alquiler y
mantener a su familia. Son hombres frustrados, y cuando reciben su paga, no se sienten felices. Tienen dos
días para descansar, para hacer lo que les apetezca, y ¿qué es lo que hacen? Intentan escaparse. Se



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emborrachan porque no se gustan a sí mismos. No les gusta su vida. Cuando no nos gusta cómo somos, nos
herimos de muy diversas maneras.
Sin embargo, si emprendes la acción por el puro placer de hacerlo, sin esperar una recompensa,
descubrirás que disfrutas de cada cosa que llevas a cabo. Las recompensas llegarán, pero tú no estarás
apegado a ellas. Si no esperas una recompensa, es posible que incluso llegues a conseguir más de lo que
hubieses imaginado. Si nos gusta lo que hacemos y si siempre hacemos nuestro máximo esfuerzo, entonces
disfrutamos realmente de nuestra vida. Nos divertimos, no nos aburrimos y no nos sentimos frustrados.
Cuando haces tu máximo esfuerzo, no le das al Juez la oportunidad de que dicte sentencia y te
considere culpable. Si has hecho tu máximo esfuerzo y el Juez intenta juzgarte basándose en tu Libro de la
Ley, tú tienes la respuesta: «Hice mi máximo esfuerzo ». No hay reproches. Esta es la razón por la cual
siempre hacemos nuestro máximo esfuerzo. No es un acuerdo que sea fácil de mantener, pero te hará
realmente libre.
Cuando haces tu máximo esfuerzo, aprendes a aceptarte a ti mismo, pero tienes que ser consciente y
aprender de tus errores. Eso significa practicar, comprobar los resultados con honestidad y continuar
practicando. Así se expande la consciencia.
Cuando haces tu máximo esfuerzo no parece que trabajes, porque disfrutas de todo lo que haces.
Sabes que haces tu máximo esfuerzo cuando disfrutas de la acción o la llevas a cabo de una manera que no
te repercute negativamente. Haces tu máximo esfuerzo porque quieres hacerlo, no porque tengas que
hacerlo, ni por complacer al Juez o a los demás.
Si emprendes la acción porque te sientes obligado, entonces, de ninguna manera harás tu máximo
esfuerzo. En ese caso, es mejor no hacerlo. Cuando haces tu máximo esfuerzo, siempre te sientes muy feliz;
por eso lo haces. Cuando haces tu máximo esfuerzo por el mero placer de hacerlo, emprendes la acción
porque disfrutas de ella.
La acción consiste en vivir con plenitud. La inacción es nuestra forma de negar la vida, y consiste en
sentarse delante del televisor cada día durante años porque te da miedo estar vivo y arriesgarte a expresar lo
que eres. Expresar lo que eres es emprender la acción. Puede que tengas grandes ideas en la cabeza, pero
lo que importa es la acción. Una idea, si no se lleva a cabo, no producirá ninguna manifestación, ni resultados
ni recompensas.
La historia de Forrest Gump es un buen ejemplo. No tenía grandes ideas, pero actuaba. Era feliz porque
hacía lo máximo que podía en todo lo que emprendía. Recibió importantes recompensas que no había
esperado. Emprender la acción es estar vivo. Es arriesgarse a salir y expresar tu sueño. Esto no significa que
se lo impongas a los demás, porque todo el mundo tiene derecho a expresar su propio sueño.
Hacer tu máximo esfuerzo es un gran hábito que te conviene adquirir. Yo hago mi máximo esfuerzo en
todo lo que emprendo y siento. Hacerlo se ha convertido en un ritual que forma parte de mí vida, porque yo
escogí que así fuese. Es una creencia, como cualquier otra de las que he elegido tener. Lo convierto todo en
un ritual y siempre hago lo máximo que puedo. Para mí, ducharse es un ritual; con esta acción le digo a mí
cuerpo lo mucho que lo amo. Disfruto al sentir el agua correr por mi cuerpo. Hago mi máximo esfuerzo para
que las necesidades de mi cuerpo se vean satisfechas, para cuidarlo y para recibir lo que me da.
En la India celebran un ritual denominado puja. En él cogen unas imágenes que representan a Dios de
muy diversas maneras y las bañan, les dan de comer y les ofrecen su amor. Incluso les cantan mantras. Las
imágenes no son importantes en sí. Lo que importa es la forma en que celebran el ritual, el modo en que
dicen: «Te amo, Dios».
Dios es vida. Dios es vida en acción. La mejor manera de decir: «Te amo. Dios», es vivir haciendo tu
máximo esfuerzo. La mejor manera de decir: «Gracias, Dios», es dejar ir el pasado y vivir el momento
presente, aquí y ahora. Sea lo que sea lo que la vida te arrebate, permite que se vaya. Cuando te entregas y
dejas ir el pasado, te permites estar plenamente vivo en el momento presente. Dejar ir el pasado significa
disfrutar del sueño que acontece ahora mismo.
Si vives en un sueño del pasado, no disfrutas de lo que sucede en el momento presente, porque
siempre deseas que sea distinto. No hay tiempo para que te pierdas nada ni a nadie, porque estás vivo. No
disfrutar de lo que sucede ahora mismo es vivir en el pasado, es vivir sólo a medias. Esto conduce a la
autocompasión, el sufrimiento y las lágrimas.
Naciste con el derecho de ser feliz. Naciste con el derecho de amar, de disfrutar y de compartir tu amor.
Estás vivo, así que toma tu vida y disfrútala. No te resistas a que la vida pase por ti, porque es Dios que pasa
a través de ti. Tu existencia prueba, por sí sola, la existencia de Dios. Tu existencia prueba la existencia de la
vida y la energía.
No necesitamos saber ni probar nada. Ser, arriesgarnos a vivir y disfrutar de nuestra vida, es lo único
que importa. Di que no cuando quieras decir que no, y di que sí cuando quieras decir que sí. Tienes derecho
a ser tú mismo. Y sólo puedes serlo cuando haces tu máximo esfuerzo. Cuando no lo haces, te niegas el
derecho a ser tú mismo. Esta es una semilla que deberías nutrir en tu mente. No necesitas muchos
conocimientos ni grandes conceptos filosóficos. No necesitas que los demás te acepten. Expresas tu propia


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divinidad mediante tu vida y el amor por ti mismo y por los demás. Decir: «Eh, te amo», es una expresión de
Dios.
Los tres primeros acuerdos sólo funcionarán si haces tu máximo esfuerzo. No esperes ser siempre
impecable con tus palabras. Tus hábitos rutinarios son demasiado fuertes y están firmemente arraigados en
tu mente. Pero puedes hacer tu máximo esfuerzo. No esperes no volver nunca más a tomarte las cosas
personalmente; sólo haz tu máximo esfuerzo. No esperes no hacer nunca más ninguna suposición, pero sí
puedes hacer tu máximo esfuerzo.
Si haces tu máximo esfuerzo, hábitos como emplear mal tus palabras, tomarte las cosas personalmente
y hacer suposiciones se debilitarán y con el tiempo, serán menos frecuentes. No es necesario que te juzgues
a ti mismo, que te sientas culpable o que te castigues por no ser capaz de mantener estos acuerdos. Cuando
haces tu máximo esfuerzo, te sientes bien contigo mismo aunque todavía hagas suposiciones, aunque
todavía te tomes las cosas personalmente y aunque todavía no seas impecable con tus palabras.
Si siempre haces tu máximo esfuerzo, una y otra vez, te convertirás en un maestro de la transformación.
La práctica forma al maestro. Cuando haces tu máximo esfuerzo, te conviertes en un maestro. Todo lo que
sabes lo has aprendido mediante la repetición. Aprendiste así a escribir, a conducir e incluso a andar. Eres un
maestro hablando tu lengua porque la has practicado. La acción es lo que importa.
Si haces tu máximo esfuerzo en la búsqueda de tu libertad personal y de tu autoestima, descubrirás que
encontrar lo que buscas es sólo cuestión de tiempo. No se trata de soñar despierto ni de sentarse varias
horas a soñar mientras meditas. Debes ponerte en pie y actuar como un ser humano. Debes honrar al
hombre o la mujer que eres. Debes respetar tu cuerpo, disfrutarlo, amarlo, alimentarlo, limpiarlo y sanarlo.
Ejercítalo y haz todo lo que le haga sentirse bien. Esto es una puja para tu cuerpo, es una comunión entre
Dios y tú.
No es necesario que adores a ninguna imagen de la Virgen María, de Cristo o de Buda. Puedes hacerlo
si quieres; si te hace sentir bien, hazlo. Tu propio cuerpo es una manifestación de Dios, y si honras a tu
cuerpo, todo cambiará para ti. Cuando des amor a todas las partes de tu cuerpo, plantarás semillas de amor
en tu mente, y cuando crezcan, amarás, honrarás y respetarás tu cuerpo inmensamente.
Entonces, toda acción se convertirá en un ritual mediante el cual honrarás a Dios. Después de esto, el
siguiente paso consistirá en honrar a Dios con cada pensamiento, con cada emoción, con cada creencia,
tanto si es «correcta» como si es «incorrecta». Cada pensamiento se convertirá en una comunión con Dios y
vivirás un sueño sin juicios, sin ser una víctima y libre de la necesidad de chismorrear y maltratarte.



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Cuando honres estos cuatro acuerdos juntos, ya no vivirás más en el Infierno. Definitivamente, no. Si
eres impecable con tus palabras, no te tomas nada personalmente, no haces suposiciones y siempre haces lo
máximo que puedas, tu vida será maravillosa y la controlarás al cien por cien.
Los Cuatro Acuerdos son un resumen de la maestría de la transformación, una de las maestrías de los
toltecas. Transformas el Infierno en Cielo. El sueño del planeta se transforma en tu sueño personal del Cielo.
El conocimiento está ahí; sólo espera a que tú lo utilices. Los Cuatro Acuerdos están ahí; sólo tienes que
adoptarlos y respetar su significado y su poder.
Lo único que tienes que hacer es lo máximo que puedas para honrar estos acuerdos. Establece hoy
este acuerdo: «Elijo respetar los Cuatro Acuerdos». Son tan sencillos y lógicos que incluso un niño puede
entenderlos. Pero para mantenerlos, necesitas una voluntad fuerte, una voluntad muy fuerte. ¿Por qué?
Porque vayamos donde vayamos descubrimos que nuestro camino está lleno de obstáculos. Todo el mundo
intenta sabotear nuestro compromiso con estos nuevos acuerdos, y todo lo que nos rodea está estructurado
para que los rompamos. El problema reside en los otros acuerdos que forman parte del sueño del planeta.
Están vivos y son muy fuertes.
Por esta razón es necesario que seas un gran cazador, un gran guerrero capaz de defender los Cuatro
Acuerdos con tu vida. Tu felicidad, tu libertad, toda tu manera de vivir dependen de ello. El objetivo del
guerrero es trascender este mundo, escapar de este Infierno y no regresar jamás a él. Tal como nos enseñan
los toltecas, la recompensa consiste en trascender la experiencia humana del sufrimiento, y convertirse en la
encarnación de Dios. Esa es la recompensa.
Verdaderamente, para triunfar en el cumplimiento de estos acuerdos, necesitamos utilizar todo el poder
que tenemos. Al principio, yo no creía que pudiera ser capaz de hacerlo. He fracasado muchas veces, pero
me levanté y seguí adelante. No me compadecí de mí mismo. De ninguna manera iba a compadecerme de mí
mismo. Dije: «Si me caigo, soy lo bastante fuerte, lo bastante inteligente, ¡puedo hacerlo!». Me levanté y
seguí adelante. Me caí y seguí adelante, y adelante, y cada vez me resultó más y más fácil. Sin embargo, al
comienzo era tan duro y tan difícil...



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De modo que, si te caes, no te juzgues. No le des a tu Juez la satisfacción de convertirte en una víctima.
No, sé firme contigo mismo. Levántate y establece el acuerdo de nuevo: «Está bien, rompí el acuerdo de ser
impecable con mis palabras. Empezaré otra vez desde el principio. Voy a mantener los Cuatro Acuerdos sólo
por hoy. Hoy seré impecable con mis palabras, no me tomaré nada personalmente, no haré suposiciones y
haré mi máximo esfuerzo ».
Si rompes un acuerdo, empieza de nuevo mañana y de nuevo al día siguiente. Al principio será difícil,
pero cada día te parecerá más y más fácil hasta que, un día, descubrirás que los Cuatro Acuerdos dirigen tu
vida. Te sorprenderá ver cómo se ha transformado tu existencia.
No es necesario que seas religioso ni que vayas a la iglesia cada día. Tu amor y tu respeto por ti mismo
crecen incesantemente. Puedes hacerlo. Si yo lo hice, también tú puedes hacerlo. No te inquietes por el
futuro; mantén tu atención en el día de hoy y permanece en el momento presente. Vive el día a día. Haz
siempre lo máximo que puedas por mantener estos acuerdos, y pronto te resultará sencillo. Hoy es el
principio de un nuevo sueño.



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EL CAMINO TOLTECA HACIA LA LIBERTAD

Romper viejos acuerdos
Todos hablan de libertad. Distintas personas, diferentes razas y distintos países luchan por la libertad
en todo el mundo. Pero ¿qué es la libertad? En Estados Unidos decimos que vivimos en un país libre. Sin
embargo, ¿somos realmente libres? ¿Somos libres para ser quienes realmente somos? La respuesta es no,
no somos libres. La verdadera libertad está relacionada con el espíritu humano: es la libertad de ser quienes
realmente somos.
¿Quién nos impide ser libres? Culpamos al Gobierno, al clima, a nuestros padres, a la religión, a Dios...
¿Quién nos impide, realmente, ser libres? Nosotros mismos. ¿Qué significa, en realidad, ser libres? A veces
nos casamos y decimos que perdemos nuestra libertad, pero cuando nos divorciamos, seguimos sin ser
libres. ¿Qué nos lo impide? ¿Por qué no podemos ser nosotros mismos?
Tenemos recuerdos de tiempos pasados en los que éramos libres y disfrutábamos de ello, pero hemos
olvidado lo que verdaderamente significa la libertad.
Si vemos a un niño de dos o tres años, o quizá de cuatro, descubrimos un ser humano libre. ¿Por qué lo
es? Porque hace lo que quiere hacer. El ser humano es completamente salvaje, igual que una flor, un árbol o
un animal que no ha sido domesticado: ¡salvaje! Y si observamos a estos seres humanos de dos años de
edad, descubrimos que la mayor parte del tiempo sonríen y se divierten. Exploran el mundo. No les da miedo
Jugar. Sienten miedo cuando se hacen daño, cuando tienen hambre y cuando algunas de sus necesidades
no se ven satisfechas; pero no les preocupa el pasado, no les importa el futuro y sólo viven en el momento
presente.
Los niños muy pequeños no tienen miedo de expresar lo que sienten. Son tan afectuosos que, si
perciben amor, se funden en él. No les da miedo el amor. Esta es la descripción de un ser humano normal.
De niños, no le tenemos miedo al futuro ni nos avergonzamos del pasado. Nuestra tendencia natural es
disfrutar de la vida, jugar, explorar, ser felices y amar.
Pero ¿qué le ha pasado al ser humano adulto? ¿Por qué somos tan diferentes? ¿Por qué no somos
salvajes? Desde el punto de vista de la Víctima, diremos que nos ocurrió algo triste, y desde el punto de vista
del guerrero, diremos que lo que nos sucedió fue normal. Lo que pasa es que el Libro de la Ley, el gran Juez,
la Víctima y el sistema de creencias dirigen nuestra vida, y ya no somos libres porque no nos permiten ser
quienes realmente somos. Una vez nuestra mente ha sido programada con toda esa basura, dejamos de ser
felices.
Esta cadena de aprendizaje que se transmite de un ser humano a otro, de generación en generación,
es muy corriente en la sociedad humana. No culpes a tus padres por enseñarte a ser como ellos. ¿Qué otra
cosa podían enseñarte sino lo que sabían? Lo hicieron lo mejor que supieron, y si te maltrataron, fue debido a
su propia domesticación, a sus propios miedos y a sus propias creencias. No tenían ningún control sobre la
programación que ellos mismos recibieron, de modo que no podían actuar de otra forma.
No culpes a tus padres ni a ninguna otra persona que te haya maltratado en la vida, incluyéndote a ti
mismo. Pero ya es hora de poner fin a ese maltrato. Ya es hora de que te liberes de la tiranía del Juez y de
que cambies los fundamentos de tus propios acuerdos. Ya es hora de que te liberes del papel de Víctima.
Tu verdadero yo es todavía un niño pequeño que nunca creció. En ocasiones, cuando te diviertes o
juegas, cuando te sientes feliz, cuando pintas, escribes poesía o tocas el piano, o cuando te expresas de
cualquier otro modo, ese niño pequeño reaparece. Estos son los momentos más felices de tu vida: cuando
surge tu yo verdadero, cuando no te importa el pasado y no te preocupas por el futuro. Entonces eres como
un niño.
Pero hay algo que cambia todo esto: son lo que llamamos responsabilidades. El Juez dice: «Espera un
momento; eres responsable; tienes cosas qué hacer; tienes que trabajar; tienes que ir a la universidad; tienes
que ganarte la vida». Nos acordamos de todas estas responsabilidades y la expresión de nuestro rostro
cambia y se ensombrece de nuevo. Si observas a unos niños que juegan a ser adultos, verás de qué manera
se transforma la expresión de su cara. Un niño dice: «Juguemos a que soy un abogado», e inmediatamente
adopta la expresión del adulto. Si asistimos a un juicio, esas son las caras que vemos, y eso es lo que somos.
Sin embargo, todavía somos niños, pero hemos perdido nuestra libertad.
La libertad que buscamos es la de ser nosotros mismos, la de expresarnos tal como somos. Sin
embargo, si observamos nuestra vida, veremos que, en lugar de vivir para complacernos a nosotros mismos,
la mayor parte del tiempo sólo hacemos cosas para complacer a los demás, para que nos acepten. Esto es lo
que le ha ocurrido a nuestra libertad. En nuestra sociedad, y en todas las sociedades del mundo, de cada mil
personas, novecientas noventa y nueve están totalmente domesticadas.


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Lo peor de todo es que la mayoría de la gente ni siquiera se da cuenta de que no es libre. Algo en su
interior se lo susurra, pero no lo comprende, y no sabe por qué no es libre.
Para la mayoría de las personas, el problema reside en que viven sin llegar a descubrir que el Juez y la
Víctima dirigen su vida, y por consiguiente, no tienen la menor oportunidad de ser libres. El primer paso hacia
la libertad personal consiste en ser conscientes de que no somos libres. Necesitamos ser conscientes de cuál
es el problema para poder resolverlo.
El primer paso es siempre la consciencia, porque hasta que no seas consciente no podrás hacer ningún
cambio. Hasta que no seas consciente de que tu mente está llena de heridas y de veneno emocional, no
limpiarás ni curarás las heridas y continuarás sufriendo.
No hay ninguna razón para sufrir. Si eres consciente, puedes rebelarte y decir: «¡Ya basta!». Puedes
buscar una manera de sanar y transformar tu sueño personal. El sueño del planeta es sólo un sueño. Ni tan
siquiera es real. Si entras en el sueño y empiezas a poner en tela de juicio tu sistema de creencias,
descubrirás que la mayor parte de las creencias que abrieron heridas en tu mente ni siquiera son verdad.
Descubrirás que durante todos estos años has vivido un drama por nada. ¿Por qué? Porque el sistema de
creencias que te inculcaron está basado en mentiras.
Por ello es muy importante para ti que domines tu propio sueño; este es el motivo por el que los toltecas
se convirtieron en maestros del sueño. Tu vida es la manifestación de tu sueño; es un arte. Y puedes cambiar
tu vida en cualquier momento si no disfrutas de tu sueño. Los maestros del sueño crean una vida que es una
obra maestra; controlan el sueño a través de sus elecciones. Todo tiene sus consecuencias, y un maestro del
sueño es consciente de ellas.
Ser un tolteca es una forma de vivir en la cual no existen los líderes ni los seguidores, donde tú tienes y
vives tu propia verdad. Un tolteca se vuelve sabio, se vuelve salvaje y se vuelve libre de nuevo.
Existen tres maestrías que llevan a la gente a convertirse en toltecas. La primera es la Maestría de la
Consciencia: ser conscientes de quiénes somos realmente, con todas nuestras posibilidades. La segunda es
la Maestría de la Transformación: cómo cambiar, cómo liberarnos de la domesticación. La tercera es la
Maestría del Intento: desde el punto de vista tolteca, el Intento es esa parte de la vida que hace que la transformación
de la energía sea posible; es el ser viviente que envuelve toda energía, o lo que llamamos «Dios».
Es la vida misma; es el amor incondicional. La Maestría del Intento es, por tanto, la Maestría del Amor.
Hablamos del camino tolteca hacia la libertad porque los toltecas tienen un plan completo para liberarse
de la domesticación. Comparan al Juez, a la Víctima y el sistema de creencias con un parásito que invade la
mente humana. Desde el punto de vista tolteca, todos los seres humanos domesticados están enfermos. Lo
están porque un parásito controla su mente y su cerebro, un parásito que se alimenta de las emociones
negativas que provoca el miedo.
Si buscamos la descripción de un parásito, vemos que es un ser vivo que subsiste a costa de otros
seres vivos, chupa su energía sin dar nada a cambio y daña a su anfitrión poco a poco. El Juez, la Víctima y
el sistema de creencias encajan muy bien en esta descripción. Juntos, constituyen un ser viviente formado de
energía psíquica o emocional, y esa energía está viva. No se trata de energía material, por supuesto, pero las
emociones tampoco son energía material, ni lo son nuestros sueños, y sin embargo, sabemos que existen.
Una función del cerebro es la de transformar la energía material en energía emocional. Nuestro cerebro
es una fábrica de emociones. Y ya hemos dicho que la principal función de la mente es soñar. Los toltecas
creen que el parásito -el Juez, la Víctima y el sistema de creencías-controla nuestra mente y nuestro sueño
personal. El parásito sueña en nuestra mente y vive en nuestro cuerpo. Se alimenta de las emociones que
surgen del miedo, y le encantan el drama y el sufrimiento.
La libertad que buscamos consiste en utilizar nuestra propia mente y nuestro propio cuerpo, en vivir
nuestra propia vida en lugar de la vida de nuestro sistema de creencias. Cuando descubrimos que nuestra
mente está controlada por el Juez y la Víctima y que nuestro verdadero yo está arrinconado, sólo tenemos
dos opciones.
Una es continuar viviendo como lo hemos hecho hasta ese momento, rindiéndonos al Juez y la Víctima,
seguir viviendo en el sueño del planeta. La otra opción es actuar como cuando éramos niños y nuestros
padres intentaban domesticarnos. Podemos rebelarnos y decir: «¡No!». Podemos declarar una guerra contra
el parásito, contra el Juez y la Víctima, una guerra por nuestra independencia, por el derecho de utilizar
nuestra propia mente y nuestro propio cerebro.
Por este motivo, quienes siguen las tradiciones chamánicas de América, desde Canadá hasta
Argentina, se llaman a sí mismos guerreros, porque están en guerra contra el parásito de la mente. Esto es lo
que significa en verdad ser un guerrero. El guerrero es el que se rebela contra la invasión del parásito. Se
rebela y le declara la guerra. Pero eso no quiere decir que siempre se gane; quizá ganemos o quizá
perdamos, pero siempre hacemos lo máximo que podemos, y al menos tenemos la oportunidad de recuperar
nuestra libertad. Elegir este camino nos da, como mínimo, la dignidad de la rebelión y nos asegura que no
seremos la víctima desvalida de nuestras caprichosas emociones o de las emociones venenosas de los
demás. Incluso aunque sucumbamos ante el enemigo -el parásito-, no estaremos entre las víctimas que no se
defienden.


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En el mejor de los casos, ser un guerrero nos da la oportunidad de trascender el sueño del planeta y
cambiar nuestro sueño personal por otro al que llamamos Cielo. Igual que el Infierno, el Cielo es un lugar que
existe en nuestra mente. Es un lugar lleno de júbilo, en el que somos felices, en el que somos libres para
amar y para ser nosotros mismos. Podemos alcanzar el Cielo en vida; no tenemos que esperar a morirnos.
Dios siempre está presente y el reino de los Cielos está en todas partes, pero en primer lugar necesitamos
que nuestros ojos sean capaces de ver la verdad y nuestros oídos puedan escucharla. Necesitamos librarnos
del parásito.
Podemos comparar el parásito con un monstruo de cien cabezas. Cada una de ellas es uno de nuestros
miedos. Si queremos ser libres, tenemos que destruir el parásito. Una solución es atacar sus cabezas una a
una, es decir, enfrentarnos a nuestros miedos uno a uno. Es un proceso lento, pero funciona. Cada vez que
nos enfrentamos a uno de nuestros miedos, somos un poco más libres.
Una segunda solución sería dejar de alimentar al parásito. Si no le damos ningún alimento, lo
mataremos por inanición. Para poder hacerlo, tenemos que ser capaces de controlar nuestras emociones,
debemos abstenernos de alimentar las emociones que surgen del miedo. Resulta fácil decirlo, pero es muy
difícil hacerlo, porque el Juez y la Víctima controlan nuestra mente.
Una tercera solución es la que se denomina la iniciación a la muerte. Esta iniciación se encuentra en
muchas tradiciones y escuelas esotéricas de todo el mundo. La hallamos en Egipto, la India, Grecia y
América. Es una muerte simbólica que mata al parásito sin dañar nuestro cuerpo. Cuando «morimos»
simbólicamente, el parásito también tiene que morir. Esta solución es más rápida que las dos anteriores, pero
resulta todavía más difícil. Necesitamos un gran valor para enfrentarnos al ángel de la muerte. Tenemos que
ser muy fuertes.
Veamos más de cerca cada una de estas soluciones.
El arte de la transformación: El sueño de la segunda atención
Hemos visto que el sueño que vives ahora es el resultado del sueño externo que capta tu atención y te
alimenta con todas tus creencias. El proceso de domesticación puede llamarse el sueño de la primera
atención, porque así utilizaron por primera vez tu atención para crear el primer sueño de tu vida.
Una manera de transformar tus creencias es concentrar tu atención en todos esos acuerdos y
cambiarlos tú mismo. Al hacerlo, utilizas tu atención por segunda vez, y por consiguiente, creas el sueño de la
segunda atención o el nuevo sueño.
La diferencia estriba en que ahora ya no eres inocente. En tu infancia no era así; no tenías otra
elección. Pero ya no eres un niño. Ahora puedes escoger qué creer y qué no. Puedes elegir creer en
cualquier cosa, y eso incluye creer en ti.
El primer paso consiste en ser consciente de la bruma que hay en tu mente. Debes darte cuenta de que
sueñas continuamente. Sólo a través de la consciencia serás capaz de transformar tu sueño. Cuando seas
consciente de que todo el sueño de tu vida es el resultado de tus creencias y de que lo que crees no es real,
entonces empezarás a cambiarlo. Sin embargo, para cambiar tus creencias de verdad, es preciso que centres
tu atención en lo que quieres cambiar. Debes conocer los acuerdos que deseas cambiar antes de poder
cambiarlos.
De modo que el siguiente paso es volverte consciente de todas las creencias que te limitan, se basan
en el miedo y te hacen infeliz. Haz un inventario de todo lo que crees, de todos tus acuerdos, y mediante este
proceso, empezarás a transformarte. Los toltecas llamaron a esto el Arte de la Transformación, y es una
maestría completa. Alcanzas la Maestría de la Transformación cambiando los acuerdos que se basan en el
miedo y te hacen sufrir y reprogramando tu propia mente a tu manera. Uno de los procedimientos para llevar
esto a cabo consiste en estudiar y adoptar creencias alternativas como los Cuatro Acuerdos.
La decisión de adoptar los Cuatro Acuerdos es una declaración de guerra para recuperar la libertad que
te arrebató el parásito. Los Cuatro Acuerdos te ofrecen la posibilidad de acabar con el dolor emocional, y de
este modo te abren la puerta para que disfrutes de tu vida y empieces un nuevo sueño. Si estás interesado,
explorar las posibilidades de tu sueño sólo dependerá de ti. Los Cuatro Acuerdos se crearon para que nos
resultaran de ayuda en el Arte de la Transformación, para ayudarnos a romper los acuerdos limitativos,
aumentar nuestro poder personal y volvernos más fuertes. Cuanto más fuerte seas, más acuerdos romperás,
hasta que llegues a la misma esencia de todos ellos.
Llegar a la esencia de esos acuerdos es lo que yo llamo ir al desierto. Cuando vas al desierto, te
encuentras cara a cara con tus demonios. Una vez has salido de él, todos esos demonios se convierten en
ángeles.
Practicar los Cuatro Acuerdos es un gran acto de poder. Deshacer los hechizos de magia negra que
existen en tu mente requiere un gran poder personal. Cada vez que rompes un acuerdo, aumentas tu poder.
Para empezar, rompe pequeños acuerdos que requieran un poder menor. A medida que vayas rompiendo


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esos pequeños acuerdos, tu poder personal irá aumentando hasta alcanzar el punto en el que, finalmente,
podrás enfrentarte a los grandes demonios de tu mente.
Por ejemplo, la niña pequeña a la que le dijeron que no cantase tiene ahora veinte años y todavía
continúa sin cantar. Un modo de superar su creencia de que su voz es fea es decirse:
«De acuerdo, intentaré cantar aunque sea verdad que canto mal». Entonces, puede fingir que alguien
aplaude y le dice: «¡Oh! ¡Lo has hecho de maravilla!». Quizás esto agriete el acuerdo un poco, pero todavía
estará allí. Sin embargo, ahora tiene un poco más de poder y coraje para intentarlo de nuevo, y después una
y otra vez hasta que, por fin, rompa el acuerdo.
Esta es una manera de salir del sueño del Infierno. Pero necesitarás reemplazar cada acuerdo que te
cause sufrimiento y que rompas por uno nuevo que te haga feliz. Así evitarás que el viejo acuerdo vuelva a
aparecer. Si ocupas el mismo espacio con un nuevo acuerdo, entonces el viejo desaparecerá para siempre, y
su lugar lo ocupará el nuevo.
En la mente existen muchas creencias tan resistentes que pueden hacer que este proceso parezca
imposible. Por ello es necesario que avances paso a paso y que seas paciente contigo mismo, porque se
trata de un proceso lento. El modo en que vives ahora es el resultado de muchos años de domesticación. No
puedes pretender que ésta desaparezca en un solo día. Romper los acuerdos resulta muy difícil, porque en
cada acuerdo que establecimos pusimos el poder de las palabras (que es el poder de nuestra voluntad).
Para cambiar un acuerdo, necesitamos la misma cantidad de poder. Es imposible cambiar un acuerdo
con un poder menor del que utilizamos para establecerlo, e invertimos la mayor parte de nuestro poder
personal en mantener los acuerdos que tenemos con nosotros mismos. Esto sucede porque, en realidad,
nuestros acuerdos son como una fuerte adicción. Somos adictos a nuestra forma de ser, a la rabia, los celos y
la autocompasión. Somos adictos a las creencias que nos dicen: «No soy lo bastante bueno, no soy lo
suficientemente inteligente. ¿Por qué voy a molestarme en intentarlo? Si otras personas lo hacen es porque
son mejores que yo».
Todos estos viejos acuerdos dirigen nuestro sueño de la vida porque los repetirnos una y otra vez. Por
consiguiente, para adoptar los Cuatro Acuerdos, es necesario que pongas en juego la repetición. Al llevar a la
práctica los nuevos acuerdos en tu vida, cada vez podrás hacer más y mejor. La repetición hace al maestro.
La disciplina del guerrero: Controlar tu propio comportamiento
Imagínate que te despiertas temprano por la mañana, rebosante de entusiasmo ante un nuevo día. Te
sientes feliz, de maravilla, y dispones de mucha energía para afrontar ese día. Entonces, mientras desayunas,
tienes una fuerte discusión con tu pareja, y un verdadero torrente de emoción sale fuera. Te enfureces, y
gastas una gran parte de tu poder personal en la rabia que expresas. Tras la discusión, te sientes agotado, y
lo único que quieres hacer es irte y echarte a llorar. De hecho, te sientes tan cansado, que te vas a la
habitación, te derrumbas y tratas de recuperarte. Te pasas el día envuelto en tus emociones. No te queda
ninguna energía para seguir adelante y sólo quieres olvidarte de todo.
Cada día nos despertamos con una determinada cantidad de energía mental, emocional y física que
gastamos durante el día. Si permitimos que las emociones consuman nuestra energía, no nos quedará
ninguna para cambiar nuestra vida o para dársela a los demás.
La manera en que ves el mundo depende de las emociones que sientes. Cuando estás enfadado, todo
lo que te rodea está mal, nada está bien. Le echas la culpa a todo, incluso al tiempo; llueva o haga sol, nada
te complacerá. Cuando estás triste, todo lo que te rodea te parece triste y te hace llorar. Ves los árboles y te
sientes triste, ves la lluvia y te parece triste. Tal vez te sientes vulnerable y crees que tienes que protegerte a
ti mismo porque piensas que alguien te atacará en cualquier momento. No confías en nada ni en nadie. ¡Esto
te ocurre porque ves el mundo a través de los ojos del miedo!
Imagínate que la mente humana es igual que tu piel. Si la tocas y está sana, la sensación es maravillosa.
Tu piel está hecha para percibir la sensación del tacto, que es deliciosa. Ahora imagínate que tienes
una herida infectada en la piel. Si la tocas, te dolerá, de modo que intentarás cubrirla para protegerla. Si te
tocan, no disfrutarás de ello porque te dolerá.
Ahora imagínate que todos los seres humanos tienen una enfermedad en la piel. Nadie puede tocar a
ninguna otra persona porque le provoca dolor. Todo el mundo tiene heridas en la piel, hasta el punto de que
tanto la infección como el dolor llegan a considerarse normales; la gente cree que ser así es lo normal.
¿Puedes imaginarte cómo nos trataríamos los unos a los otros si todos los seres humanos tuviésemos
esta enfermedad de la piel? Casi no nos abrazaríamos, claro, porque nos dolería demasiado, de modo que
tendríamos que mantener una buena distancia entre nosotros.
La mente humana es exactamente igual a la descripción de esta infección en la piel. Cada ser humano
tiene un cuerpo emocional cubierto por entero de heridas infectadas por el veneno de todas las emociones


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que nos hacen sufrir, como el odio, la rabia, la envidia y la tristeza. Una injusticia abre una herida en nuestra
mente y reaccionamos produciendo veneno emocional por causa de los conceptos y creencias que tenemos
sobre qué es justo y qué no lo es. Debido al proceso de domesticación, la mente está tan herida y llena de
veneno, que todos creemos que ese estado es el normal. Sin embargo, te aseguro que no lo es.
Nuestro sueño del planeta es disfuncional; los seres humanos tenemos una enfermedad mental llamada
«miedo». Los síntomas de esta enfermedad son todas las emociones que nos hacen sufrir: rabia, odio,
tristeza, envidia y desengaño. Cuando el miedo es demasiado grande, la mente racional empieza a fallar y a
esto lo denominamos «enfermedad mental». El comportamiento psicótico tiene lugar cuando la mente está
tan asustada y las heridas son tan profundas, que parece mejor romper el contacto con el mundo exterior.
Si somos capaces de ver nuestro estado mental como una enfermedad, descubriremos que existe una
cura. No es necesario que suframos más. En primer lugar, necesitamos saber la verdad para curar las heridas
emocionales por completo: debemos abrirlas y extraer el veneno. ¿Cómo lo podemos hacer? Hemos de
perdonar a los que creemos que se han portado mal con nosotros, no porque se lo merezcan, sino porque
sentimos tanto amor por nosotros mismos que no queremos continuar pagando por esas injusticias.
El perdón es la única manera de sanarnos. Podemos elegir perdonar porque sentimos compasión por
nosotros mismos. Podemos dejar marchar el resentimiento y declarar: «¡Ya basta! No volveré a ser el gran
Juez que actúa contra mí mismo. No volveré a maltratarme ni a agredirme. No volveré a ser la Víctima».
Para empezar, es necesario que perdonemos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros
amigos y a Dios. Una vez perdones a Dios, te perdonarás por fin a ti mismo. Una vez te perdones a ti mismo,
el auto-rechazo desaparecerá de tu mente. Empezarás a aceptarte, y el amor que sentirás por tí será tan
fuerte, que al final acabarás aceptándote por completo tal como eres. Así empezamos a ser libres los seres
humanos. El perdón es la clave.
Sabrás que has perdonado a alguien cuando lo veas y ya no sientas ninguna reacción emocional. Oirás
el nombre de esa persona y no tendrás ninguna reacción emocional. Cuando alguien te toca lo que antes era
una herida y ya no sientes dolor, entonces sabes que realmente has perdonado.
La verdad es como un escalpelo. Es dolorosa porque abre todas las heridas que están cubiertas por
mentiras para así poder sanarlas. Estas mentiras son lo que llamamos «el sistema de negación», que resulta
práctico porque nos permite tapar nuestras heridas y continuar funcionando. Pero cuando ya no tenemos
heridas ni veneno, no necesitamos mentir más. No necesitamos el sistema de negación, porque se puede
tocar una mente sana sin que experimente ningún dolor. Cuando la mente está limpia, el contacto resulta
placentero.
Para la mayoría de las personas, el problema reside en que pierden el control de sus emociones. Es el
ser humano quien debe controlar sus emociones y no al revés. Cuando perdemos el control, decimos cosas
que no queremos decir y hacemos cosas que no queremos hacer. Por este motivo es tan importante que
seamos impecables con nuestras palabras y que nos convirtamos en guerreros espirituales. Debemos
aprender a controlar nuestras emociones a fin de tener el suficiente poder personal para cambiar los acuerdos
basados en el miedo, escapar del Infierno y crear nuestro Cielo personal.
¿Cómo nos podemos convertir en guerreros? Los guerreros tienen algunas características que son
prácticamente iguales en todo el mundo. Son conscientes. Esto es muy importante. Hemos de ser
conscientes de que estamos en guerra, y esa guerra que tiene lugar en nuestra mente requiere disciplina; no
la disciplina del soldado, sino la del guerrero; no la disciplina que proviene del exterior y nos dice qué hacer y
qué no hacer, sino la de ser nosotros mismos, sin importar lo que esto signifique.
El guerrero tiene control no sobre otros seres humanos, sino sobre sí mismo; controla sus propias
emociones. Reprimimos nuestras emociones cuando perdemos el control, no cuando lo mantenemos. La gran
diferencia entre un guerrero y una víctima es que ésta se reprime y el guerrero se refrena. Las víctimas se
reprimen porque tienen miedo de mostrar sus emociones, de decir lo que quieren decir. Refrenarse no es lo
mismo que reprimirse. Significa retener las emociones y expresarlas en el momento adecuado, ni antes ni
después. Esta es la razón por la cual los guerreros son impecables. Tienen un control absoluto sobre sus
propias emociones y, por consiguiente, sobre su propio comportamiento.
La iniciación a la muerte: Abrazar al ángel de la muerte
El paso final para obtener la libertad personal es prepararnos para la iniciación a la muerte, tomarnos la
muerte como nuestra maestra. El ángel de la muerte puede enseñarnos de qué forma estar verdaderamente
vivos. Hemos de tomar consciencia de que podemos morirnos en cualquier momento; sólo contamos con el
presente para estar vivos. La verdad es que no sabemos si vamos a morir mañana. ¿Quién lo sabe?
Pensamos que nos quedan muchos años por vivir. ¡Pero es así?
Sí vamos al hospital y el médico nos dice que nos queda una semana de vida, Íqué haremos? Como ya
he dicho antes, tenemos dos opciones. Una es sufrir porque nos vamos a morir, decirle a todo el mundo:
«Pobre de mí, me voy a morir», y hacer un gran drama. La otra es aprovechar cada momento para ser feliz,
para hacer lo que realmente nos gusta hacer. Si sólo nos queda una semana de vida, disfrutemos de ella.
Estemos vivos. Podemos decir: «Voy a ser yo mismo. No puedo pasarme la vida intentando complacer a los
demás. Ya no tendré miedo de lo que piensen de mí. ¿Qué me importa si me voy a morir dentro de una



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